Akal / Pensamiento crítico / 100
Alberto Santamaría
Un lugar sin límites
Música, nihilismo y políticas del desastre en tiempos del amanecer neoliberal
En 1976, al tiempo que Milton Friedman recoge el Premio Nobel de Economía, el punk expande su mensaje de disonancia empujando los límites de lo decible hacia espacios hasta entonces desconocidos. Es la década del extrañamiento, en la que el sueño económico de la posguerra se deshace provocando la aparición de un nuevo fantasma: el neoliberalismo. Frente a ello, surgen fenómenos culturales de claro mensaje antagonista; punk rock, música disco y otros fenómenos culturales militan en el nihilismo y la contestación hasta que son devorados por el mercado.
Este libro no es solo una lectura radical de una década donde la cultura y la política se cruzan a través de la música, sino también un ensayo que nos sitúa frente a derrotas culturales que nos siguen acechando.
«Como si The New York Dolls se sacaran de la manga uno de esos temas que explican por qué es la acción la que crea sueños e ideas, y por qué un local de ensayo es un local de acción.»
Belén Gopegui
«Este libro, que no se lee sin un nudo en la garganta, reaviva las cicatrices y los sueños frustrados de quienes crecimos oyendo “53rd & 3rd” mientras la reconversión industrial derrumbaba nuestro paisaje cotidiano y nuestro futuro. El gran trabajo filosófico aquí presente nos ayuda a no aceptar que aquella derrota fuese definitiva. Tenemos una cita aún con ella.»
José Luis Moreno Pestaña
«Más que un ensayo, Alberto Santamaría, el teórico cultural más importante de su generación, ha escrito la banda sonora punk de todas las experiencias de ruptura que la contrarreforma neoliberal no consiguió sofocar. Un lugar sin límites reconstruye desde la filosofía y la estética una sensibilidad compartida por varias generaciones, construida en torno a la exploración de posibilidades sociales cegadas por una normatividad mercantil asfixiante.»
César Rendueles
«Alberto Santamaría nos recuerda que es posible una crítica cultural, política y social de alto voltaje intelectual en la que hay espacio para la poética.»
Laura Barrachina
Alberto Santamaría, filósofo y escritor, es profesor de Teoría del Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca. Es autor, entre otros títulos, de El idilio americano. Ensayos sobre la estética de lo sublime (2005), El poema envenenado. Tentativas sobre estética y poética (2008. Premio Internacional de Crítica Literaria Amado Alonso), La vida me sienta mal. Argumentos a favor del arte romántico previos a su triunfo (2015), Si fuese posible montar en una bruja. Seguido de Auto de fe de Logroño de Leandro Fernández de Moratín (2016), Paradojas de lo cool. Arte, literatura, política (2016), Narración o barbarie. Fragmentos para una lógica de la confusión en tiempos de orden (2017), En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo (Akal, 2018), Alta cultura descafeinada. Situacionismo low cost y otras escenas del arte en el cambio de siglo (2019) y Políticas de lo sensible. Líneas románticas y crítica cultural (Akal, 2020). También ha editado la poesía de Luis Felipe Vivanco o la obra del poeta ultraísta José de Ciria y Escalante. En 2018 editó España y revolución, un libro que recopila todos los textos escritos por Karl Marx acerca de España. Como poeta ha publicado los libros El hombre que salió de la tarta (2004), Notas de verano sobre ficciones del invierno (2005), Pequeños círculos (2009), Yo, chatarra, etcétera (2015) y Lo superfluo y otros poemas (2020).
Diseño de portada
RAG
Motivo de cubierta
Antonio Huelva Guerrero
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© Alberto Santamaría, 2022
© Ediciones Akal, S. A., 2022
Sector Foresta, 1
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Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
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ISBN: 978-84-460-5169-5
Para Jota, Raúl, Aitor, Mante y Fuzzio. Gracias a ellos la música fue para mí, en plena adolescencia, algo más que música. Sin ellos nada hubiera sido lo mismo y este libro no existiría.
Nunca es tarde para celebrar la amistad a lo largo.
