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Richard Ford - Las cosas de España

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Richard Ford Las cosas de España
  • Libro:
    Las cosas de España
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1846
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Las cosas de España: resumen, descripción y anotación

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Capítulo Primero

CAPÍTULO PRIMERO

OJEADA GENERAL SOBRE ESPAÑA. — REY DE LAS ESPAÑAS. — PRIORIDAD DE CASTILLA. — LOCALISMO. — FALTA DE UNIÓN. — ESPAÑOLISMO.— MONSIEUR THIERS EN ESPAÑA.

El reino de España, que aparece tan compacto en el mapa, se compone de varias regiones distintas, cada una de las cuales formó un reino independiente en tiempos pasados; y a pesar de que ahora están unidas por matrimonios, herencias, conquistas y otras circunstancias, las diferencias originales, tanto geográficas como sociales, continúan sin alteración. La lengua, trajes, costumbres y carácter local de los habitantes son tan varios como el clima y las producción del suelo. Las cadenas de montañas que atraviesan toda la Península y los profundos ríos que separan algunas partes de ella han contribuido durante muchos años, como si fuesen murallas y fosos, a cortar la comunicación y a fomentar la tendencia al aislamiento, tan común en los países montañosos, donde no abundan los buenos caminos y los puentes. Una circunstancia semejante hizo que el pueblo de la antigua Grecia se dividiese en pequeños principios, tribus y familias. Asimismo, en España, el hombre de una comarca, siguiendo el ejemplo de la Naturaleza de que está rodeado, tiene poco de común con el de la comarca vecina; y estas diferencias se han aumentado y perpetuado por los antiguos celos y las inveteradas malquerencias que han persistido tenazmente en regiones pequeñas y contiguas.

El término general «España», conveniente para geógrafos y políticos, parece hecho para despistar al viajero, pues sería muy difícil afirmar una cosa, por sencilla que fuese, de España o los españoles que pudiera ser aplicable a todas sus heterogéneas partes. Las provincias del noroeste son más lluviosas que Devonshire, mientras que las llanuras del Centro son más secas que los desiertos de Arabia, y los litorales del Sur y Levante semejan totalmente a Argelia. El rudo agricultor gallego, el industrioso artista catalán, al alegre y voluptuoso andaluz, el taimado y vengativo valenciano, son tan esencialmente distintos entre sí como otros tantos personajes de una mascarada. Será más conveniente en todo caso al turista estudiar cada provincia aislada y analizarla en detalle, prosiguiendo las observaciones de sus particularidades, sus características sociales y naturales o la idiosincrasia de cada región, en particular, que la distingue de sus vecinas. Los españoles que han escrito su geografía y estadísticas, los cuales, lógicamente pensando, habrán de conocer perfectamente su país y sus instituciones, han encontrado prudente admitir este sistema, teniendo en cuenta la imposibilidad de tratar a España (donde la unidad no es unión) como un conjunto.

