Diseño de la cubierta: Claudia Bado
Edición digital: Grammata.es
© 2007, Javier Melloni
© 2007, Herder Editorial, S. L., Barcelona
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I.S.B.N. digital: 978-84-254-2721-3
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Introducción
Todo es revelación,
todo lo sería
de ser acogido en estado naciente.
MARÍA ZAMBRANO
Ninguna religión se considera a sí misma inventada o creada por el ser humano, sino que todas ellas se conciben depositarias de una revelación que, de un modo u otro, les ha sido confiada. Lo propio de las religiones no es señalarse a sí mismas, sino a una Realidad que las trasciende. Esta Realidad a la que están referidas (re-ligadas) la perciben como Apertura infinita que se despliega hacia lo alto, hacia lo largo, hacia lo ancho y hacia lo profundo de lo existente. De esta apertura beben, a ella se remiten, en ella descansan y en ella se pierden para reencontrarse más allá de sí mismas. En ello radica su fuerza, su tenacidad y su perseverancia. Pero también proviene de allí su potencial de altivez y arrogancia. Porque todas ellas corren el riesgo de creer que, en lugar de pertenecer a la Verdad, la Verdad les pertenece. La misma luz que las ilumina puede cegarlas si no se dan cuenta de que el receptáculo con el que recogen un sorbo de esa Verdad condiciona el gusto y la forma de percibirla. Las religiones son las mediaciones organizadas de un vislumbre de lo divino y de la diafanía de lo Real.
Todas las tradiciones religiosas están hoy expuestas a una doble interpelación: el hecho de convivir con otras creencias que se consideran igualmente reveladas y que han guiado a múltiples generaciones por la senda de lo humano hacia su plenitud, y el hecho de ser cuestionadas por la crítica de la racionalidad: ¿cómo seguir adhiriéndose a verdades no tangibles que requieren una entrega incondicional para que sean eficaces? Porque la fuerza transformadora de las religiones depende de esta total lealtad que reclaman a sus seguidores. La secularización objeta precisamente esta adhesión porque la considera irracional y fuente de desvaríos y de manipulaciones.
Lo que trataremos de desarrollar en el presente ensayo es que la veracidad, credibilidad o autenticidad de una religión entendida como cristalización histórico-cultural de una experiencia revelatoria viene dada por su capacidad de transformar tanto a las personas que la reciben como a su entorno. Estas páginas están escritas desde la convicción y el presupuesto de que hay una infinita Realidad todavía por desvelar y que el ser humano se halla sólo en el inicio de sus posibilidades. Las experiencias revelatorias son concebidas aquí como anticipaciones de mayor Realidad que han recibido determinados hombres y mujeres a lo largo de la historia de la especie humana y que las diferentes religiones han socializado. Cada tradición es una extensión y una consolidación de ese atisbo que se ha entreabierto por mediación de tales personas y que luego se ha profundizado y consolidado, aunque con frecuencia también se ha enquistado.
A mediados del siglo pasado, Mircea Eliade escribió: «Sólo hay un medio de comprender cualquier fenómeno ajeno a nuestra coyuntura ideológica actual: consiste en descubrir el centro e instalarse en él para ahí alcanzar todos los valores que rige». Hay que aprender a llegar al núcleo de cada religión para captarla desde dentro, en un proceso de concentración, de modo que el esfuerzo de comprensión interreligiosa no suponga ni una distracción, ni una dispersión, ni tampoco una banalización, sino una interiorización y un ahondar en la dimensión trascendente del ser humano.
Nuestro tiempo nos urge. No podemos eximirnos de ello. Participo plenamente del axioma que Hans Küng ha repetido en los últimos años: «No habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones. No habrá paz entre las religiones sin diálogo entre las religiones». Axioma que ha ampliado en su última obra sobre el islam: «No habrá diálogo entre las religiones si no se investigan los fundamentos de las religiones».
Uno de los modos de acercarse a este Centro es a partir de la experiencia revelatoria de cada tradición. Ello es lo que nos proponemos en el presente ensayo. Todas las tradiciones están marcadas por un núcleo fundante que las configura de raíz, del cual emana la constelación de creencias, símbolos y significados de cada una. Este núcleo tiene un carácter de exceso y tal exceso es signo de su sacralidad, que se percibe como recibida. La captación de estas raíces sólo puede hacerse con limpieza de corazón, lo cual no tiene nada que ver con la credulidad, porque implica el ejercicio del discernimiento con ese Espíritu que alienta el mundo y que «es capaz de explorarlo todo, hasta las profundidades de Dios» (1 Cor 2,10). En este discernimiento también participa la razón en cuanto herramienta de conocimiento que se nos ha dado como humanos. Es un terreno común donde nos podemos encontrar tanto creyentes como no creyentes. A través de ella participamos del logos de las cosas, como ya creían los estoicos, y también del Dharma de las religiones orientales. Espíritu y razón, trascendencia e inmanencia, dos polos que estarán presentes a lo largo de estas páginas en recíproca fecundación.
En este bosque de símbolos, habrá que aprender a discernir aquello que es esencial de lo que no lo es, y comprender la estructuración de los diversos elementos que constituyen a cada configuración. Las diversas formas están al servicio del contenido y el único contenido es alcanzar la plenitud del Ser a través de la donación del propio ser para que haya cada vez más seres en plenitud.
Las religiones consideran haber recibido indicaciones hacia esa plenitud, y estas indicaciones son necesarias, porque el ser humano también parece estar empeñado en destruir y en autodestruirse. Fácilmente nos ofuscamos y extraviamos el camino. Cada religión llama a esta ofuscación de un modo diverso, pero el resultado es el mismo: la pérdida de las señas de nuestro origen y de nuestro fin, el extravío y la agonía del ser. Cada tradición será tratada con reverencia, pero también con esa necesaria inteligencia a la que estamos obligados por el principio de discernimiento que acabo de mencionar. Es demasiado lo que está en juego. Nuestro tiempo requiere las tres cosas: reverencia, lo cual significa entrar descalzos en tierra sagrada, propia y de los demás; conocimiento, lo cual es mucho más que información, ya que requiere empatía e internalización; y discernimiento, para separar el trigo de la paja que se ha ido acumulando en los graneros de las religiones. Este ensayo desea servir a nuestro tiempo, capaz tanto de profundidad y de lucidez como de inocencia.
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La noción de revelación
El ser humano, ese animal de profundidades.
JOSÉ ANTONIO MARINA
Revelar, del re-velare latino, significa «apartar el velo», dejarlo caer, manifestar lo que estaba oculto tras él. Es también un «aparecer» (phanêroô), un «hacer conocer» (gnôrizô), un «desvelar» (apokaluptô). El hecho de que se haya aplicado este término al campo de la fotografía no deja de ser pertinente: mediante un determinado procedimiento químico, la huella que ha quedado grabada en la placa libera la imagen presente pero escondida. En la superficie se halla la impresión, pero es inaccesible a la vista. Para que salga a la luz se tienen que realizar determinadas operaciones en una cámara oscura. Las religiones son esas cámaras, estos ámbitos de revelación, donde, mediante determinadas prácticas (textos, normas, dogmas, símbolos y ritos), se desvela una visión de la realidad. Si no se entra en ellas es imposible acceder a la realidad que a través de ellas se manifiesta. Sin embargo, a diferencia de las placas fotográficas, en toda revelación religiosa se da también, y simultáneamente, un ocultamiento: si bien se descorre el velo, es mucho más lo que queda sin ser mostrado que lo que ha sido atisbado. El