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William S. Burroughs - Cartas del yagé

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William S. Burroughs Cartas del yagé

Cartas del yagé: resumen, descripción y anotación

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WILLIAM S BURROUGHS San Luis Misuri 5 de febrero de 1914 - Kansas 2 de - photo 1

WILLIAM S. BURROUGHS (San Luis, Misuri, 5 de febrero de 1914 - Kansas, 2 de agosto de 1997). Graduado en Harvard, ejerció innumerables oficios en Europa y América a lo largo de sus viajes. Su experiencia vital, legendaria y activa, y que transcurre entre México, París, Londres y Tánger, le proporcionó material de primera mano para sus novelas. Los ejes fundamentales de su obra son la sociedad de la posguerra en los países totalitarios del Este, la marginación de la homosexualidad y su propia experiencia con las drogas duras.

ALLEN GINSBERG 3 de junio de 1926 5 de abril de 1997 fue un poeta beat - photo 2

ALLEN GINSBERG, (3 de junio de 1926 – 5 de abril de 1997) fue un poeta beat estadounidense nacido en Paterson, New Jersey. Enlace entre el movimiento beat de los años cincuenta y los hippies de los años sesenta, compartió amistad con, entre otros, Jack Kerouac, Neal Cassady, William S. Burroughs, Patti Smith, Gregory Corso, Herbert Huncke y Bob Dylan.

La poesía de Ginsberg estaba muy influida por el modernismo, el romanticismo, el beat y la cadencia del jazz, además por su práctica del budismo Kagyu y su origen judío. Se consideraba heredero de William Blake y Walt Whitman. La potencia de los poemas de Ginsberg, sus largos versos y su exuberancia del Nuevo Mundo reflejaban la continuidad de la inspiración que reclamaba.

Hotel Mulvo Regís, Bogotá, 25 de enero de 1953

Querido Al:

Bogotá está situada en una planicie alta rodeada de montañas. La hierba de la sabana es de un verde claro, y aquí y allá se levantan sobre la hierba monolitos negros precolombinos. Es una ciudad de aspecto lúgubre y sombrío. El cuarto del hotel es un cubículo sin ventanas (en América del Sur, las ventanas son un lujo), con tabiques de madera prensada, color verde y una cama demasiado chica.

Durante largo rato estuve sentado en la cama paralizado por la depresión. Luego salí al aire frío y enrarecido para tomar algo, dando gracias a Dios por no haber venido a parar a esta ciudad enfermo por el opio. Tomé algunas copas y regresé al hotel donde un camarero feo y maricón me sirvió una comida que no valía gran cosa.

Al día siguiente fui a la Universidad en busca de datos sobre el yagé. Todas las ciencias están amontonadas en El Instituto. Es éste un edificio de ladrillos rojos, corredores polvorientos y oficinas sin nombre, en su mayor parte cerradas. Fui avanzando por sobre cestos, animales embalsamados y muestras botánicas. Estas cosas son continuamente llevadas de un lugar a otro sin ninguna razón aparente. De pronto, alguien sale de un escritorio y reclama algún objeto de esa mescolanza dejada en los pasillos y hace que se lo lleven a su oficina. Los ordenanzas, sentados sobre las cestas, fuman y saludan a todo el mundo dándole el título de «Doctor».

En una habitación grande y llena de polvo, de ejemplares de plantas y de olor a formol, vi a alguien que estaba buscando algo que no lograba encontrar, con un aire de aristocrático fastidio. Nuestras miradas se cruzaron.

«¿Qué habré hecho con mis muestras de cacao? Era una variedad nueva de cacao silvestre. ¿Y qué estará haciendo este cóndor embalsamado aquí en mi mesa?».

El hombre tenía el rostro delgado y fino, llevaba anteojos con montura de acero, una americana de tweed y pantalones de franela oscura. Sin la menor duda. Boston y Harvard. Se presentó como el doctor Schindler. Estaba relacionado con una Comisión de Agricultura de los Estados Unidos.

Le pregunté acerca del yagé. «Sí, dijo, aquí tenemos muestras. Venga y le mostraré», agregó, echando una última mirada en busca de su cacao. Me mostró un ejemplar seco de la planta de yagé, una trepadora de aspecto muy corriente. Sí, lo había tomado. «Conseguí colores, pero no visiones».

