Richard Ford - Manual para viajeros por Cataluña y lectores en casa
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- Libro:Manual para viajeros por Cataluña y lectores en casa
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1845
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Manual para viajeros por Cataluña y lectores en casa: resumen, descripción y anotación
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El Principado catalán —Cataluña— constituye el rincón nordeste de la Península: su forma es triangular, con el mar Mediterráneo a manera de base. Está limitado al Norte por los Pirineos, al Oeste por Aragón y al Sur por Valencia. Tiene alrededor de mil leguas cuadradas, su población pasa del millón y va en aumento. Su litoral tiene unas sesenta y ocho leguas de longitud y al Norte está ceñido por las laderas de los Pirineos. La costa se abre al Sur a partir de la bahía de Rosas, pero carece de buenos puertos. Es una provincia de montañas y llanuras. Las primeras, al Noroeste, están cubiertas de nieve; las eminencias más bajas, de arbolado, y los valles, de verdor, regado cada uno por su propio riachuelo. Esta barrera que separa a España de Francia está cortada por pintorescos y enrevesados parajes, bien conocidos del contrabandista. Un camino real penetra en Francia por Gerona; los otros caminos reales que hay van hasta Zaragoza y Valencia, y son buenos. Existe el proyecto de tender una nueva Carretera desde Barcelona a Madrid por Mora del Ebro y Molina de Aragón: de esta manera se ahorrará una distancia de cien millas entre la capital y su Manchester. Se habla también de un ferrocarril desde Mataré hasta la frontera y de otro hasta Tortosa. Entre tanto, el comercio va por el lento camino de Almansa y Valencia, o bien por Calatayud y Zaragoza. Los diligentes y activos catalanes están entre los mejores comerciantes, posaderos y transportistas de España; y así, «Vamos al catalán» equivale en muchos lugares a ir a una tienda. El transporte de mercancías ha dado lugar a una tribu de Caleseros, Carreteros, Arrieros, así como de Venteros, en cuyas posadas paran aquéllos. Una larga experiencia en el tráfico les ha acostumbrado a la carretera, sus necesidades y sus hospedajes, dando origen al sistema de diligencias español.
Los principales ríos desaguan en el Mediterráneo. Y son el Fluvia, cerca de Figueras; el Ter, junto a Gerona; el Llobregat, al lado de Barcelona, y el Francolí, vecino a Tarragona: pero el Ebro es la gran aorta que recibe a lo largo de su camino multitud de afluentes. El Cenia separa a esta provincia de Valencia, y con él puede decirse que dejamos la tierra caliente, o zona cálida, que se extiende al sudeste desde Andalucía. El clima y los productos de la tierra varían ahora según la altura: las eminencias son frías y templadas; las zonas marítimas, cálidas y soleadas; pero sean clima y suelo favorables o no, la industria y el trabajo de los catalanes vencen todos los obstáculos, y las rocas dispuestas en terrazas se ven forzadas a producir alimentos. De las piedras sacan panes, mientras en los valles, a fuerza de paciencia, la hoja de la morera se convierte en tela de raso. La comarca de Tarragona, como en tiempos de Plinio, produce vinos que, una vez rancios, o sea madurados por la edad, son excelentes; los mejores de éstos son los de Benicarló, y también las deliciosas malvasías dulces de Sitges. Las nueces, llamadas corrientemente de Barcelona, son también un producto muy apreciable. La Algarroba es la comida normal de los animales, y a veces también de los seres humanos. Los cereales, excepto cerca de Urgel, no son muy buenos, y, como sucede con el ganado, se traen de Aragón. La abundancia de pescado, sin embargo, sirve de compensación, y su pesca ha hecho que los catalanes cuenten entre los mejores marinos de España. En el Principado abunda la barrilla o sosa, sobre todo en las cercanías de Tortosa. En las montañas se encuentran mármoles y minerales, así como jaspes y alabastros; los mejores son los de Tortosa y Cervera. El hierro abunda en los Pirineos, y el carbón, en Ripoll y Tortosa. La montaña de sal de Cardona es realmente única. Hay ocho ciudades catedralicias, de las que Tarragona, sede metropolitana, y Barcelona son las más interesantes. Cataluña no ha producido nunca mucho arte o literatura; el comercio y las artes utilitarias han sido las ocupaciones obsesivas de sus habitantes, sobre todo durante estos cuatro últimos siglos. Las cosas más dignas de verse son los Pirineos, las minas de sal de Cardona, el convento de Montserrat y la ciudad y antigüedades de Tarragona. La arquitectura eclesiástica tiene más ejemplos de la gótico-normanda de lo que es habitual en España.
