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Samuel Ramos - El perfil del hombre y la cultura en México

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Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México
  • Libro:
    El perfil del hombre y la cultura en México
  • Autor:
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    ePubLibre
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  • Año:
    1934
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El perfil del hombre y la cultura en México: resumen, descripción y anotación

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Título original: El perfil del hombre y la cultura en México

Samuel Ramos, 1934

Editor digital: IbnKhaldun

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Prólogo a la tercera edición Al publicarse la tercera edición de este libro me - photo 1

Prólogo a la tercera edición

Al publicarse la tercera edición de este libro, me parece oportuno responder a algunos comentarios que se han hecho sobre las tesis principales asentadas en él. Desde su aparición en el año 1934 el libro fue acogido con general interés, ya que rápidamente se agotó la primera edición, y en el año 1938 se hizo la segunda. Durante estos años, el libro se ha difundido ampliamente, no sólo en México, sino en todo el continente americano, siendo muy citado en multitud de artículos y libros que se refieren a la cultura de México o de América. Estos hechos revelan que el libro vino a abrir un nuevo campo a la investigación y al pensamiento, que, por lo general, había sido poco explorado. En nuestro país, algunas de las ideas —como, por ejemplo, las relativas a la psicología mexicana— se han convertido en lugares comunes, lo que demuestra su aceptación general. Pero uno de los efectos que más complacen al autor es el estímulo y la impulsión que el libro ha dado a los estudios sobre la psicología y la cultura mexicanas, ya sea sobre temas generales o bien sobre temas particulares de carácter monográfico.

Como la índole nueva de los temas tratados en el libro, así como su desarrollo, originaron cierto desconcierto cuando se trataba de catalogarlo en alguna de las disciplinas científicas establecidas, no se sabía bien si considerarlo como una critica más o menos apasionada de la vida mexicana, o como un verdadero ensayo de psicología social. Fue preciso que pasaran algunos años para que una crítica bien informada definiera lo que el libro es en verdad: un ensayo de caracterología y de filosofía de la cultura.

La idea del libro germinó en la mente del autor por un deseo vehemente de encontrar una teoría que explicara las modalidades originales del hombre mexicano y su cultura. Esta tarea implicaba una interpretación de nuestra historia, y conducía a descubrir ciertos vicios nacionales cuyo conocimiento me parece indispensable como punto de partida para emprender seriamente una reforma espiritual de México.

Nunca llegué a pensar que los vicios señalados en mi libro fueran incorregibles, salvo el caso de que se persistiera en ignorarlos y en mantener inconscientes sus causas psicológicas. Si se aceptan, aun cuando sea en tesis general, las afirmaciones de este libro, tiene que concederse también, como consecuencia lógica, que para que cualquier reforma de la vida mexicana se construya sobre bases sólidas, es de necesidad fundarla en una profunda reforma del carácter de nuestros hombres.

Hay quienes han querido interpretar una de las tesis fundamentales del libro —la de que el mexicano padece un sentimiento de inferioridad— como si ella implicara la atribución de una inferioridad real, somática o psíquica, a la raza mexicana. Nada está más lejos de mi pensamiento que esta última idea, pues he creído siempre que no es necesario suponer una verdadera inferioridad orgánica para explicar el sentimiento de inferioridad. Para dejar bien aclarado este punto, vale la pena exponer cuál es, a mi juicio, el mecanismo psicológico que determina aquel complejo.

Uno de los sentimientos más necesarios para sostener la vida de todo hombre, es el de la seguridad, que se afirma especialmente cuando el individuo tiene la ocasión de verificar la eficacia de sus aptitudes y de su poder. En otras palabras: es el éxito repetido de la acción lo que, progresivamente, va edificando en la conciencia individual el sentimiento de la seguridad. Es innegable que las circunstancias exteriores, favorables o adversas, puedan afectar seriamente aquel sentimiento; pero en lo fundamental, éste depende de un factor interno: de la mayor o menor confianza que el sujeto tiene de sí mismo. Cuando un hombre se siente plenamente dueño de sus fuerzas, no se arredra frente a las dificultades y problemas que le salen al paso; antes bien, encuentra en ellas un estímulo más para su voluntad, que, al vencerlas, ve aumentar su satisfacción. Se dice que todo hombre puede tener éxito en la vida, siempre que sea capaz de adaptarse a las circunstancias especiales en que actúa, de ponerse a la altura de ellas. Pero se comprende que la elasticidad humana es limitada, y con frecuencia se dan casos en los cuales la posibilidad de adaptación del individuo es inferior a lo exigido por las circunstancias externas. Sin embargo, esto no quiere decir que el mundo se haya cerrado para tales individuos. Cuando esto sucede, queda al hombre un recurso que él disfruta en exclusiva, y no, como el otro, en común con los animales. Quiero decir, que el hombre tiene la facultad de adaptar las circunstancias a sus posibilidades personales. Así, por ejemplo, puede mudar de sitio hasta encontrar el más adecuado a sus fines, o bien puede cambiar de ocupación para ejercitar la más concordante con su vocación o aptitud. Por desgracia, esta plena armonía del hombre con su ambiente de trabajo, no depende siempre de la inteligencia o de la voluntad, sino de fatalidades de orden social o económico que no se pueden eludir. Yo creo, sin embargo, que dentro de los marcos inflexibles que la vida impone a cada individuo, existe un pequeño margen para que disponga libremente de sus actos.

