Eduardo Pons Prades - Los niños republicanos en la guerra de España
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- Libro:Los niños republicanos en la guerra de España
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1997
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Los niños republicanos en la guerra de España: resumen, descripción y anotación
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A Antonia, mi compañera.
En aquella España hostil de los años cuarenta y cincuenta, los mayores derrotados no fueron los que habían empuñado las armas sino los que se denominaron niños de la guerra: los más débiles, los más asustados, los más humillados, los últimos en padecer la tragedia en la se habían visto envueltos durante tres años. Miles de niños y jóvenes fueron víctimas de una guerra más larga que dominó su infancia y juventud y para muchos toda la vida.
Desde la cotidiana represión en colegios y centros de Auxilio Social, hasta ese muchacho que, con sólo diecisiete años, fue obligado a formar parte de pelotones de fusilamiento; desde el miedo y la soledad hasta el exilio. Esta es la historia que, a través de cientos de testimonios, recoge Eduardo Pons Prades donde el recuerdo de cada uno se mezcla con el toda una generación.
Eduardo Pons Prades
ePub r1.0
ugesan6419.10.13
Título original: Los niños republicanos en la guerra de España
Eduardo Pons Prades, 1997
Retoque de portada: ugesan64
Editor digital: ugesan64
ePub base r1.0
[67]Teruel, enero de 1938. Julio Sanz Sainz. Diario La Humanitat. Barcelona, 13 de enero de 1938. (Entre las ilustraciones del libro hay la fotografía de uno de aquellos niños).
(N. del A.: A Julio lo conocí a mediados de los años noventa, recién llegado de su exilio mexicano. Entonces fue cuando me facilitó su artículo. Y me dijo: «Te voy a confesar algo que quizá te parezca fuera de lugar… que cuando rescatamos a aquellos chicos del hospicio me dije que valía la pena de haber tomado Teruel… Verdad es que yo tenía sobradas razones para sentir una particular inclinación por la gente menuda. Como sabes, mi mujer murió en un bombardeo, en Barcelona, y yo quedé prácticamente sepultado, con apenas resuello para quejarme —tenía, entre otras cosas, las dos piernas hechas polvo— y de pronto, por entre los escombros, por unos huecos donde sólo podía pasar un perrito, apareció un niño, de nueve o diez años, que trató de airearme un poco la cabeza. Pero, al ver que no podía hacer gran cosa, se puso a gritar desaforadamente, hasta que lo oyeron unos bomberos y se acercaron a nosotros. El chaval aquel no hacía más que agitar sus brazos y decir: “¡Aquí, aquí está el herido!”. Tardaron un buen rato en sacarme de allí y cuando me colocaron en la camilla pregunté por el chico. Había desaparecido, ya ves…»).
[91]Franquismo y transición política en Galicia, de Carlos Fernández, Ediciones Do Castro, La Coruña, 1985.
(N. del A.) En mi barrio natal —el del Padró barcelonés— pueden verse algunas mujeres —niñas de catorce, quince y dieciséis años, en los años cuarenta—, a las que faltan dedos en una de las dos manos. Trabajaron en la matrizería de los hermanos Navarro, de la calle Riereta, donde la maquinaria era tan vieja que, de cuando en cuando, se descolgaba sobre las manos de la operaria el cilindro–prensa seccionándole algún dedo. La mutilada se quedaba sin trabajo y sin ninguna clase de indemnización —el empresario, paternal, asumía los gastos de clínica hasta que cicatrizaban—, ya que en la calle había cola para sustituirla. Aun a sabiendas de que un día…
De 1946 a 1948 trabajé como administrativo de obras —antes lo hice como peón, ayudante de albañil y listero— de la empresa de construcción más importante de Levante: La Compañía Levantina de Edificación y Obras Públicas (CLEOPSA). Pues bien, cuando subíamos a un andamio nos preguntábamos por dónde bajaríamos… si no sería con un salto en el vacío, ya que no se practicaba la más mínima medida de seguridad. Los trabajadores se contrataban por obra. Terminada la obra: despido. Y, días más tarde, al empezar otra obra, se volvía a contratar a los despedidos la víspera. Así no sólo eran siempre eventuales sino que la empresa se ahorraba la prima de antigüedad.
