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Denis Diderot - Paradoja del comediante

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Denis Diderot Paradoja del comediante
  • Libro:
    Paradoja del comediante
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1830
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Paradoja del comediante: resumen, descripción y anotación

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Título original Paradoxe sur le comédien y Lettres sur le théâtre à Madame - photo 1

Título original: Paradoxe sur le comédien y Lettres sur le théâtre à Madame Riccoboni et à Mademoiselle Jodin

Denis Diderot, 1830

Traducción, prólogo y notas: Graciela Isnardi

Editor digital: IbnKhaldun

ePub base r1.2

Prólogo La historia de la literatura acostumbra a encasillar a los hombres de - photo 2

Prólogo

La historia de la literatura acostumbra a encasillar a los hombres de letras de manera excluyente, por una obra notoria, por haber resultado la más popular a lo largo del tiempo o por tratarse de un trabajo cuya elaboración demandó un esfuerzo casi imposible de igualar por el resto de los mortales. Este es el caso de Denis Diderot. La memoria de los lectores lo ha asociado —y lo asocia— de manera automática con Jean D’Alambert , como autor de La Enciclopedia. Lo cual no es poco debido a la trascendencia que alcanzó ese trabajo monumental en la revolución, no sólo de las ideas, sino también en el terreno político, incluso más allá de las fronteras francesas, como la obra más emblemática de la Ilustración.

Pero —como todos los encasillamientos— este también incurre en injusticia. Para un lector agudo como Italo Calvino, la obra de Diderot, en tanto novelista (cita Le neveu de Rameau y en especial Jacques le fataliste) posee la necesaria categoría para merecer encontrarse entre los libros de su preferencia en su póstumo Por qué hay que leerlos clásicos.

Para ubicar temporalmente a Diderot, vale recordar algunos pocos hitos de su biografía. Nació en Langres, en el Alto Marne, en 1713, hijo de un fabricante de cuchillos, quien lo envió al colegio de los jesuitas de su ciudad natal, donde estudió hasta recibir la tonsura. Para continuar sus estudios se trasladó a París y en 1732 obtuvo la maestría en artes y letras de la Universidad de París. Pasó más de una década de vida bohemia, labores administrativas en el despacho de un procurador, y también fue preceptor del hijo de algún alto funcionario de la monarquía (reinaba por entonces Luis XV).

En 1741 trabará una sólida, aunque no permanente, amistad con Jean-Jacques Rousseau, y dos años más tarde contraerá matrimonio —en secreto— con la hija de una lencera.

Su primera obra notoria fue la traducción del inglés del Ensayo sobre el mérito y la virtud de Shaftesbury, publicada el mismo año (1745) en que la librería Le Breton le encargó la dirección, compartida con D’Alambert , de la Enciclopedia, cuyo título completo, tal como figura en la portadilla de la primera edición es: Enciclopedia o Diccionario razonado de las artes y los oficios por una sociedad de genios de las letras.

Al mismo tiempo continuaba publicando sin pausa algunos textos que le acarrearon fuertes enfrentamientos con la censura. Incluso uno de sus libros iniciales: Pensamientos filosóficos, fue condenado por un decreto del Parlamento de París. Señala Charles Guyot: «En 1747 escribió Promenade du sceptique, obra no publicada hasta 1830. A instancias del cura de Saint-Médard, el subdirector general de policía, Berryer, fue informado por su subordinado Perrault, acerca de Diderot, “hombre muy peligroso y que habla con desprecio de los santos misterios de nuestra religión”». No sería el único choque con el poder: su publicación de Lettre sur les sourds et les muets á l’usage de ceux qui entendent et qui parlent, le acarrearía una temporada de más de dos meses en la cárcel de Vincennes, donde lo visita Rousseau. Ese encuentro que según el autor de El Contrato social le produjo una «iluminación» sería esencial en su obra posterior.