No hay rey de España: entre la infinidad de reinos que aparecen en las listas, el de «España» no figura: consta Rey de las Españas, Rex Hispaniarum, no Rey de España. Felipe II, llamado por sus contemporáneos el Prudente, deseando unir a sus heterogéneos súbditos, después de consolidar su dominio con la conquista de Portugal, trató de llamarse rey de España, como en realidad era; pero esta alteración no estuvo al alcance de su despotismo, por oponerse a ella resueltamente Aragón y Navarra, que nunca perdieron la esperanza de sacudir el yugo de Castilla y recobrar su antigua independencia, mientras que las provincias de la vieja y la nueva Castilla rehusaban comprometer en modo alguno su derecho de preeminencia. Estas provincias, antiguamente como ahora, tomaron la primacía en la nomenclatura: castellano es sinónimo de español y de la cepa más genuina. Castellano a las derechas significa ser español hasta la médula; hablar castellano es la expresión más correcta para decir que se habla español. España estuvo mucho tiempo sin la ventaja de una metrópoli fija como Roma, París o Londres, que han sido capitales desde su fundación, y reconocidas y consideradas como tales. En España han sido capital León, Burgos, Toledo, Sevilla, Valladolid y otras. Este cambio constante y la preeminencia poco duradera ha contribuido a hacer insignificante la superioridad de una provincia sobre otra, y ha sido causa de una debilidad nacional que ha originado rivalidades y disputas por el derecho de prioridad, fuente la más copiosa de discusiones en un pueblo de reconocida suspicacia. De hecho, el Rey es el Estado, y dondequiera que se instale allí está la Corte, palabra sinónimo de Madrid, que pretende ser la única residencia del soberano —Die Residenz, como dirían los alemanes—. Comparada con las ciudades mencionadas anteriormente, es una población moderna que, no teniendo obispo o catedral, como algunas provincias antiguas, que tienen incluso dos, no ha alcanzado el título de ciudad, sino el de villa. En momentos de peligro nacional ejerce poca influencia sobre la Península; al mismo tiempo, por ser la residencia de la Corte y del Gobierno, y por lo tanto el centro del favoritismo y de la moda, atrae a todos aquellos individuos que aspiran a hacer fortuna; pero la capital es presa de las ambiciones más bien que de los afectos de la nación. Los habitantes de las provincias creen de buena fe que Madrid es la Corte mayor y más rica del mundo, pero su corazón permanece fiel a sus respectivas regiones. Mi paisano no quiere decir español, sino andaluz, catalán, etcétera. Cuando se pregunta a un español: ¿de dónde es usted?, suele contestar: Soy hijo de Murcia, de Granada, etc. Algo semejante a los «hijos de Israel» y al «Beni» de los moros españoles. Hoy también los árabes de El Cairo se llaman hijos de tal ciudad: Ibn el Musr, etc.; asimismo los irlandeses se titulan «hijos de Tipperary», etcétera, y están dispuestos a pelearse con todos los que no son del mismo origen; y cosa parecida es la unión de los escoceses, que en realidad existe en todas partes, pero no tan extendida como en España, donde el ser de la misma provincia o ciudad crea una especie de masonería que une a sus individuos como compañeros de escuela. En realidad en un hogar (home) movido por las mismas pasiones. Todos sus recuerdos, sus comparaciones, sus elogios se refieren siempre al lugar de su nacimiento; nada para ellos puede rivalizar con su provincia: ésta es su única patria. La Patria, que significa España entera, es un motivo de declamación, de hermosas frases, palabras, a las que, como los orientales, todos gustan de entregarse, y para las que su idioma grandilocuente les presta facilidad; pero su patriotismo es de parroquia, y la propia persona es el centro de gravedad de todo español. Como los alemanes, gustan de cantar y declamar en honor de la Patria. En ambos casos la teoría es espléndida; pero en la práctica, cada español piensa que su provincia o su pueblo es lo mejor de España y él el ciudadano más digno de atención. Desde tiempos muy remotos hasta el presente a todos los observadores les ha sorprendido este localismo, considerándolo como uno de los rasgos característicos de la raza ibera, que nunca quiso uniones, que jamás, como dice Estrabón, puso juntas sus escuelas, ni consintió en sacrificar su interés particular en aras del bien general; por el contrario, en momentos de necesidad siempre ha propendido a separarse en juntas diversas, cada una de las cuales sólo piensa en sus propias miras, totalmente indiferente al daño ocasionado, que debería ser la causa de todos. El peligro y el interés general apenas logran reunirlos, pues la tendencia de todos es más bien huirse que atraerse unos a otros. Alejado el enemigo común, inmediatamente vienen a las manos, sobre todo si hay botín para repartir; apenas alguna vez, como sucede en Oriente, la energía de un hombre puede unir las voluntades sueltas con la fuerza de hierro de una inteligencia privilegiada, como el aro sujeta las duelas de un tonel; pero apenas el aro se afloja, se desunen aquéllas. De este modo se ha neutralizado la virilidad y vitalidad del noble pueblo, que tiene un corazón honrado y miembros fuertes, pero, como en la parábola oriental, necesita «una cabeza» que dirija y gobierne. España es hoy, como siempre ha sido, un conjunto de cuerpos sostenidos por una cuerda de arena, y, como carece de unión, tampoco tiene fuerza y ha sido vencida en grupos sueltos. La frase tan traída y llevada de

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