VVAA - 5 Hombres Com
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VVAA
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¿Fingen ellos los orgasmos?
Este libro nació del programa de televisión El Club de la Comedia, espacio que ha popularizado en nuestro país un nuevo género humorístico: el monólogo. Cinco personajes masculinos afrontan los distintos aspectos de la relación de pareja desde ópticas bien diferenciadas que, sin embargo, comparten un rasgo común: el sentido del humor y la carga autocrítica. En cada anécdota encontraremos respuesta a esas terribles dudas que nos asaltan en las noches de insomnio: «¿Por qué me dejó si soy dentista?», «Si no lo hubiera llevado de compras aquella tarde... ¿seguiríamos juntos?», o «¿Hay vida después del matrimonio?».
Buenas noches.
¡Ya voy, hombre, ya voy! Si es que me pasa de todo a mí en la calle, la verdad. El otro día, sin ir más lejos, iba por la calle y vi a una chica... buff... Me quedé mirándola y me di cuenta de que ella me miraba a mí. Me sonrió y empezó a acercarse... y me dije: «¡Ya está! ¡La tengo en el bote, ya he ligado!». Y de pronto me dice:
—Perdone, señor, ¿me podría usted decir la hora?
¿Señor? ¿Yo? Pero si yo soy un tío joven... ¿Por qué me trata de usted? Me fastidió tanto que le dije que era una hora más. Salió corriendo, claro. ¡Hala! ¿No eres tan joven? ¡Pues corre!
¡Yo estoy asfixiado eh! Las prisas... si es que ya no está uno... La verdad es que no nos damos cuenta de que nos hacemos mayores, aunque hay algunos detalles que lo dejan claro. Una de las señales más claras de que te estás haciendo mayor es que acompañas todos tus movimientos con un ruidito. Por ejemplo, cuando te sientas. Dejas de sentarte en silencio, haces así: «¡Ay!». Cuando te levantas haces: «¡Ayyy!». Y si se te cae una cosa al suelo: «¡Aaaaggg!».
Otra de las señales que indican que te estás haciendo mayor es que, de repente, te da un dolor muy raro. El otro día me dio un dolor en... en... bueno, el caso es que tuve q ue ir al urólogo. ¡Qué experiencia! Llegas allí, te dicen que te bajes los pantalones, te ponen mirando a La Meca y, de repente, llega un doctor, vestido correctamente, con su bata blanca, se coloca un guante y te mete un dedo por el culo. Que te quedas así... Y pensando en decirle: «Oiga, deme un beso por lo menos... d ígame que me quiere...». Entonces el urólogo te dice sonriendo:
—Estás bien, pero haremos unas pruebas para quedarnos tranquilos. Meteremos una cámara pequeña...
La palabra «pequeña» es algo imprecisa cuando hablamos de meter algo por ahí. Para mí, «pequeño» es un milímetro, pero para él podría ser un turista japonés que también es pequeño y lleva cámara.
Y es que cuando te vas haciendo mayor todo cambia. De joven, para hacerte salir una noche, tu amigote te decía:
—Tío, he quedado con unas tías que parecen modelos...
Ahora, para hacerte salir, te dice:
—Tío, he comprado unas gambas que parecen centollos.
Y menudas gambas. Porque mi amigo, otra cosa no, pero las gambas sabe comprarlas. Porque eso sí, los tíos compramos pocas veces, pero cuando compramos, ¡nosotros sí que sabemos lo que queremos! No como ellas...
Los hombres, cuando vamos a comprar, decimos: «¿Me da dos zapatos negros del cuarenta y dos?»... Y ya está. Las mujeres no.
Si una mujer encontrara los zapatos que busca en la primera tienda se le destrozaría la tarde. Porque ellas disfrutan buscando:
—Quiero un zapato mixto, destalonado, tacón cubano, rojo, pero no muy rojo, con reflejos anaranjados, pero no muy anaranjados...
¡Toma, búscalos!
¿A ustedes les gusta ir a comprar con su pareja? Yo lo odio. Sí, porque cuando vas de compras con una mujer, te conviertes en hombre objeto...
