Ernesto Ballesteros Arranz - El Impresionismo
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- Libro:El Impresionismo
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2014
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A finales del XIX, el francés Monet con su cuadro «Impression, soleil levant» abre la puerta a un nuevo estilo que va a dominar Europa durante más de medio siglo. En esta primera exposición impresionista (1874) acompañan a Manet otros autores que van a dirigir este estilo, como Renoir o Degas. Esta nueva corriente pictórica pretende reproducir la apariencia meramente transitoria de los objetos destacada por la luz y los reflejos de los cuerpos en el mismo momento en que son contemplados. El estilo se extenderá luego por toda Europa con gran éxito y marcará una etapa incuestionable en el arte mundial.
Ernesto Ballesteros Arranz
Historia universal del arte y la cultura - 41
ePub r1.0
Titivillus 24.06.16
Título original: El Impresionismo
Ernesto Ballesteros Arranz, 2014
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
ERNESTO BALLESTEROS ARRANZ es Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense y doctor en Filosofía por la Autónoma de Madrid. El profesor Ernesto Ballesteros Arranz fue Catedrático de Didáctica de Ciencias Sociales en la Facultad de Educación, además de su labor como enseñante en el campo de la Geografía, manifestó siempre un particular interés por la filosofía, tanto la occidental como la oriental, en concreto la filosofía india. Buena prueba de ellos son sus numerosas publicaciones sobre una y otra o comparándolas, con títulos como «La negación de la substancia de Hume», «Presencia de Schopenhauer», «La filosofía del estado de vigilia», «Kant frente a Shamkara. El problema de los dos yoes», «Amanecer de un nuevo escepticismo», «Antah karana», «Comentarios al Sat Darshana», o su magno compendio del «Yoga Vâsishtha» que fue reconocido en el momento de su edición, en 1995, como la traducción antológica más completa realizada hasta la fecha en castellano de este texto espiritual hindú tradicionalmente atribuido al legendario Valmiki, el autor del Ramayana, y uno de los textos fundamentales de la filosofía vedanta.
El Impresionismo es un movimiento artístico que se produce en el último tercio del siglo XIX, inmediatamente después del naturalismo. El Impresionismo se experimenta primeramente en las artes plásticas. De ellas recibe la terminología y las primeras directrices. Más tarde se proyecta en todos los campos del arte y la cultura europeos. En el terreno económico, Europa atraviesa la época dorada del liberalismo económico, aquella doctrina que había teorizado Adam Smith y los ingleses habían enseñado a Europa. Pero esta época de esplendor es, al mismo tiempo, una época de feroz decadencia. La decadencia, la postración, la ruina, se palpan por doquier, flotan en el aire. Es una época bifronte: por un lado, segura de sí misma, de su técnica y de su economía; por otro, triste y resignada, deprimida y melancólica.
Las técnicas se suceden demasiado rápidamente, casi con violencia. El hombre europeo pierde el reposo que le había caracterizado desde el siglo XVII. Descubre con frenesí nuevas máquinas, nuevas funciones, nuevos objetos de confort. Se inicia el desequilibrio en la producción, que habría de desembocar en la espantosa crisis de 1929. Los cambios afectan a las modas, como es natural, y éstas, al gusto estético. Surgen estilos con asombrosa velocidad. Pero desaparecen al mismo ritmo. Nadie puede estar seguro de lo que es bello o lo que no lo es. Esta velocidad se ha acelerado en nuestros días hasta límites patológicos.
La industria es la primera en sentir este frenesí o, al menos, la que lo sufrió más intensamente. Los industriales se ven obligados a lanzar al mercado nuevos artículos para suplantar los antiguos. Deben vender más para sostener su gigantesca y costosa maquinaria de producción. Este frenesí por los nuevos productos materiales conduce naturalmente a un desprestigio paralelo de los productos intelectuales, aquéllos que el intelectual podía ofrecer a la vieja Europa, cansada ya de ideas y proyectos. La técnica, y su cómplice la industria, introducen en la historia un dinamismo desconocido que altera el funcionalismo social de la época. «Este sentimiento de velocidad y cambio es el que encuentra expresión en el impresionismo», escribe Arnold Hauser en su famosa obra «Historia Social de la Literatura y el Arte».
La cultura, que antes había residido por igual en la ciudad y en lugares extraurbanos, se concentra casi exclusivamente en la urbe. En consecuencia, las ciudades europeas experimentan un crecimiento y una virulencia extraordinarios. La mayoría de las revoluciones y movimientos políticos del siglo XIX, y no son poco frecuentes, tienen su escenario en la ciudad y por actores a los pobladores urbanos. Este desmesurado crecimiento de la ciudad es lo que haría afirmar a Oswald Spengler, medio siglo más tarde, que Europa estaba en vías de decadencia. Con razón o sin ella, el caso es que una sensación de desasosiego y nerviosismo creciente se iba apoderando de la población europea, sensación que encontró su canal de desahogo en las guerras mundiales de principios del siglo XX. El Impresionismo es un arte eminentemente ciudadano, expresión pura de la excitabilidad que la gran ciudad produce sobre el sistema nervioso de los ciudadanos. Hauser dice que es un estilo propio de hombres ciudadanos y nerviosos, casi neuróticos, porque describe la versatilidad, el ritmo nervioso, las impresiones súbitas, agudas, pero siempre efímeras, de la vida ciudadana.
