El 17 de enero de 1995 se produjo el terrible terremoto de Kobe.
El 18 de enero, desde Bruselas, marqué sin cesar el número de Nishio-san. En vano. Quizá las comunicaciones se habían cortado. Me consumía por dentro.
El 19 de enero, milagrosamente, conseguí tener a Nishio-san al otro lado del hilo. Me contó que su casa se había derrumbado estando ella dentro y que aquello le había recordado 1945.
Ella estaba bien, su familia también. Pero había mantenido la costumbre ancestral de esconder su dinero en casa y lo había perdido todo. La sermoneé:
—Prométeme que ahora abrirás una cuenta en un banco.
—¿Para ingresar las monedas que llevo en el bolsillo?
—Venga, Nishio-san, ¡eso es terrible!
—¿Y qué importa eso? Estoy viva.
Título original: Biographie de la faim
Amélie Nothomb, 2004
Traducción: Sergi Pàmies
Diseño de portada: Lisbeth Salas Soto
Editor digital: Ariblack
Corrección de erratas: r1.2 Doa
ePub base r1.0
Amélie Nothomb
Biografía del hambre
ePUB r1.2
Ariblack09.07.13
Nos hallamos ante un libro autobiográfico que también es una apología del apetito. No obstante haber padecido anorexia durante dos años, en el relato explica su vida a través del hambre y reivindica una glotonería en muchos registros: hambre de lenguas, de libros, de alcohol, de chocolate, ansia de belleza y de descubrimientos… Amélie Nothomb afirma que tiene «un apetito absoluto», al que asedia en este relato en todas sus formas, del éxtasis al horror, mientras se dibuja en filigrana la complicada paradoja de existir.
Notas
AMÉLIE NOTHOMB. Escritora belga, nació, en la ciudad japonesa de Kobe el 13 de agosto de 1967.
Durante sus primeros años de vida, como consecuencia de las obligaciones diplomáticas de su padre, esta admiradora de autores como Denis Diderot, Marcel Proust, Eric Emmanuel Schmitt, Jacqueline Harpman y Yoko Ogawa vivió en China, Estados Unidos, Laos, Birmania y Bangladesh.
Ya adolescente, esta mujer que domina a la perfección el idioma japonés y, desde 1992, no ha dejado de publicar obras de forma anual, se instaló en la capital de Bélgica para estudiar Filología Románica en la Universidad Libre de Bruselas, una institución en la que no se sintió demasiado cómoda debido a que su apellido recordaba a una familia de la alta burguesía católica y a un hombre de extrema derecha. De todas formas, Nothomb terminó allí su formación y, una vez que obtuvo la licenciatura, regresó a Tokio y comenzó a ganarse la vida como intérprete en una prestigiosa empresa.
Tiempo más tarde, esta aficionada del mundo de las letras encontraría en la escritura una eficaz vía de escape que le permitía expresar pensamientos y sensaciones y la alejaba del monstruoso mundo de la anorexia que la atrapó cuando sólo tenía 13 años de vida.
Ese periodo fue duro y se prolongó por varias temporadas pero, por fortuna, Amélie, quien se considera «una gran fetichista del chocolate», pudo dejar atrás esa etapa y centrar toda su atención en la literatura, un ámbito que le permitió darse a conocer y brillar a nivel internacional.
Estupor y temblores, Higiene del asesino, El sabotaje amoroso, Atentado, Metafísica de los tubos, Brillante como una cacerola, Cosmética del enemigo, Diccionario de nombres propios, Biografía del hambre, Diario de Golondrina y Ni de Eva ni de Adán son sólo algunos de los títulos que forman parte de la extensa producción literaria de esta novelista que, hasta el momento, ha recibido distinciones como el Premio Leteo y el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa.
Existe un archipiélago oceánico llamado Vanuatu, antiguamente Nuevas Hébridas, que nunca ha conocido el hambre. A lo largo de Nueva Caledonia y de las islas Fidji, y durante milenios, Vanuatu ha gozado de dos virtudes raras por separado y cuya alianza resulta todavía más rara: la abundancia y el aislamiento. Es cierto que, tratándose de un archipiélago, esta última virtud raya el pleonasmo. Pero así como conocemos islas muy frecuentadas, nunca vimos unas islas tan poco visitadas como las Nuevas Hébridas.
Es una extraña verdad histórica: nunca nadie ha deseado ir a Vanuatu. Incluso la desheredada geografía que, por ejemplo, constituye la isla de la Desolación tiene sus adoradores: su abandono tiene algo de atractivo. Aquel que desee subrayar su soledad o dárselas de poeta maldito causará la mejor de las impresiones diciendo: «Acabo de regresar de la isla de la Desolación.» Quien regresa de Las Marquesas despertará una reflexión ecológica, quien vuelva de la Polinesia recordará a Gauguin, etc. Regresar de Vanuatu no provoca reacción alguna.
Y resulta aún más curioso si se tiene en cuenta que las Nuevas Hébridas son unas islas encantadoras. Incluyen los accesorios oceánicos habituales que desencadenan los sueños: palmeras, playas de arena fina, cocoteros, flores, vida regalada, etc. Podríamos parafrasear a Vialatte y decir que se trata de unas islas tremendamente insulares: ¿por qué la magia de la insularidad, que funciona con la más mínima roca emergente, no funciona cuando se trata de Vaté y de sus hermanas?
Todo transcurre como si Vanuatu no interesara a nadie.
Este desinterés me fascina.
Tengo ante mis ojos el mapa de Oceanía del antiguo Larousse de 1975. En aquella época todavía no existía la república de Vanuatu: las Nuevas Hébridas eran un condominio franco-británico.
El mapa habla por sí solo. Oceanía está dividida por esos fenómenos absurdos y maravillosos que constituyen las fronteras marítimas: es complicado y riguroso, igual que el cubismo. Hay un lado que guarda cierto parecido con la teoría de los conjuntos: así, las Wallis tienen una intersección con las Samoa, las cuales a su vez parecen pertenecer a las Cook; parece chino. Se descubren complejidades políticas, incluso crisis al rojo vivo: una polémica enfrenta a los Estados Unidos y al Reino Unido por culpa de las islas de La Línea, igual de poco conocidas bajo la fabulosa denominación de Espóradas ecuatoriales. Las Carolinas, que se las apañan para pertenecer simultáneamente a Australia, Nueva Zelanda y Gran Bretaña, alcanzan la cima de la perversidad al estar, sin embargo, bajo tutela inglesa. Etc.
Se diría que Oceanía es el elemento excéntrico del atlas. Entre tanta rareza, Vanuatu destaca por su atonía. No tiene excusa: haber estado bajo el dominio conjunto de dos países tan tradicionalmente enemigos como Francia y Gran Bretaña y ni siquiera haber logrado suscitar el más mínimo litigio es una prueba de mala voluntad. Haber conquistado su independencia sin que nadie la discuta, eso da un poco de pena —¡y sin que nadie hable de ello!
Desde entonces, Vanuatu está enojado. Ignoro si las Nuevas Hébridas ya lo estaban antes. Pero Vanuatu lo está de un modo incontestable. Tengo pruebas. Los azares de la vida han hecho que recibiera un catálogo de arte oceánico, dirigido a mi nombre (¿por qué?) por parte de su autor, súbdito de Vanuatu. Este señor, cuyo patronímico es tan complicado que ni siquiera consigo copiarlo, está enojado conmigo, a juzgar por sus breves líneas manuscritas: