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Richard Ford - Manual para viajeros por León y lectores en casa

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Richard Ford Manual para viajeros por León y lectores en casa
  • Libro:
    Manual para viajeros por León y lectores en casa
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    1845
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Manual para viajeros por León y lectores en casa: resumen, descripción y anotación

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Generalidades

A pesar de su gran importancia, por estar situado fuera de las rutas más usadas por los viajeros, el reino de León no es tan visitado como merece. Abunda en lugares de incomparable interés militar; la escultura policromada es de primera categoría; el paisaje del Bierzo y las Sierras es magnífico, y la pesca excelente. Las principales ciudades, Salamanca, Valladolid y León, están llenas de interés arquitectónico y artístico, mientras para el historiador los archivos de España están enterrados en Simancas. Los meses de verano son los mejores para viajar por los montes, y la primavera y el otoño para las llanuras.

El Reino de León se extiende desde las llanuras de las Castillas hasta las laderas de las Sierras gallega y asturiana. Es uno de los más antiguos de los antes separados e independientes reinos de la Península, porque los naturales, al estar situados cerca de las guaridas montañeras de donde el León de los godos se volvió en seguida contra el moro, estuvieron entre los primeros en rechazar al infiel invasor, cuya fuerza allí era pequeña y su resistencia débil en comparación con su profundo aferramiento y defensa en Andalucía. Por otro lado, cuando contemplamos las monótonas estepas y las ásperas montañas de León y pasamos la barrera montañosa para entrar en la fría y húmeda Asturias, no podemos sorprendernos de que el árabe, amante de la llanura y el sol, se volviera en seguida hacia el sur, más cercano a sus gustos. El dominio cristiano fue extendido por Alonso el Católico, quien, entre los años de 739 y 757, ocupó y reconquistó las llanuras que bajan hasta el Duero y el Tormes. Los moros, sin embargo, continuaron haciendo anualmente Algaras o incursiones por estos lugares, más por motivos de saqueo que de reconquista. De esta forma, esta zona fronteriza caía alternativamente en manos de cristianos e infieles, hasta que, alrededor del año 910, García pasó su corte de Oviedo a León y dio su actual nombre a su nuevo reino para distinguirlo de los de Castilla, Navarra y otros condados y señoríos. Y lo cierto es que las cadenas de montañas que desde Cataluña hasta Galicia separan las comarcas unas de otras dividían al país política tanto como geográficamente, y la tierra así dislocada parecía crear distintos principados pequeños, impedir la unidad nacional y fomentar las divisiones locales y esa independencia aislada que es tendencia perenne de este país tan poco homogéneo; los primeros condes, señores, duques o reyes (jeques, en realidad) cristianos eran rivales entre sí, y cuando no estaban en guerra contra el moro peleaban unos contra otros de manera verdaderamente ibérica, Bellum quam otium malunt; si extraneus deest, domi hostem quaerunt (Just., XLIV, 2). La línea masculina de los reyes de León terminó en 1037 con Bermudo III, cuya hija pasó la corona a su marido, Femando de Castilla; éste dividió de nuevo sus dominios en su testamento, los cuales, sin embargo, fueron reunificados por su hijo Sancho, y León y Castilla se vieron finalmente reunidos en la persona de Fernando el Santo, no habiéndose vuelto a separar desde entonces.

El reino tiene alrededor de veinte mil millas cuadradas de extensión, con un millón de habitantes. Estos agricultores duros y sin apenas cultura no cambian ni sus hogares ni sus costumbres; son gente rutinaria, enemiga de innovaciones, y se aferran a las maneras de sus antepasados; y, sin embargo, aunque dedicados puramente al cultivo de la tierra, su práctica de la agricultura es bárbaramente atrasada y siguen arando a la manera primitiva de Triptolemo y las Geórgicas; la mayor parte de estos campesinos son lentos en el progreso y se resisten a la prisa tanto como sus mismas mulas. Las mentes, al igual que sus pesadas y chirriantes ruedas (véase índice, Chillo), están obstruidas por la suciedad y los prejuicios que se han ido acumulando en ellas desde el diluvio.

Los rasgos secundarios del carácter leonés están influidos por diferencias locales, y el campesino está sujeto al influjo de la naturaleza misma que le rodea. Así, pues, cerca del Sil, el leonés se parece a los montañeses gallegos, de la misma manera que, en la Sierra, cerca de Asturias, participa del carácter asturiano, y en las partes meridionales de su tierra se distingue muy poco de los castellanos viejos (véase sección XI). Estas llanuras producen gran cantidad de grano y garbanzos, y un vino tinto fuerte que se elabora cerca de Toro. Las montañas al norte están bien provistas de madera y sus valles llenos de pastos refrescados por bellos arroyos trucheros. En estos lugares, muy poco visitados, el forastero encontrará una hospitalidad sencilla pero abierta. La cuenca de agua dulce y tierra gredosa llamada tierra de Campos, entre Zamora, León y Valladolid, es la tierra de Ceres; pero, aunque el pan es una medicina y no hay leyes referentes al trigo, apenas hay tierra en que la gente sea tan frugal y miserable como aquí; viven en chozas de barro, hechas de ladrillos sin cocer o adobes, como los tub-ny de los árabes, y el país compite con La Mancha en incomodidad. La comarca es tan poco interesante como las ventas incómodas; ¡ay del que recorra a caballo estas interminables llanuras en invierno o en verano!, porque los caminos, o como se les quiera llamar, están entonces cubiertos de barro hasta los tobillos o hasta el eje, o cegados por un polvo salitroso que parece arder bajo el sol africano.

Cerca de Salamanca, sin embargo, las cosas mejoran, y muchos de los labradores son acomodados y viven en granjas aisladas, Montaracías, donde se cultiva mucho trigo, que se exporta a Andalucía. Crían también ganado en gran escala, y se las arreglan para guardarlo con la honda primitiva, como cerca de San Roque. Los conocedores, o vaqueros, tienen en vereda a los animales, los agarrochan a caballo, de la misma manera que sus descendientes en Sudamérica. Cuando marcan al ganado y en sus fiestas familiares, herraduras y fiestas de familia, así como en sus bodas, abren sus casas, con grandes banquetes, bebida, canciones y el baile de las habas verdes; estos festejos están fielmente descritos en Don Quijote, en las bodas de Camacho. Siguen siendo como las convivia festa Carduarum de Marcial (IV, 55, 17); y así eran también las trasquiladuras de ovejas de Nabal (1 Samuel, XXV, 36), que «hacía fiesta en su casa, como la fiesta de un rey».

Las casas de los humildes leoneses, como sus corazones, están siempre abiertas a los ingleses; no han olvidado la honradez, justicia y buena conducta de nuestros victoriosos soldados, que contrasta con la rapiña, el sacrilegio y el derramamiento de sangre del enemigo derrotado. Recuerdan Salamanca, y también a aquel a quien llaman el «gran señor», El gran lor, el Cid de Inglaterra; y muchos años después de sus victorias sobre los franceses seguían pensando que iba a volver, posiblemente para ser coronado rey de Castilla. Sus casas están bien amuebladas y son limpias, porque aquí, como en otras partes de las comarcas poco visitadas de la Península, la suciedad y la incomodidad se alojan en la posada, cuyas habitaciones son adecuadas para las bestias y los muleros que las usan. Una peculiaridad de sus casas es la altura de las camas; los colchones y almohadas tienen con frecuencia bordados de leones y castillos, y las sábanas, ásperas pero limpias y tejidas en casa, están bordadas con flecos y randas.

El traje campesino cerca de Ciudad Rodrigo y Salamanca es curioso y caro; el traje de los domingos es más caro que el de los pares que asisten a la ceremonia matinal en la capilla de Whitehall, incluido el de El gran Lor. El Charro y Charra leoneses son aquí lo que el Majo y la Maja en Andalucía, por lo menos por lo que se refiere a los atuendos alegres y costosos, gozo de las naciones a medio civilizar; pero estos descendientes de los godos no tienen nada de la

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