El hombre no es un ser que pueda atenerse al logro de lo necesario para vivir cada día. El deseo de sentirse seguro le impele a procurarse mucho más de lo que estrictamente exigen sus necesidades. No hay mejor manera de adquirir la conciencia de la seguridad que ser poderoso. Es así como el instinto de poder se encuentra arraigado en una exigencia vital de la naturaleza humana. No es extraño, entonces, que numerosos individuos, arrastrados por el afán de poder, se vean en el caso de ambicionar muchas más cosas de las que efectivamente están a su alcance. Supongamos, pues, a uno de estos individuos que se extralimitan en sus ambiciones, y observemos lo que sucede en su espíritu cuando trata de ponerlas en práctica. Si la desproporción que existe entre lo que quiere hacer y lo que puede hacer es muy grande, desembocará sin duda en el fracaso, y al instante su espíritu se verá asaltado por el pesimismo. Reflexionando en su situación, sin darse cuenta de su verdadero error, se imaginará que es un hombre incapaz; desde ese momento desconfiará de si mismo; en suma: germinará en su ánimo el sentimiento de inferioridad. Si un hombre que no sea físicamente débil pretende destacarse en un deporte, no teniendo, sin embargo, el grado de capacidad para lograrlo, puede muy bien contraer el sentimiento de inferioridad. El lector debe advertir que la desvalorización del sujeto en contra suya es absoluta, cuando de hecho su inferioridad es sólo relativa. Este sentimiento es el efecto de una inadaptación de sus verdaderos recursos a los fines que se propone realizar. El instinto de poder le empuja demasiado lejos, y le impide medir con exactitud sus fuerzas, provocando un desequilibrio entre lo que quiere y lo que puede. Comparando los resultados que obtiene con los que desea obtener, se considerará a sí mismo como un débil o un incapaz, es decir, como un hombre inferior. Pero nadie puede vivir con la conciencia agobiada por esas ideas depresivas, y si el individuo no reacciona prontamente contra ellas, está en peligro de convertirse en un suicida. Hay en él impulsos enérgicos de defensa que tienden a librarle de estas ideas contrarias a la vida. Es posible que, en algunos casos, descubra su error y rectifique la idea exagerada que tenía del valor de su personalidad. Entonces se pondrá en armonía con la realidad, y quedará convencido de que, dentro de una esfera más modesta de actividades, él es tan capaz como cualquier otro. El sentimiento de inferioridad desaparece, y el conflicto está resuelto, a la luz de una conciencia justa de la situación. Pero, por desgracia, no todos los hombres que sobreestiman su personalidad se hallan dispuestos a abandonar la idea halagadora que tienen sobre ella. Existe un tipo psicológico de hombres, cuyo propósito fundamental en la vida es hacer prevalecer su «yo». Se comprende que el instinto que predomina en tales sujetos es el instinto de poder. El amor, el dinero, la cultura, son ante él simples medios para hacer valer su personalidad. El psicólogo Jung ha designado a este tipo con el nombre de «introvertido». A todo está dispuesto un hombre así, menos a una cosa para él básica: a conceder que vale menos de lo que él piensa. Esta actitud mental es, justamente, el terreno más propicio al desarrollo del sentimiento de inferioridad. Pero, en tales casos, ¿cómo va a librarse de ese complejo, si mantiene con absoluta firmeza su falsa sobreestimación? La tensión entre el complejo de inferioridad y la alta idea de sí mismo se hace, a veces, tan violenta, que el individuo acaba en la neurosis. Sin embargo, en multitud de casos, el conflicto se resuelve sin rebasar los límites de la normalidad, de un modo que el individuo encuentra satisfactorio, aun cuando la solución no le sea benéfica. La única salida que se le ofrece es la de abandonar el terreno de la realidad para refugiarse en la ficción. Si se tiene en cuenta que el sentimiento de inferioridad aparece desde la niñez o la adolescencia, cuando el carácter empieza a formarse, se puede comprender que sus rasgos se orientarán a compensar aquel sentimiento. Los individuos que contraen el sentimiento de inferioridad adquieren una psicología muy especial, de rasgos inconfundibles. Todas sus actitudes tienden a darle la ilusión de una superioridad que para los demás no existe. Inconscientemente, substituye su ser auténtico por el de un personaje ficticio, que representa en la vida, creyéndolo real. Vive, pues, una mentira, pero sólo a este precio puede librar su conciencia de la penosa idea de su inferioridad.

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