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Steven Runciman - La primera cruzada y la fundación del Reino de Jerusalén

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Steven Runciman La primera cruzada y la fundación del Reino de Jerusalén
  • Libro:
    La primera cruzada y la fundación del Reino de Jerusalén
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2018
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La primera cruzada y la fundación del Reino de Jerusalén: resumen, descripción y anotación

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Prefacio

Este libro pretende ser el primero de tres volúmenes que abarcarán la historia del movimiento que llamamos «las Cruzadas», desde su comienzo en el siglo XI hasta su ocaso en el XIV, así como de los Estados creados por él en Tierra Santa y en los países vecinos. Espero ofrecer en el volumen segundo una historia y una descripción del reino de Jerusalén y de sus relaciones con los pueblos del Oriente Medio y también de las Cruzadas del siglo XII, y en el volumen tercero haré la historia del reino de Acre y de las últimas Cruzadas.

Tanto si las consideramos como la más grandiosa y más romántica de las aventuras cristianas o como la última de las invasiones de los bárbaros, las Cruzadas constituyen un hecho central en la historia de la Edad Media. Antes de su iniciación, el centro dé nuestra civilización estaba situado en Bizancio y en los países del Califato árabe.

Antes de su desaparición, la hegemonía de la civilización se había desplazado a la Europa occidental. De este desplazamiento nació la historia moderna; pero para entenderlo no nos basta con comprender las circunstancias que, en la Europa occidental, dieron origen al impulso de las Cruzadas, sino que, más bien, hay que comprender las circunstancias que, en Oriente, ofrecieron su oportunidad a los cruzados y determinaron su avance y retirada. Nuestra visión tiene que abarcar desde el Atlántico a Mongolia. Narrar la historia únicamente.

Desde el punto de vista de los francos, o del de los árabes, o incluso del de sus principales víctimas, los cristianos de Oriente, equivaldría a ignorar su significación. Porque esto fue, como observa Gibbon, la historia de la «controversia del mundo».

La historia completa de las Cruzadas no se ha narrado con frecuencia en lengua inglesa; ni siquiera ha existido en Inglaterra una escuela historiográfica de tal especialidad. Los capítulos de Gibbon en su Decline and Fall merecen aún atención, a pesar de sus prejuicios y de la época en que escribió. Más recientes son el brillante resumen del movimiento debido a Sir Ernest Barker, publicado primeramente en la «Enciclopedia Británica», y la breve, aunque admirable, historia de los reinos derivados de las Cruzadas de W. B. Stevenson.

Sin embargo, la contribución británica está limitada principalmente a algunos artículos eruditos, a la publicación de fuentes orientales y a unas pocas historias de divulgación. Francia y Alemania poseen una tradición más amplia y antigua. Las grandes historias de las Cruzadas escritas por alemanes se inician con la de Wilken, publicada a principios del siglo XIX. La historia de Von Sybel, cuya primera edición es de 1841, sigue siendo aún de capital importancia; y en el último tercio del siglo, dos excelentes eruditos, Rohricht y Hagenmeyer, no sólo realizaron una inestimable labor de recopilación y crítica de fuentes, sino que también escribieron sendas historias de conjunto. En estos últimos tiempos se ha mantenido viva la tradición alemana gracias a Erdmann, autor del exhaustivo estudio sobre los movimientos religiosos occidentales que cristalizarían en las Cruzadas. En Francia, el país del que partió originariamente el mayor número de cruzados, el interés de los eruditos se puso de manifiesto a mediados del siglo XIX con la publicación de las principales fuentes, occidentales, griegas y orientales, en el monumental Recueil des Historiens des Croisades. La extensa historia de Michaud ya había empezado a publicarse a partir de 1817. En la segunda mitad del siglo, Riant y sus colaboradores en la «Société de l’Orient Latín» realizaron un copioso y estimable trabajo.

