Agradecimientos
C UANDO, hace más de veinte años, leí un libro de Gertrude Bell sobre Oriente Próximo, el valor de esta intrépida victoriana hizo que su figura se me grabara en la mente. Me disponía a visitar por vez primera esos parajes que Gertrude había recorrido, sola, a principios de siglo, y el interés que en mí habían despertado las descripciones que ella hacía de sus viajes venció todos mis temores. Gertrude Bell, rodeada de hombres árabes que apenas sabían unas palabras de inglés, se había internado en regiones peligrosas, montada a caballo o en camello, durmiendo en tiendas de campaña y exponiéndose a ser asaltada o incluso asesinada. Dejé el libro en el estante, pero el espíritu de esa mujer valiente no me abandonó.
Tuvo que transcurrir mucho tiempo para que, en el año 1991, con motivo de la Guerra del Golfo, comenzaran a aparecer en diarios, revistas y libros referencias a la persona de Gertrude Bell. Al leer su nombre recordé su libro y mi admiración por ella, y cuando me enteré de lo importante que había sido para la formación del moderno Oriente Próximo, y del papel crucial que desempeñó de cara a Irak, decidí que sería el personaje ideal para escribir una biografía, pero no imaginaba que iba a resultar un tema tan maravilloso.
Gertrude Bell era consciente de la importancia de sus escritos y a menudo recordaba a sus padres que sus cartas constituían un testimonio histórico. Miles de cartas y anotaciones de su diario personal se hallan guardadas en la Robinson Library de la Universidad de Newcastle, donde realicé gran parte de mi investigación. He tratado de mantenerme tan fiel como me ha sido posible a esos documentos, y los diálogos y conversaciones que aparecen en La reina del desierto están sacados de ese material o bien de la correspondencia y las Memorias de los familiares, amigos y colegas de Gertrude Bell. Los cambios realizados en las grafías, en especial en la de los nombres árabes, obedecen al deseo de unificar la obra y de hacer más fácil su lectura.
Una de las ventajas de escribir sobre Gertrude Bell fue la posibilidad de rehacer los itinerarios que ella recorrió. Estuve en el desierto con los beduinos, conversé con arqueólogos, diplomáticos, escritores e historiadores en Inglaterra, El Cairo, Damasco, Jerusalén, Ammán y en Bagdad, la ciudad más misteriosa de todas. Conversé con decenas de personas que habían oído hablar de Gertrude Bell por boca de parientes y amigos, y con más de una decena de personas que la habían conocido personalmente (una de ellas aseguraba haber sido su amante). Algunas recordaban su voz autoritaria, su mirada severa y sus atuendos suntuosos. Otras me ayudaron a captar el espíritu de esas tierras, la actitud de los árabes, la postura de los británicos, la importancia de las tribus, el impacto del petróleo, el papel de la India. Les agradezco a todos que fueran tan generosos al dedicarme su tiempo, sus recuerdos y conocimientos.
No habría podido ir a Bagdad sin la influyente ayuda de los embajadores Nizar Hamdun y Sadun Zubaidi. El vivaz arqueólogo Bahnam Abu al Suf, así como Mohammed Gani Hikmat, Abdul Razaq al Hassani, Muayad Sayid Damevji, Esman Gailani, Yusif al Gailani y Amin al Mummayiz Ali Salah me dieron valiosas informaciones sobre la cultura y la historia iraquíes.
En Ammán tuve la suerte de conocer al príncipe Raad, Suleiman Mussa, Talal al Patchachi, Abdul Aziz el Dhouri y a Qais al Askari, quienes tenían una comprensión muy certera de lo que eran la monarquía y las tribus. Mi amigo Marwan Murwasha se mostró, como siempre, muy generoso. En El Cairo, Leila Mausur me ayudó a encontrar viejas fotografías. En Jerusalén, Val Vester no sólo recordaba a su «tía Gertrude», sino a Hugh Bell, Florence Bell y Valentine Dommul Chirol. Amatzia Baram, de la Universidad de Haifa, es una profesora entusiasta que examinó sin desanimarse cientos de páginas de manuscritos y compartió de buen grado conmigo sus vastos conocimientos.
En Londres, Roger Hardy de la BBC, Lamya Gailani, Renee Kabir, Nazha Akraui, Salma Sati el Husari y Naha Rahdi constituyeron una ayuda inestimable al reconstruir para mí la vida de Bagdad. Agradezco a Caroline Barón que me permitiera estudiar los papeles de su abuelo David Hogart, y deseo expresar mi gratitud a lady Plowden y a los fiduciarios de los documentos de la familia Trevelyan, en el St. Anthony College de Oxford. En Newcastle, Lesley Gordon me ayudó a estudiar los documentos Bell en la Special Collection de la Robinson Library de la universidad; Jim Crow me prestó su ayuda para escudriñar las seis mil fotografías tomadas por Gertrude Bell. Lynn Ritchie me dio excelentes consejos y Robin Gard me orientó amablemente en el recorrido de Newcastle. Jane Hogan me prestó su colaboración en la Palace Green Section de la biblioteca de la Universidad de Durham. En el Oriental Institute de Oxford, Jeremy Johns respondió cantidad de preguntas sobre arqueología y otros temas. Sally Chilton me relató fascinantes recuerdos de su padre, Philip Graves.
Deseo darle las gracias a Selma Rahdi, de Nueva York, por su ayuda en materia de arqueología, y también a Linda Fritzinger, un alma gemela y especialista en Valentine Chirol. En Boston, Suhair Raad al Mummayiz me ayudó a encontrar personas a quienes entrevistar. En Washington D. C., Christine Rourke y Betsy Folkins, del Middle East Institute, se mostraron siempre dispuestas a buscar recónditos hechos y obras; Nancy Woods realizó un estudio maravilloso sobre montañismo. Edmond Ghareeb y Nameer Jawdat fueron unos lectores y maestros muy pacientes. Mi profundo agradecimiento a Simón Serfaty, un buen amigo y sabio consejero; Guida Askari me animó mucho y me relató gráficas historias de su abuelo. Tamara Weisberg siempre se mostró dispuesta a escucharme; Sue Glaser me aportó sus conocimientos de psicóloga sobre la infancia; Amos Perlmutter me dio expresivos informes sobre conocidos personajes de la vida británica; y Geoffrey Kemp me ayudó a comprender el papel de la India y del petróleo. Tanto Christine Helms como Clovis Maksud me descubrieron inestimables fuentes de información. Tania Hanna fue una ayudante de investigación laboriosa y eficiente.
Ron Goldfarb y Linda Michaels, mis agentes literaríos, desde el principio creyeron en mí con entusiasmo. Agradezco a Jesse Cohén la paciencia que mostró con los infinitos detalles. Mi gratitud a Nan Tálese por haberme animado e inspirado y por haber supervisado todo el proyecto. Por encima de todo, doy las gracias a mi marido, John, sin cuya comprensión y cuyo amor no hubiera podido escribir este libro.
Janet Wallach
NUEVA YORK, FEBRERO DE 1996
Bibliografía
OBRAS PUBLICADAS POR GERTRUDE BELL
Safar Nameh, Persian Pictures. Publicado anónimamente, Bentley, London, 1894.
Persian Pictures. London: Benn, 1928, and Cape, 1937.
Poems from the Divan of Hafiz. Heinemann, London, 1897. Reimpreso con un prólogo de Sr. E. Denison Ross, 1928.
«Islam in India», Nineteenth Century and After, vol. 60, 1906
«Notes on a Journey through Cilicia and Lycaonia», Revue Archélogique, VII, 1906–7.
The Desert and the Sown. Beacon Press, 1987. Originalmente publicado en Londres por Heinemann, 1907.
The Thousand and One Churches (con Sir William Ramsay). Hodder and Stoughton, 1909.
«The Vaulting System at Ukhaidir», Journal of Hellenic Studies, XXX, 1910.
«Churches and Monasteries of the Tur Abdin and Neighbouring Districts», Amida. Heidelberg, 1910 (véase Berchem and Strzygwski); incluido en Zeitschrift für Geschichte der Architektur, no. 9, Heidelberg, 1913.
Amurath to Amurath. London: Heinemann, 1911.
«Damascus», Blackwood’s Magazine, vol. 189, 1911.
«Asiatic Turkey under the Constitution», Blackwood’s Magazine, vol. 190, 1911.