Concretamente en perchero, en la puerta del probador sosteniéndole el bolso y el chaquetón... Y cargado con cuatro conjuntos y dos combinaciones. Pero eso no es lo peor, lo peor es saberte rodeado de mujeres desnudas de las que sólo te separa una cortina minúscula que se mueve continuamente. ¡A ver dónde miras para que no piensen que eres un guarro! ¡A las cortinas no! ¡A la dependienta tampoco! Y con los nervios, c oges unas bragas y empiezas a ensancharlas... Lo malo es que, si en ese momento te mira alguien, te sientes como un degenerado y te ves en la obligación de darle explicaciones: «Son para mi mujer, es la que está ahí dentro... es que no le gusta que le apriete la gomita... llevamos diez años casados...».
Y el colmo es cuando vas de compras con ella pero el que se prueba eres tú:
—Querido, pruébate éste, éste y éste...
—Pero chata, unos pantalones verdes yo...
—Sí, que eres un antiguo, venga, al probador.
¿Para qué al probador? Porque se pasa todo el tiempo descorriendo la cortinilla... A poco que puede, ¡zas!, cortinilla otra vez. Y tú cierras, ¡zas!, y ella abre, ¡zas!, y tú la corres, ¡zas!, y ella la descorre, ¡zas! Yo no sé para qué descorre la cortinilla: ¡para que todo Dios te vea en calzoncillos...! Que el espectáculo es fino... Al rato insiste otra vez, ¡rass! Esta vez con un agravante: ¡se trae a la dependienta!
Y la dependienta no se limita a mirar, ¿eh? Además toca:
—Mira, mira cómo le queda de aquí.
Y mi mujer:
—Es que, claro, como no tiene cintura, y como tiene el culo plano como su padre, le quedan todos los pantalones colganderos. Siempre tengo el mismo problema para comprarle ropa.
¡No hay quien las entienda! Pero vamos, no hace falta irse de compras con una mujer para no entenderse. Con una mujer no te entiendes nunca. Hablamos idiomas distintos. Hasta cuando te hacen una pregunta directa no sabes qué contestar:
—Cariño, ¿tú crees que estoy más gorda?
Aquí es muy importante el tiempo de reacción. No puede pasar ni medio segundo antes de que tú le contestes:
—¡No! ¡No estás gorda!
Hay que actuar con rapidez, no se te ocurra dudar lo más mínimo... Porque como le digas:
—Eh, eh, pueeees no sé... No.
Ella saltará:
—¿Cómo que no lo sabes? ¿Es que no se ve? ¡Pues yo sí que veo que tú estás cada día más esmirriado, que pareces Gandhi en una sauna!
Y es que las tías son muy complicadas... ¡Pero por lo menos nosotros nos esforzamos en comprenderlas! Ellas no, ellas con decir que los hombres somos todos unos simples ya lo tienen arreglado... Je, simples los hombres... Je, je, je. ¿Será posible? ¡Pues que sepáis que somos muy complicados! Yo creo que decís que somos simples porque no os esforzáis en entendernos, pero los tíos siempre tenemos una razón para hacer lo que hacemos... Siempre.
Por ejemplo, decís que somos muy guarros... Cht, cht, cht, cht... Qué equivocadas estáis... No somos guarros, lo que pasa es que vosotras no creéis en la telekinesia. Voy a explicar esto. Todo varón sabe que las prendas que él se quita sucias tienen una capacidad de movimiento propio, y que los calcetines y los calzoncillos van a salir reptando en procesión sin que nadie se lo diga y se van a introducir en la lavadora. Tardarán más, o tardarán menos, pero van seguro. Sin embargo, vosotras, antes de que los objetos se muevan por su propia voluntad, vais y los quitáis. Y luego, encima, nos lo echáis en cara:
—Oye, guapo, que me paso la vida recogiendo tu ropa.
—Pues haberte esperado, deja que los calcetines se vayan por sí mismos... es que te adelantas.
Luego está el famoso temita de la tapa del váter. Voy a contar hasta diez porque no me quiero sulfurar... ¿Qué tapa es la que quieren que levantemos? Porque la tapa «tapa», la que tiene peluche rosa, ésa siempre la levantamos... ¿O no? ¡Yo no conozco a nadie que mee con esa tapa cerrada! ¡Pues no! Resulta que ellas se refieren a esa especie de aro que hay debajo... ¿Y a eso le llaman tapa? ¡Eso es un agujero! Además, la culpa de que siempre la manchemos la tienen ellas... Porque tú llegas a casa meándote encima, vas corriendo al baño y cuando estás a mitad, tan tranquilo, ella te suelta...
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