En nuestro siglo, dos distinguidos bizantinistas franceses, Chalandon y Bréhier, fijaron su atención en las Cruzadas; y, poco antes de la segunda guerra mundial, M. Grousset compuso su historia de las Cruzadas, en tres volúmenes, que, fiel a la tradición francesa, ha sabido combinar la amplia preparación científica con el excelente estilo literario y un matiz de patriotismo galo. Hoy en día es, sin embargo, en Estados Unidos donde se halla la más fecunda escuela de historiadores de las Cruzadas, creada por D. C. Munro, cuya por desgracia escasa producción escrita podría dar una falsa impresión sobre su importancia docente.

Los historiadores americanos han concentrado su atención, hasta ahora, en cuestiones de detalle, y ninguno de ellos ha intentado aún una historia general completa. Pero nos han prometido un volumen de conjunto, en el que habrán de colaborar algunos eruditos extranjeros, y que abarcará todos los aspectos de la historia de las Cruzadas.

Lamento que no haya aparecido a tiempo de haber podido beneficiarme de él cuando escribía el presente volumen.

Podría parecer imprudente por parte de una pluma británica el pretender competir con la masa de mecanógrafos de Estados Unidos.

Mas de hecho no existe tal competencia. Un autor solo no puede hablar con la alta autoridad de un equipo de expertos, pero le será posible dotar a su obra de coherencia e incluso de un acento épico que ningún volumen hecho a base de varios colaboradores puede alcanzar.

Homero, tanto como Herodoto, fue un padre de la Historia, de lo que se percató Gibbon, el más grande de nuestros historiadores; y resulta difícil, pese a ciertas opiniones críticas, creer que Homero fuera un equipo. La historiografía de hoy se encuentra en una época alejandrina, en la que la creación está supeditada al eruditísimo. Enfrentado con verdaderas montañas de minucias del saber y atemorizado por la severidad alerta de sus colegas, el historiador moderno se refugia demasiado a menudo en artículos eruditos o en trabajos estrechamente especializados, pequeñas fortalezas fáciles de defender contra un ataque. Su obra puede tener un valor muy notable; sin embargo, no es un fin en sí misma. Yo creo que el deber supremo del historiador es el de escribir historia, es decir, intentar registrar en una extensa sucesión los hechos y movimientos más importantes que han dominado, con su vaivén, los destinos del hombre. El escritor que sea lo suficientemente temerario para acometer tal intento no debería ser tachado de ambicioso, aunque merezcan censura la insuficiencia de sus materiales y la inanidad de sus resultados.

Mis notas autorizan las afirmaciones que hago, y en mi bibliografía ofrezco una lista de las obras consultadas. Mi deuda es enorme con muchas de ellas, incluso aunque no las cite específicamente en las notas. Los amigos que me han ayudado con críticas y consejos son demasiados para poder enumerarlos aquí. Es menester una observación sobre la transcripción de nombres.

Cuando se trata de nombres que tienen una forma moderna generalmente aceptada, como por ejemplo en Juan o Godofredo o Raimundo, sería pedante el uso de otra forma cualquiera; yo he intentado siempre, por tanto, emplear la forma más familiar y asequible al lector de nivel medio. Para las palabras griegas he usado la transcripción latina tradicional, único medio que permite alcanzar la uniformidad.

Los nombres árabes presentan una mayor dificultad. Los puntos y espíritus adoptados por los arabistas dificultan la lectura. Yo los he suprimido, aunque espero que mi sistema no vaya en detrimento de la claridad. En armenio, en que k y g y b y p resultan igualmente correctas según la época y el lugar en que se haya usado la palabra, he optado por el equivalente más antiguo. El francés de representa un problema permanente en inglés. Excepto cuando la preposición puede considerarse como parte integrante de un apellido, he preferido traducirla siempre..

Finalmente, quisiera agradecer a los síndicos y a la Secretaría de Cambridge University Press su indefectible amabilidad y ayuda.

Steven Runciman.

Londres, 1950.

Libro I

Los santos lugares de la cristiandad

Capítulo I

La abominación del asolamiento

«Cuando viereis, pues, la abominación del

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