Me indicó con exactitud lo que yo necesitaría para el viaje, dónde debía ir y a quién debía ver. Le pregunté acerca del aspecto telepático. «Eso, claro, es pura imaginación», dijo. Me señaló el Putumayo como la región más fácilmente accesible donde podría encontrar yagé.

Me tomé unos días para reunir el equipo y conseguir el capital. Para una expedición a la selva se requieren medicamentos; el suero antiofídico, la penicilina, el enterovioformo y el aralén son esenciales. Además una hamaca, una manta y una bolsa de caucho llamada tula para llevar las cosas.

Bogotá es alta, fría, y húmeda; es un frío húmedo que se le mete a uno dentro como el frío enfermizo del opio. No hay calefacción en ninguna parte y uno nunca llega a calentarse. Como en ninguna otra ciudad que haya visto en América del Sur, se siente en Bogotá el peso muerto de España, sombrío y opresivo. Todo cuanto es oficial lleva el sello de Made in Spain.

Tuyo

William

José Leal 930, Lima, 8 de julio

Querido Allen:

De vuelta en Lima después de tres días de viaje en ómnibus. Los últimos cinco días en Pucallpa esperando salir, pero estaba atrapado por la lluvia y los caminos impracticables y el avión lleno.

El Teniente de Fragata hizo un «striptease» odioso con su uniforme. Todo el mundo gritaba: «Por Dios, no te lo quites». Empezó por tantearle el traste al camarero y a la mañana cada vez que yo pasaba frente a su cuarto corría a la puerta, me mostraba su erección y decía: «Hola, Bill». Hasta los otros peruanos estaban incómodos.

El vendedor de muebles quería dedicarse al negocio de la cocaína, hacerse rico, vivir en Lima y tener un Cadillac bien largo. ¡Dios mío! La gente cree que no hay más que meterse en un negocio sucio para hacerse rico de la noche a la mañana. No comprenden que los negocios, honestos o deshonestos, son el mismo dolor de cabeza de mierda. Y el viejo alemán seguía y seguía con el asunto del tesoro.

Me estaba volviendo loco con su charla tonta y sus estúpidos chistes hispánicos. Me sentía como Ruth en medio del trigo ajeno. Cuando dijeron que la literatura norteamericana era inexistente y la inglesa muy pobre, perdí los estribos y les dije que el lugar de la literatura española era la letrina, colgada de un gancho junto con los catálogos viejos de Montgomery Ward. Estaba temblando de rabia y me di cuenta hasta qué punto el lugar me estaba afectando.

Conocí a un joven dinamarqués y tomé yagé con él. Lo vomitó de inmediato y desde entonces me ha evitado: evidentemente pensó que había tratado de envenenarlo y que únicamente se había salvado gracias a la rápida reacción de su higiénico estómago escandinavo. No he conocido nunca un escandinavo que no fuera tonto de nacimiento.

Un terrible viaje en ómnibus de vuelta a Tingo María donde me emborraché y donde me ayudó a meterme en la cama el más encantador ayudante de camionero.

Pasé dos días en Huanaco. Un basural horrible. Pasé el tiempo dando vueltas y sacando fotos, tratando de conseguir las montañas secas y peladas, el viento en los álamos polvorientos, las plazas con cupidos y estatuas de generales y los indios descansando con el particular abandono sudamericano, mascando coca —el gobierno la vende en establecimientos controlados— sin hacer absolutamente nada. A las cinco tomaba unas copas en un restaurante chino, donde el propietario se escarbaba los dientes y revisaba sus libros.

Qué sensatos son y que poco esperan de la vida. Me pareció que tenía aspecto de opiómano, pero con los chinos nunca se está seguro. Todos tienen básicamente aspecto de opiómanos. Entró un loco al bar y empezó a hacerme un largo cuento incomprensible. Tenía la cifra $ 17 000 000 escrita en la espalda sobre la camisa y se dio vuelta para mostrármela. Luego se puso a hablarle al propietario. El propietario estaba sentado escarbándose los dientes. No demostró ni desprecio, ni diversión ni simpatía. Siguió sentado escarbándose un molar y de vez en cuando sacaba el escarbadiente y le observaba la punta.

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