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Denis Diderot - Tratado de la barbarie de los pueblos civilizados

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Denis Diderot Tratado de la barbarie de los pueblos civilizados
  • Libro:
    Tratado de la barbarie de los pueblos civilizados
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1780
  • Índice:
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Tratado de la barbarie de los pueblos civilizados: resumen, descripción y anotación

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PRESENTACIÓN

En el año 1770 se publicó en Amsterdam, en francés, un libro que llevaba el largo título de Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Indes. En la cubierta no aparecía el nombre del autor, pero todo París sabía que el responsable de la obra era un polémico periodista y antiguo jesuita: el abbé Guillaume-Thomas Raynal. El contenido del libro fue revisado por dos veces: en una segunda edición ampliada, también anónima, publicada en La Haya en 1774, y en una tercera, publicada en Ginebra en 1780, en la que Raynal asumía por fin la paternidad de la obra. Tan pronto se tuvo noticia en Francia de esta edición, el Parlamento de París prohibió la circulación del libro, ordenó al verdugo que lo quemara en público y mandó detener al abate, quien tuvo que huir, primero a la Prusia de Federico II y luego a la Rusia de Catalina II, para encontrar refugio precario entre unos monarcas que aparecían por entonces como «ilustrados» o, por lo menos, protectores y amigos de los filósofos.

La Historia de las dos Indias, como empezó a ser llamado el libro, tuvo tal éxito que en veinte años conoció unas treinta ediciones legales y cuando menos otras tantas piratas. De estirpe enciclopédica, la obra reunía los conocimientos y las opiniones que hasta entonces tenían los europeos de la geografía y la historia de las dos Indias (Asia y América), pero contenía también reflexiones antropológicas, religiosas y morales y describía las formaciones económicas y sociales de los pueblos colonizados por los europeos. La crítica deslegitimadora de la acción de los imperios, que implicaba rechazar los fundamentos mismos de su «derecho» a colonizar y esclavizar a otros seres humanos, convertía a la Historia en un libro profundamente subversivo y por lo tanto atractivo para un lector que quisiera estar à la page y que pudiera encontrar en su lectura, además, la fuente de placer estético que buscaba en las narraciones de viajes, llenas de aventuras seminovelescas, y en el «descubrimiento» de gentes exóticas y países lejanos.

La Historia de las dos Indias no era, sin embargo, obra de un solo autor, sino que se trataba de un texto colectivo en el que habían colaborado algunos de los philosophes del momento amparados por la impunidad que les brindó Raynal, decidido a figurar como autor y correr con los riesgos políticos. En su papel de «coordinador», el abbé hizo con los textos de sus colaboradores lo que le vino en gana: los reprodujo por entero o solo en parte y sembró el libro de fragmentos dispares y dispersos, engarzándolos en sus propios textos, modificándolos, cortándolos y manipulándolos.

Siempre se sospechó, y hasta se reivindicó, que uno de los colaboradores de Raynal había sido Denis Diderot, pero esa hipótesis no pudo verificarse con precisión hasta los años cincuenta del siglo pasado, cuando, tras el descubrimiento del legado documental de su hija, empezaron a fijarse y editarse los textos salidos de la pluma del director de la Enciclopedia. Fue entonces cuando se pudo entender buena parte del éxito de la Historia de las dos Indias: los textos más sólidos, contundentes, radicales y brillantes del libro eran, efectivamente, de Diderot, quien había contribuido con más de doscientas aportaciones, que suponían en total unas setecientas páginas de las poco más de tres mil de que constaba la edición de 1780.

Nos ha parecido, pues, que valía la pena rescatar esos textos políticos de Diderot, prácticamente desconocidos e inéditos hasta ahora en lengua castellana. Ante la inconveniencia material de reproducirlos todos, hemos recogido en este libro, siguiendo en ello la edición de Laurent Versini, sus contribuciones mayores y más seguras a la Historia de las dos Indias, las que tienen mayor interés desde el punto de vista político y las que conservan un acento de indignación ante la injusticia y la arbitrariedad (acento que, nos parece, despierta una empatía inmediata en nuestros días).

