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Steven Runciman - El Reino de Jerusalén y el Oriente Franco 1100-1187

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Steven Runciman El Reino de Jerusalén y el Oriente Franco 1100-1187
  • Libro:
    El Reino de Jerusalén y el Oriente Franco 1100-1187
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    ePubLibre
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  • Año:
    2018
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El Reino de Jerusalén y el Oriente Franco 1100-1187: resumen, descripción y anotación

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Prefacio

En este volumen he intentado narrar la historia de los estados francos de Ultramar, desde que subió al trono el rey Balduino hasta la reconquista de Jerusalén por Saladino. Es una historia que ha sido narrada ya por autores europeos, especialmente por Róhricht, con minuciosidad germánica, y por René Grousset, con elegancia e ingenuidad francesas, y, demasiado brevemente, en inglés, por W. B. Stevenson. He abarcado el mismo campo y utilizado las mismas Fuentes principales que estos autores, pero me he aventurado a dar a las pruebas una interpretación que a veces difiere de la de mis predecesores.

El relato no puede ser siempre sencillo. Sobre todo, la política del mundo musulmán a principios del siglo XII exige un análisis a fondo, y hay que comprenderla si queremos entender la fundación de los estados cruzados y de las causas posteriores de la recuperación del Islam.

El siglo XII no experimentó ninguna de las grandes migraciones de razas que caracterizaron al siglo XI, y que iban a volver a presentarse en el XIII para hacer más compleja la historia de las últimas Cruzadas y la decadencia y derrumbamiento de Ultramar. En lo esencial, es posible concentrar nuestra principal atención en Ultramar.

Pero no podemos perder de vista el trasfondo más amplio de la política europea occidental, las guerras religiosas de los príncipes españoles y sicilianos, la preocupación de Bizancio y el Califato de Oriente. La predicación de San Bernardo, la llegada de la flota inglesa a Lisboa y las intrigas palaciegas en Constantinopla y Bagdad constituyen episodios del drama, si bien el punto culminante se alcanzó en un calvero de Galilea.

El tema principal de este volumen es la guerra; y al describir las muchas campañas y correrías he seguido el ejemplo de los antiguos cronistas, que sabían su oficio, porque la guerra era el fondo de la vida en Ultramar, y los azares en el campo de batalla decidieron a menudo su destino. Pero he incluido en este volumen un capítulo sobre la vida y organización del Oriente franco. Espero dar una visión de su desarrollo artístico y económico en mi volumen siguiente. Estos dos aspectos del movimiento de las Cruzadas alcanzaron su pleno desarrollo en el siglo XIII.

En el prefacio al volumen primero he mencionado a algunos de los grandes historiadores que me han ayudado con sus obras. Aquí tengo que rendir un tributo especial a la obra de John La Monte, cuya prematura muerte ha sido un golpe cruel para la historiografía de las Cruzadas. Le debemos, más que a todos los demás, el conocimiento especializado del sistema de gobierno en el Oriente franco.

También quiero reconocer mi deuda con el profesor Claude Cahen, de Estrasburgo, autor de una extensa monografía sobre la Siria del Norte y de varios artículos que son de suprema importancia para nuestro tema.

Debo expresar mi agradecimiento a los muchos amigos que me han ayudado en mis viajes por Oriente y de manera particular a los Ministerios de Antigüedades de Jordania y del Líbano y a la Iraq Petroleum Company.

Mi gratitud también a los síndicos de Cambridge University Press por su amabilidad y paciencia,

STEVEN RUNCIMAN

Londres, 1952.

[Las citas de las Escrituras al principio de cada capítulo se han tomado, para la versión española, de la Sagrada Biblia, ed. Bover, S. J. Cantera, B. A. C., 3. a edición, Madrid, 1953.

Los nombres propios árabes, sirios, armenios, turcos, etc., se han conservado generalmente con la misma grafía utilizada por el autor. —N. del T.]

Libro I

LA FUNDACION DEL REINO

Capítulo I

ULTRAMAR Y SUS VECINOS

«Etes devoradora de hombres y has arrebatado

sus hijos a tu nación».