Los catalanes no son muy corteses y hospitalarios con los forasteros, a quienes temen y odian. No son ni franceses ni españoles, sino sui generis tanto por lo que se refiere al idioma como al vestido y las costumbres; la aspereza, la actividad y la industria manufacturera de las zonas cercanas a Barcelona bastan por sí solas para advertir al viajero de que ya no se encuentra en la nobiliaria e indolente España. Son un resto de Celtiberia y suspiran por su independencia perdida; y no hay provincia del mal unido manojo que constituye la monarquía convencional de España que cuelgue menos firmemente de la Corona que Cataluña, esta región clásica de la revuelta, siempre dispuesta a emprender el vuelo: rebeldes y republicanos, bien pueden los indígenas llevar el gorro color sangre del muy prostituido nombre de la libertad. Tanto ellos como su país son la maldición y la debilidad de España y una perpetua dificultad para los gobiernos. Cataluña es el niño mimado de la familia peninsular, al que, a pesar de ser el más díscolo e ingobernable, se sacrifica al resto de la prole. Los catalanes, tremendamente egoístas, tienen muy poca consideración para con las demás provincias; y su carácter activo, sufrido y turbulento les hace difíciles para la pasiva indolencia del resto de la península. Sin embargo, por ásperas que sean sus maneras, se dice que una vez bien conocidos resultan sinceros, honrados, honorables y, en una palabra, diamantes en bruto. Su lenguaje corresponde a su carácter, ya que hablan una especie de duro lemosín con hosca entonación. El «Diccionario Manual», de Roca y Cerdá, octavo, Barcelona, 1824, sirve de útil intérprete entre el español y el catalán. Los catalanes, que son gente físicamente robusta, son fuertes, nervudos y activos, sufridos en las fatigas y las privaciones, bravos, audaces y obstinados, prefiriendo morir a ceder. Son materia prima de excelentes soldados y marinos, y siempre que han sido bien mandados han demostrado su valor e inteligencia tanto en mar como en tierra. El comercio y la libertad, que de ordinario sirven para educar a la humanidad, no han conseguido nunca eliminar sus supersticiones; y así vemos que sólo Barcelona tenía en 1788 82 iglesias, 19 conventos de frailes y 18 de monjas, además de oratorios, etc. (Ponz, XIV, 7).
Estos fieros republicanos, rebeldes al cetro, siempre han inclinado la cerviz ante la cogulla y el báculo; como sucede con los valencianos, mientras tiemblan ante la idea sola de desobedecer a un ritual prescrito por un monje, no vacilan en matar a un hombre; pero sus antepasados fueron los primeros en deificar a Augusto en vida. Dieron así ejemplo de servilismo a los españoles y acabaron siendo despreciados hasta por Tiberio por haberle erigido templos (Tácito, Anales, I. 78, IV. 737).
Los catalanes, bajo los reyes aragoneses, tuvieron durante el siglo XIII la iniciativa en la conquista marítima y el derecho del mar. El comercio nunca les pareció una degradación, hasta que su provincia fue anexionada por los orgullosos castellanos, lo que representó el primer golpe serio asestado a su prosperidad. Fue entonces cuando comenzaron las constantes insurrecciones, guerras y ocupaciones militares, que hundieron el comercio pacífico. A esto sucedió la invasión francesa y la pérdida de las colonias sudamericanas. El antiguo comercio de exportación ha disminuido por tanto considerablemente, excepción hecha de Cuba, donde, quedando reducido al mercado interno, tiene que competir con Francia e Inglaterra. Cataluña es a la primera lo que Gibraltar a la segunda, es decir, una puerta de entrada de mercancías de contrabando. «Todo el mundo se dedica al contrabando» (véase lo dicho sobre Ronda), sobre todo los funcionarios, comisarios y guardias de aduanas. La exhortación a «proteger las incipientes manufacturas nacionales» por medio de fuertes gravámenes contra las mercancías extranjeras es la cortina de humo oficial que camufla la entrada clandestina de mercancías prohibidas. La importación de mercancías inglesas en España por valor de alrededor de un millón y medio se compensa comprando por lo menos el doble en vino, aceite, fruta y otros productos españoles, con lo que la balanza de pagos suele ser favorable a España. Los franceses hacen mejor las cosas: venden alrededor de tres millones y compran aproximadamente la mitad.
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