En estos escritos, que presentamos bajo el título de Tratado de la barbarie de los pueblos civilizados, suscitado por Diderot mismo, el filósofo de Langres se plantea la naturaleza depredadora de la colonización del Nuevo Mundo, el supuesto derecho de los europeos a permanecer allí y el que asiste a los nativos para defenderse y rebelarse contra la opresión de aquellos. En su alegato contra la colonización forzada y el imperialismo europeo late la consciencia profunda de una moral universal bajo la que deben regirse todas las sociedades, ya sean bárbaras o civilizadas, una moral basada en la razón y que tenga como objetivo la búsqueda de la felicidad general.

Para Diderot, la principal obligación del estado nacido del pacto social es, precisamente, la persecución de esa felicidad general, del «bien común», que lo legitimará a su vez para exigir al hombre que vive en sociedad su entrega al cuerpo político al que pertenece, porque «los males de la sociedad se convierten en los males del ciudadano». Y el ciudadano solo necesita una virtud: la justicia; y no tiene más que un deber: ser feliz. Ahora bien, el interés general, el bien común, ha de pasar necesariamente por el respeto a los derechos del hombre. Por eso ataca duramente las raíces legitimadoras de unos estados que basan su existencia en la fuerza y la tiranía. En primer lugar, condena el absolutismo y el despotismo de unos monarcas de derecho divino que basan sus privilegios en libros sagrados, y, en seguida, denuncia a sus cómplices, los clérigos, cuyo fanatismo e intolerancia son consecuencias necesarias de la superstición (como denomina a la religión). Diderot irá hilvanando en sus escritos aspectos fundamentales de su teoría de la sociedad civil: la defensa de la igualdad de todos ante la ley, la libertad de prensa, la crítica de los abusos fiscales que aplastan a los pobres y exoneran a los ricos, el rechazo de la deuda nacional provocada por las guerras que también han de pagar los humildes, la condena de las guerras y de los tratados hipócritas que firman los soberanos sabiendo que no los van a respetar («Si habéis decidido ser injustos, dejad, al menos, de ser pérfidos»), la denuncia de la corrupción que reina en asilos y hospitales y la repugnancia que le produce un clero fanático y sedicioso, hasta el punto de aconsejar a Luis XVI que lo reduzca a una indigencia que «lo haga tan vil como inútil».

Aunque protegido por el anonimato, Diderot sabe bien que lo que está diciendo es anatema en su mundo y en su época: «el hombre que reivindique los derechos del hombre perecerá en el abandono o la infamia». Sin embargo, no hará otra cosa que reivindicar esos «derechos del hombre» —una expresión todavía inusual en la Francia de su tiempo— cuando defienda la dignidad no ya de los europeos, sino de todos los seres humanos y, por supuesto, de los colonizados y los esclavos, porque, si «en el tribunal de la filosofía y la razón» la moral es una «ciencia» que tiene como objeto la conservación y la felicidad común de la especie humana, ¿cómo aceptar la barbarie de los pueblos civilizados en sus colonias americanas?

A Diderot le interesa denunciar esa barbarie, pero más allá de abundar en el viejo relato de la inhumanidad de españoles, portugueses, franceses o ingleses, lo que le importa es profundizar en las causas de un comportamiento que, como europeo, le repugna y le avergüenza. Por eso, antes de reprocharles su miseria y su maldad, los contempla a través del espejo americano, y lo que ve en él es la degradación —los «vicios»— de la consciencia europea, la pérdida de valores humanos y sociales de unas naciones que se pretenden civilizadas, pero que no salen bien paradas en la comparación con los valores de los salvajes. Solo entonces alzará su voz contra los europeos para desmontar uno a uno todos sus mitos, sus excusas y sus autoengaños.

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