…el lugar sin límites…
José Donoso
Todo es presente: aun el recuerdo.
José Hierro
La sabiduría del milagro trágico es la sabiduría de los límites.
G. Lukács
Soy un guepardo de las calles
con un corazón lleno de napalm.
Soy un hijo fugitivo de la bomba nuclear.
Soy un niño olvidado por el mundo
el que busca y destruye.
Iggy Pop
NOTA PREVIA
CARA A (LA TRAMA DE TODO ESTO)
Un experimento rápido y eficaz podría ser el siguiente: tratemos de señalar con el dedo índice –sobre el mapa imaginario de nuestra vida cotidiana– el lugar exacto donde termina eso que llamamos Estado y comienza ese otro espacio denominado mercado. ¿Sabríamos hoy indicar dónde se halla ese lugar o esa frontera? ¿Existe? O, dicho de otro modo, ¿es necesario que exista? Puede parecer una pregunta retorcida o un experimento banal, según se quiera leer, pero creo que es una forma casi táctil de describir algo que no es fácil de retratar: el neoliberalismo. Es este un fantasma viscoso que resulta incómodo y que, sin embargo, se ha instalado en los cimientos de todas nuestras relaciones sociales, políticas o culturales. No obstante, aunque parezca paradójico, sí podemos situar más o menos en la historia presente el momento en el que esas dos esferas se transformaron en un solo cuerpo, hasta hacernos dudar, como señala irónicamente algún sociólogo, de si han sido los gobiernos quienes han nacionalizado los bancos o son los bancos los que han privatizado el Estado. Tal y como economistas, sociólogos y otras especies de expertos han señalado, la década de 1970 es el momento en el que, al parecer, una explosión silenciosa en lo económico y en lo político se desató, y nuestra situación actual no es otra cosa que un incesante revolver en las huellas putrefactas de ese animal que salió de su jaula en esa década. Con otras palabras: tenemos todos los síntomas de una resaca colectiva terrible.
El triunfo político del neoliberalismo implicó así un desplazamiento radical de prácticas y expectativas. La política neoliberal necesitaba, para estabilizar su relato, proteger la economía de los procesos democráticos, es decir, inmunizar al mercado de las corrientes democráticas y para ello era inevitable utilizar todas las herramientas disponibles. Solo desde ese punto de vista podía generarse una nueva dinámica relacional –disfrazada de estado natural– basada en una dialéctica trágica entre ganadores y perdedores. Sin embargo, para construir ese escudo formal frente a las demandas sociales había que poner en marcha otro principio regulador: mermar la capacidad de influencia política que la sociedad ejercía desde la calle, desde el conflicto social y cultural. Las viejas demandas sociales y las promesas incumplidas debían desplazarse hacia otros espacios. El triunfo neoliberal de la década de 1970 se sitúa también aquí, en el despliegue de su propia utopía. De hecho, la idea misma de conflicto sufrió un desplazamiento. Un tránsito desde las calles, desde las luchas sindicales por el salario dentro de la empresa, o desde las expresiones culturales radicales, hacia la peligrosa mansedumbre que supone reducir toda tensión política a una cuestión de elecciones parlamentarias (que, paradójicamente, llevaba anexada una desactivación progresiva del electorado, visible fácilmente a través de las fuertes caídas en los índices de participación electoral). Junto a ello, y en paralelo, el escenario que abría el teatro neoliberal empujaba hacia la creencia en la posible resolución de ciertos conflictos mediante la aparentemente simple gestión de seguros privados, o apelando a la poco confiable diplomacia bancaria, entre otros mantras. Este desplazamiento ha generado que en las posteriores crisis, hasta la actualidad, haya sido visible hasta el dolor la imposibilidad de crear tejidos políticos nuevos, y allí donde tímidamente han surgido pronto han sido devastados en procesos a veces trágicos. El relato del rescate de los sistemas bancarios, de la deuda pública, de la tela de araña de las privatizaciones, etc., ha rejuvenecido incluso el viejo mantra que nos decía que carecemos de alternativas. La famosa TINA («There Is No Alternatives»).