[122] Breve diálogo: «Las calles empiezan a llenarse de hombres de la CNT, que fueron los primeros en tomar la iniciativa. Estos toman los puntos que consideran indispensables para la defensa de San Sebastián» (Carlos Blasco Olaetxea). «Efectivamente, los grupos de la CNT tomaron la iniciativa. A éstos se les unen hombres de distintos partidos: comunistas, socialistas y algunos de Acción Nacionalista Vasca (ANV), a título personal. El PNV no actúa en este primer momento.» (Véase: Diálogos de guerra. Euskadi 1936, de Carlos Blasco Olaetxea. Edición de Autor, profusamente ilustrada). El autor dialoga con:
André Plazaola, de las Juventudes Nacionalistas Vascas, que fue comandante del Batallón Saseta; Joaquín Zubiria, miembro de la Solidaridad de Trabajadores Vascos (STV) y del Partido Nacionalista Vasco (PNV); José Manuel Iradi, que formaba parte de la directiva de las Juventudes Nacionalistas Vascas. Fue teniente del Batallón Saseta. Donostia–San Sebastián, 1983.
[175] Para completar la panorámica sobre los legionarios —en tiempo de paz y por tierras canarias y andaluzas—, véanse los capítulos que el autor les dedicó, en uno de sus libros: 1) De Antequera la Blanca a Ronda la Legionaria. 2) Breviario de la Legión. 3) Deslucida hoja de servicios. 4) Testimonio de un ex legionario. 5) «A la Legión no la queremos ni bendita». (Crónica negra de la transición… Op. cit.).
Que ya llovía sobre mojado, como suele decirse, lo demuestra esta perorata del general–micrófono, Gonzalo Queipo de Llano, el 23 de julio de 1936, por las ondas de Radio Sevilla: «Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los rojos lo que es ser hombre. De paso, también a las mujeres de los rojos, que ahora, por fin, han conocido hombres de verdad y no castrados milicianos. Dar patadas y berrear no las salvará…». (Véase El último virrey, Queipo de Llano, Editorial Argos–Vergara, Barcelona, 1978.)
Y recordemos una de las estrofas de la Marcha de los Alféreces Provisionales: «Cada hombre, siete mujeres, / pero cada alférez cincuenta, / porque para eso cada alférez / es siete hombres y una estrella».
(Véanse, también, las últimas escenas de la película de Vicente Aranda, Libertarias, estrenada en España en 1996).
[177] Véase: España Una, Ediciones de La Torre, Madrid, 1978; España Grande, Ed. de La Torre, Madrid, 1978; España Libre, Ed. de La Torre, Madrid, 1978; Barrio, Ed. de La Torre, Madrid, 1979; Paracuellos, Ed. de La Torre, Madrid, 1979; «Carlos Giménez, autor de historietas», de Maruja Torres, El País, Madrid, 30 de junio de 1984.
«La Historia en historietas», de E. P. P., Diario de Barcelona, 16 de noviembre de 1980. Véase el Apéndice n.º 21.
[209] F. Moreno Gómez, Op. cit.
(N. del A. En nuestros archivos poseemos otros casos de suicidios de familias enteras, en La Rioja, Extremadura y Castilla…).
[228] «El médico de los brigadistas», de José Ramón Ariño, El País, Madrid, 31 de julio de 1996.
En una de sus obras (Asilo poético, Ed. Endymion, Madrid, 1992), Jesús López Pacheco dedica uno de sus poemas a Norman Bethune: «El canadiense más humano de nuestro tiempo / fue a España cuando España le gritaba al mundo / “¡Venid a ver la sangre derramada!”. / “My eye are overflowing”, dijo “and clouded with blood”. / El canadiense más humano de nuestro tiempo / escribió treinta versos como treinta blasfemias / sobre la sangre derramada por los muertos. / Son versos antiaéreos, anticelestiales, / que acaso derribaron algunos aviones / una escuadrilla entera de hipocresía alada. / El canadiense más humano de nuestro tiempo, / sin olvidar la sangre derramada, / pensó en la sangre que vivía y que luchaba. / Como también era poeta de otra forma, / cuando veía heridas como “terribles flores de carne”, / les rimaba los bordes con suturas / para que no siguiera derramándose sangre. / Pero, a veces, las flores se quedaban de pronto / marchitas, la sangre ya perdida. / Y la sangre de los muertos era / ya sangre muerta. / El canadiense más humano de nuestro tiempo / vio cómo los fusiles pasaban de las manos / de los muertos y heridos a los que no tenían / fusiles en las manos. / Pensó en la sangre, en toda la sangre del pueblo de España, / vio que era toda un mar, una gran red de ríos / que iban a dar a ríos que iban a dar a la mar, / el rojo mar inmenso que estaba defendiendo / la vida. / El canadiense más humano de nuestro tiempo / subió a un camión pequeño y recorrió los frentes con botellas de sangre. Habiendo descubierto / que las venas del hombre pueden dar en el hombre, / fundó el Canadian Blood Transfusión Service, / Servicio Canadiense de Transfusión de Sangre».
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