Por otro lado, el Impresionismo es la culminación estética de una larga aventura occidental, que comienza en el siglo XIII. El mundo de la burguesía fue removiendo incansablemente el universo estático y teológico de los medievales hasta conducirlo a una situación de movilidad suma, de extremo dinamismo, que el arte expresa en forma de súbita impresión óptica. Lo estático cae, perece, y es sustituido por lo movedizo, por la pura y desnuda fluidez. El Impresionismo no aspira a representar gestos estáticos ni situaciones perennes, sino el incansable proceso de aparición y desaparición que afecta a todos los seres concretos. En este sentido es el último paso de la pintura figurativa occidental. El Renacimiento había puesto la primera piedra de la pintura subjetiva, es decir, la pintura que intenta representar lo que ve un hombre y desde dónde lo ve. Su gran hallazgo fue la perspectiva, que expresaba cumplidamente este pensamiento. El impresionista descubre la momentaneidad de la impresión óptica, la precariedad de nuestras sensaciones y lo relativo de nuestras apreciaciones estéticas. Y lo expresa genialmente. Para ello posee la perspectiva geométrica de los renacentistas, la composición de los clásicos romanos, la perspectiva aérea de los barrocos y una nueva sensibilidad adaptada a este tipo de sensaciones.
Heráclito es quien mejor supo definir el manifiesto impresionista cuando dijo que nadie se puede bañar en el mismo río dos veces. Esto es, idénticamente, lo que proclama el impresionista. Esta es su máxima aspiración. La pintura subjetiva no lo es ya solamente porque el pintor simule un punto de vista único, sino porque se decide a pintar lo que ve en determinado instante, tal cual lo está viendo. Para decirlo de otra forma. El Renacimiento y el Barroco son un hallazgo geométrico espacial; el Impresionismo es un hallazgo temporal. Claro está que todo esto no tiene sentido por si solo, sino que es preciso relacionarlo con todo lo anterior y se desarrollará consecuentemente con lo posterior. Es decir, que los pintores románicos (siglos IX, X, XI y XII) pintaban figuras fuera de todo tiempo y de todo espacio, figuras etéreas e intemporales, personajes absolutos, divinos. Más tarde, el hombre bajomedieval y renacentista (recordemos a Giotto y Vitale de Bolonia) pinta esos mismos personajes quizá, pero situados en un espacio apropiado. O si prefieren, imagina un espacio en el que pueden vivir los escuetos y abstractos personajes medievales; un mundo real, formado de cosas reales, dentro del cual sumergen a los antiguos personajes religiosos. De ahí la terrible ingenuidad que nos evidencian todos los pintores renacientes. Descubrieron el espacio pictórico, pero no supieron en la mayoría de los casos crear unos personajes apropiados para ese nuevo espacio. Los holandeses del XVII y Velázquez dan muestras de haber conseguido algo a este respecto. Inventan nuevos personajes, que están de acuerdo con los nuevos espacios. El hombre bajo medieval y renacentista no consigue esto en un año, ni siquiera en un siglo. Tarda varias centurias. Concretamente, desde el XIII al XVII. A partir de este siglo, los europeos —Rubens, etc.— comienzan la búsqueda del tiempo. La primera forma de expresarlo es por medio de la fuerza y el movimiento. El movimiento sólo puede producirse en un lapso de tiempo, es decir, implica la noción de tiempo en su transcurso. Pero es una forma torpe e indirecta de expresar el tiempo. Es el impresionista de finales del XIX el que por vez primera en la pintura europea consigue expresar el tiempo en su paleta. No mediante un movimiento sugeridor, sino mediante una captación auténticamente temporal de la impresión óptica. La solución era evidente, fácil, incluso si se ve desde nuestra perspectiva o nivel histórico. Pero tardaron siglos en darse cuenta de ella. Fue preciso que el europeo cambiara su sensibilidad, se acostumbrara a ver las cosas en rápido tránsito de un origen a un destino, para que pudiera concebir la tremenda audacia de representar el tiempo en la pintura. De siempre se ha dicho que la pintura es un arte espacial. Si no fuera bastante con los numerosos experimentos estéticos actuales, podrían valer los anteriores argumentos para convencernos de que este punto de vista es sólo relativo. La pintura fue durante mucho tiempo un arte espacial. A finales del XIX comenzó a ser también un arte temporal, porque incorporaba una dimensión temporal a su realidad.
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