Tampoco fue bien recibida la aparición de los dos primeros tomos de la Enciclopedia. Tras la condena eclesiástica, la publicación quedó temporalmente suspendida. No era para menos; en el artículo dedicado a la «Autoridad política», Diderot cuestionaba la esencia misma del poder real al atacar a Bossuet y su teoría del origen divino de la monarquía. Pese a lo cual, los tomos siguieron apareciendo. Al mismo tiempo, a lo largo de los dieciséis años que dedicó a la obra, seguía dando a conocer ensayos, novelas y obras de teatro, aunque varios textos quedaron inéditos a su muerte ocurrida en París en 1783, sin que Diderot llegara a ver la revolución que su pluma había ayudado a gestar.

La Paradoja sobre el comediante fue escrita en 1773 (aunque permaneció inédita hasta 1830), el mismo año en que produjo Jacques le fataliste, una de sus más perdurables narraciones. Diderot recurre a un diálogo imaginario con un interlocutor al que trata de mostrarle (con una buena dosis de pedantería, es cierto) que las creencias de su tiempo sobre la actividad actoral eran falsas.

Definiciones, recuerdos de distintos intérpretes, la crítica de sus estilos, fatuidad, engolamiento o excesos sentimentales sobre el escenario, y la necesidad de un distanciamiento del texto para poder brindarlo sin fisuras constituyen el núcleo central de sus reflexiones.

Por momentos Diderot acentúa la ridiculización del pobre interlocutor, que apenas puede introducir algún bocadillo destinado sólo a que las tesis del autor chisporroteen con mayor luminosidad. Todo hace creer que en cada sentencia en la que trata de menoscabar las ideas de su oponente, debía tener en mente nombres de autores que acaso los contemporáneos pudiesen reconocer, pero hoy ha devorado el olvido. Anticipándose a ese destino de anonimato, Diderot ni se digna mencionarlos. Sí lo hace con algunos actores y actrices populares en su época y se encarga de puntualizar aspectos que él juzga cuestionables de sus estilos interpretativos.

El libro está destinado en esencia a refutar la idea de que es necesario que un actor sea sensible. Sostiene que la mayoría de la gente piensa —por ejemplo— que para poder transmitir sensaciones de tragedia al espectador, el intérprete debe estar triste. Y manifiesta su postura decididamente opuesta a la creencia en boga a mediados del siglo XVIII. Así afirma: «Si el comediante fuera sensible, ¿le estaría permitido de buena fe representar dos veces un mismo papel con el mismo calor y el mismo éxito? Muy cálido en la primera representación, estaría agotado y frío como un mármol a la tercera. Mientras que, imitador atento y discípulo reflexivo de la naturaleza, la primera vez que se presente en el escenario bajo el nombre de Augusto, de Cinna, Orosmán, Agamenón, Mahoma, copista riguroso de sí mismo o de sus estudios y observador continuo de nuestras sensaciones, su actuación, lejos de debilitarse, se fortificará con las nuevas reflexiones que recoja; se exaltará o se moderará, y usted quedará cada vez más satisfecho. Si es el mismo cuando representa, ¿cómo hará para dejar de ser él mismo? Y si quiere dejar de ser él mismo ¿cómo advertirá el punto justo en el cual debe colocarse y detenerse? (…) En cambio, el comediante que represente según la reflexión, el estudio de la naturaleza humana, la imitación constante según un modelo ideal, la imaginación, la memoria, será uno y él mismo en todas las representaciones, siempre con la misma perfección: todo ha sido medido, combinado, aprendido, ordenado en su cabeza; en su declamación no hay monotonía ni disonancias».

Esta estética que da la impresión de haber sido enfatizada por motivos didácticos, fue el primer intento de intelectualizar el hecho artístico, otorgando papel protagónico al razonamiento, el estudio y la técnica. En el siglo diecinueve, una vez pasadas las primeras oleadas del romanticismo, fueron varios los autores que retomaron las tesis de Diderot.

A casi dos centurias de distancia, después de interminables polémicas sobre el arte teatral, Bertolt Brecht, en su constante búsqueda del realismo, confirmaría lo enunciado por Diderot. Sostiene Brecht en sus

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