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Pablo Gerchunoff - La caída

Aquí puedes leer online Pablo Gerchunoff - La caída texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2018, Editor: Crítica Argentina, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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  • Libro:
    La caída
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    Crítica Argentina
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    2018
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La caída: resumen, descripción y anotación

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La caída 1955 PABLO GERCHUNOFF La caída 1955 Gerchunoff Pablo La caída 1955 - photo 1

La caída

1955

PABLO GERCHUNOFF

La caída

1955

Gerchunoff, Pablo

La caída 1955 / Pablo Gerchunoff. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Crítica, 2018.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-987-4479-11-2

1. Historia. I. Título.

CDD 320.982

Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.

Fotografía de tapa: archivo histórico de la Escuela Normal de Quilmes “Silvia Manuela Gorleri”

Todos los derechos reservados

© 2018, Pablo Gerchunoff

© 2018, de todas las ediciones:

Editorial Paidós SAICF

Publicado bajo su sello CRÍTICA ®

Independencia 1682/1686,

Buenos Aires – Argentina

E-mail: difusion@areapaidos.com.ar

www.paidosargentina.com.ar

Primera edición en formato digital: agosto de 2018

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-4479-11-2

Agradecimientos

Mi agradecimiento especial a Martín Monsalve y a Camila Perochena, que en distintos momentos de esta investigación me brindaron una ayuda inestimable. A Alieto Guadagni, Juan Sorrouille, Ezequiel Gallo, Carlos Leyba y Carlos Piñeiro Iñíguez, que enriquecieron este texto con sus diálogos, sus comentarios, y en el caso de Guadagni, con un documento iluminador. A mis compañeros de la Universidad Torcuato Di Tella, en especial a Juan Carlos Torre, Natalio Botana, Juan Gabriel Tokatlian, Fernando Rocchi y Gonzalo de León. A Fernando Devoto, que en octubre de 2017 me abrió las puertas de la Jornada Anual del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina para que yo presentara las ideas centrales de este libro. A Miranda Lida, que en ese seminario y en intercambios posteriores me ayudó a pulir esas ideas. A Camilo Martínez, que fotografió los diarios uruguayos de 1954 y 1955. Al personal experto de las bibliotecas de la Universidad Torcuato Di Tella, del Archivo General de la Nación y de los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores. A Alfredo Grieco, un lector profundo y sutil. A Martín Sivak, que se interesó desde un comienzo en este libro. A Cecilia Bari, secretaria del Posgrado de Historia de la Universidad Torcuato Di Tella, primera lectora del primer borrador.

Introducción

En febrero de 1968 yo tenía veintitrés años y desde los dieciocho ejercía el oficio de periodista. Por circunstancias de la profesión, aquel invierno boreal yo estaba en Londres, en la casita que mi prima Julia Polak y su marido Daniel Catovsky alquilaban en la zona de Barons Court. Los dos ya eran médicos, ya eran brillantes y poco antes habían emprendido su aventura inglesa.

El servicio meteorológico (y los termómetros) marcaban menos de cero grados, pero yo no tenía frío, o el frío no me importaba. Vivía fascinado y excitado. Fascinado por mi primer viaje a Europa y por el reencuentro con seres queridos. Y excitado porque a través de un contacto que nunca esperé tan eficaz, me habían concedido una entrevista con Juan Domingo Perón en la residencia de Puerta de Hierro para los primeros días de marzo.

La entrevista era mía. Para mí. Se me había concedido a mí. Es cierto que no a mí solo, porque iba a haber otros dos periodistas, pero también a mí. Y esa entrevista iba a ocurrir pronto, en los primeros días de marzo. Yo parecía y me sentía demasiado joven para tamaño desafío. Era trece años menor que Tomás Eloy Martínez en su clásica entrevista. Los días se sucedían interminables, y no pasaba hora del día sin que me lanzara a mi cuaderno para revisar una y otra vez el esquema del reportaje. Tenía miedo. Miedo de no estar a la altura, miedo al ridículo, y también miedo a que un día cualquiera me avisaran por teléfono que el reportaje se cancelaba. Tenía miedo.

Una mañana cualquiera el teléfono sonó y el reportaje se canceló. No lo canceló desde Puerta de Hierro la oficina de prensa de Perón. Lo canceló la sombra de la muerte. El llamado era de mi tía Rebeca para avisarme que mi madre estaba muy grave y que yo debía regresar a Buenos Aires. Fue lo que hice. Con esa llamada el reportaje se esfumó, pero en aquel momento me importó poco. Quizás sentí el alivio de quien se descarga de una pesada responsabilidad. No me importó ese día, ni en los días siguientes, ni después de la muerte de mi madre a principios de abril, y terminó no importándome en los años posteriores. Alguna vez, como recogiendo un hilo que había quedado suelto, intenté retomar el contacto y reavivar lo que había quedado trunco, pero fracasé. Y en verdad tampoco me importó mucho el fracaso de ese último intento. Yo era periodista, pero estaba experimentando un cambio de piel. Me estaba convirtiendo en un economista, y después en un historiador económico, y después en un historiador. Desde 1972, justamente el año en que Perón retornó del exilio, el periodismo había pasado a ser un recuerdo, una época hermosa de mi vida de la que guardaba anécdotas y amigos.

Eso que había quedado como recuerdo era tan solo un álbum de fotografías: el que se recorre de vez en cuando y que reconstruye una historia. La historia había tenido un principio. Apenas terminado el secundario Lany Hanglin, compañero del colegio, nos llevó a Pepe Eliaschev y a mí a hacer una prueba para el semanario Todo, que estaba por salir a la calle. El director era Bernardo Neustadt, pero fue Enrique Raab quien nos tomó la prueba. “Te doy un tema y escribís dos carillas”, nos dijo el maravilloso Enrique. Dos horas después Pepe y yo éramos periodistas. Lany y Pepe siguieron en ese camino por el resto de sus vidas. La mía fue una experiencia breve, de menos de una década, que en la historia de la profesión dejó rastros más bien escasos y olvidables.

Mi paso por la revista fue corto, pero esa no fue una decisión mía: el proyecto se interrumpió a los tres meses por insuficiencias financieras. Bernardo Neustadt se portó muy bien con nosotros, pagándonos –o por lo menos así nos pareció entonces– una suculenta indemnización. Creí que la aventura había terminado, pero a los pocos días me llamaron para escribir notas freelance para la agónica revista Leoplán , donde me convertí, debido al vértigo decisionista de las redacciones, en un experto en política internacional. Sospecho que Osiris Troiani, uno de los grandes periodistas de Primera Plana, nunca se enteró de que tuvo allí un competidor. El hecho es que yo ya estaba en carrera, nunca sería en un diario, siempre en revistas, pero en carrera.

Mi momento estelar fue en editorial Abril. Escribí para la revista Panorama, pero sobre todo para la revista Adán . “Entretenimiento para gentilhombres”, Adán fue una aventura fuera de tiempo, pensada para un momento de libertad de costumbres. Con su prudente y a la vez intolerable erotismo, había sido lanzada al ruedo, sin embargo, en medio de la moralina del gobierno militar de Onganía. Nunca me divertí tanto como en esa burbuja de ritmo mensual. Trabajaba parsimoniosamente en temas deportivos, lo que en Adán quería decir polo, automovilismo, boxeo, cricket. Trabajaba tan parsimoniosamente que decidí inscribirme, sin mucho entusiasmo, en la Facultad de Ciencias Económicas. Mirado a la distancia, lo más apasionante de Adán fueron mis jefes y compañeros, talentosos y divertidos: Luis González O’Donnell, el primer director, Carlos Burone, el segundo director, el uruguayo Homero Alsina Thevenet, el finés Bengt Oldenburg, el inmortal Miguel Brascó, Juan Carlos Martelli, Ernesto Molina y Carlos Villar Araujo, miembro fundador de la Democracia Cristiana en 1954. Yo era el más joven. Por momentos me sentía una mascota.

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