(Ezequiel, 36, 13)

Cuando los ejércitos francos entraron en Jerusalén, la primera Cruzada alcanzó su meta. Pero si los cristianos querían conservar la Ciudad Santa, y si el camino hacia ella debía facilitarse a los peregrinos, era necesario un gobierno estable, con defensas de confianza y comunicaciones seguras con Europa. Los cruzados que pensaban quedarse en Oriente estaban bien enterados de sus necesidades. El breve reinado del duque Godofredo anunció los comienzos de un reino cristiano. Pero Godofredo, no obstante todas sus estimables cualidades, era un hombre débil y necio. Por envidia disputó con sus colegas; por auténtica piedad cedió demasiado de su poder en favor de la Iglesia. Su muerte y sustitución por su hermano Balduino salvaron el reino naciente. Porque Balduino poseía la sabiduría, la previsión y la tenacidad propias de un político. Pero la tarea que le esperaba era formidable, y tenía pocos auxiliares en los que confiar. Todos los grandes guerreros de la primera Cruzada habían marchado hacia el Norte o regresado a sus patrias. De los protagonistas del movimiento sólo quedó en Palestina el más inoperante, Pedro el Ermitaño.

La cordillera central y Galilea eran el corazón del reino, aunque sus tentáculos penetraban hacia casi todas las zonas musulmanas de los contornos. El principado de Galilea había obtenido recientemente una salida al mar en Haifa. En el Sur, el Negeb estaba dominado por la guarnición franca de Hebrón. Pero el castillo de San Abraham, como lo llamaban los francos, era poco más que una isla en un océano musulmán.

Los francos no tenían ningún dominio sobre los caminos que procedían de Arabia, bordeando la orilla meridional del mar Muerto, y que seguían la antigua ruta de las especias de los bizantinos; por esos caminos los beduinos podían infiltrarse en el Negeb y establecer contacto con las guarniciones egipcias de Gaza y Ascalón, sobre la costa. Jerusalén tenía salida al mar por un pasillo que corría por Ramleh y Lycfda a Jaffa; pero el camino no era seguro, excepto para convoyes militares. Grupos algareros de las ciudades egipcias, refugiados musulmanes de las tierras altas y beduinos del desierto recorrían el país y acechaban a los viajeros incautos. El peregrino escandinavo Saewulf, que fue a Jerusalén en 1102, después de que Balduino había reforzado las defensas del reino, quedó horrorizado de los peligros del viaje.

Entre Jaffa y Haifa estaban las ciudades musulmanas de Arsuf y Cesarea, cuyos emires se habían declarado vasallos de Godofredo, aunque seguían en contacto por mar con Egipto. Al norte de Haifa, toda la costa estaba en manos musulmanas, a lo largo de unas doscientas millas, hasta las afueras de Laodicea, donde vivía la condesa de Tolosa con el séquito de su esposo, bajo la protección del gobernador bizantino.

Palestina era un país pobre. Su prosperidad en la época romana no había sobrevivido a las invasiones persas, y las guerras continuas desde la llegada de los turcos habían interrumpido la parcial recuperación experimentada bajo los califas. El campo estaba mejor arbolado que en tiempos modernos. A pesar de las devastaciones ocasionadas por los persas y la lenta destrucción originada por los campesinos y las cabras, había grandes bosques en Galilea, en la cordillera del Carmelo y alrededor de Samaria, y un pinar junto a la costa, al Sur de Cesarea. Estos bosques, proporcionaban alguna humedad al campo que, por su naturaleza, era escaso en agua. Había fértiles campos de cereales en la llanura de Esdraelon. El valle tropical del Jordán producía plátanos y otras frutas exóticas. A pesar de las guerras recientes, la llanura costera, con sus cosechas y sus huertos, donde crecían las hortalizas y la naranja amarga, había sido próspera, y muchas de las aldeas de las montañas estaban rodeadas de olivos y otros árboles frutales. Pero, en su mayor parte, el país era árido y el suelo de poca profundidad y pobre, especialmente en torno a Jerusalén. No existía ninguna gran industria en ninguna de sus ciudades.

Incluso cuando el reino llegó a su cénit, sus reyes nunca fueron tan ricos como los condes de Trípoli o los príncipes de Antioquía.

La fuente principal de riqueza procedía de los impuestos de peaje, ya que las fértiles tierras del otro lado del Jordán, Moab y el Jaulan, tenían su salida natural por los puertos de la costa de Palestina. El tráfico de mercancías desde Siria a Egipto pasaba por los caminos palestinenses, y las caravanas cargadas con especias procedentes de la Arabia del sur habían pasado siempre por el Negeb al mar Mediterráneo.

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