Eduardo de Guzmán - La tragedia de Casas Viejas, 1933 Quince crónicas de guerra, 1936
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- Libro:La tragedia de Casas Viejas, 1933 Quince crónicas de guerra, 1936
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2007
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La tragedia de Casas Viejas, 1933 Quince crónicas de guerra, 1936: resumen, descripción y anotación
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«LA LIBERTAD», EXPERIENCIA DE UN PERIÓDICO LIBRE
(Artículo aparecido en el semanario «Villa de Madrid», edición del 6 al 15 de marzo de 1989)
Eduardo de Guzmán
Hace ciento cincuenta años Larra decía que «escribir en Madrid es llorar». Tenía razón en su tiempo y la sigue teniendo ahora con mayor razón que nunca, acaso porque en realidad los periodistas no han podido descansar jamás en un lecho de rosas. Si a los riesgos y peligros de la profesión añadimos que las empresas periodísticas pocas veces son rentables económicamente, comprenderemos que si «el periodismo conduce a todas partes con tal de que se sepa dejar a tiempo», quienes por ideas o por romanticismo persisten en él hasta el final de sus días no acaban precisamente como potentados.
Pero por mucho que nos asombre, por inverosímil que parezca, en la historia del periodismo hispano abundan las etapas áureas y los ejemplos admirables. Una de esas etapas doradas e incluso gloriosas se desarrolla en los años veinte y treinta del siglo en curso. En esa época, que algunos llegamos a vivir, se publican en Madrid mayor número de periódicos y adquiere especial trascendencia la labor de muchos periodistas. (Aún dándose en ese mismo tiempo el caso lamentable de que la remuneración oficial de un periodista no superaba los sesenta duros mensuales).
En 1935 se editan en Madrid nada menos que dieciocho diarios (el triple que cuatro años después en que su número se reduce a seis) en que conviven y compiten escritores de todas las ideas que dan pruebas sobradas de talento, habilidad, ingenio y desinterés. Así es posible que aparezcan simultáneamente opciones tan dispares —a veces opuestas— como «El Sol» y «ABC», «La Libertad» y «La Nación», «Heraldo» y «Ya», «Mundo Obrero», «CNT» y «La Época» y «El Siglo Futuro».
«La Libertad»
Aún jugando un papel destacado en la época, «La Libertad» no alcanza una vida muy dilatada. Nacida como consecuencia de una huelga en «El Liberal», al final de la primera guerra mundial, el franquismo lo suprime al terminar la contienda incivil española. Son poco más de veinte años, pero en esos cuatro lustros se producen las más hondas y dramáticas alternativas en la vida nacional y brillan con especial fulgor periodistas incomparables. Aunque pasa por todas las situaciones debido a la falta de un sólido respaldo económico, quienes redactan «La Libertad» mantienen en todo momento un exigente concepto de la propia responsabilidad y una lealtad absoluta hacia las propias ideas. Entre los periodistas que abandonaron «El Liberal» y acaban fundando «La Libertad», figuran en lugar destacado Luis de Oteiza, Joaquín Aznar, Antonio de Lezama, Manuel Machado, Antonio de la Villa, Teresa de Ezcoriaza, Ezequiel Enderiz, Víctor Gabilondo, Eduardo Barriobero y un largo etcétera.
El primer director fue Luis de Oteiza, que tenía a sus espaldas una larga trayectoria periodística. Interpretando con fidelidad las orientaciones de sus compañeros, «La Libertad» es un periódico liberal, progresista y avanzado. Como director, Oteiza alcanzó éxitos tan populares como la visita a Axdir en 1922 y su entrevista con Abd el Krim y con los prisioneros españoles de la catástrofe de Annual y Monte Arruit. También adquieren cierto renombre sus viajes entre los que destacan su marcha al Senegal utilizando los aparatos de la recién creada compañía de aviación francesa Latécoère. Compañera en muchos de sus viajes y aventuras políticas es Teresa de Escoriaza. Y testigo aún vivo, colaborador gráfico de sus reportajes Alfonsito, entonces casi un niño y posible decano hoy de los fotógrafos de prensa.
Colaboraciones
Desde el primer momento «La Libertad» alcanza una considerable difusión. A ello contribuyen las aportaciones de personajes tan populares como Luis de Tapia con sus famosas «Coplas del día»; Pedro de Répide con su historia de las calles de Madrid; Camilo Barcia con sus crónicas internacionales; Cansinos Assens como crítico literario y Antonio de la Villa como cronista taurino. Pero si el nivel de venta es elevado, el económico deja mucho que desear. Durante unos años el periódico, manejado por los propios redactores, se defiende como puede. Al final, ya durante la Dictadura de Primo de Rivera, hay quien realiza unas difíciles negociaciones merced a la cuales el financiero balear Juan March, que ya ha comprado «Informaciones», adquiere también el matutino independiente.
Ocurre, sin embargo, que en virtud de los acuerdos pactados cuando crearon el periódico al abandonar «El Liberal», los redactores tienen derecho a defender una orientación determinada y a impedir lo que fuera contra las ideas de la mayoría. March compra la cabecera con el propósito de modificar su orientación, pero el personal del periódico se lo impide. En definitiva es un mal negocio para el financiero mallorquín ya que el diario no apoya sus empresas y ni siquiera sale en su defensa cuando es procesado y detenido en 1931. No obstante, el simple hecho que «La Libertad» sea considerado propiedad de March, hace que una serie de redactores —Ezequiel Enderiz, Eduardo Barriobero, Gabilondo, Avecilla, Fernández Boixader y López Alarcón— salgan del diario y creen uno nuevo titulado «Diario del Pueblo», que se tira en una imprenta de la calle Libertad y tiene existencia fugaz debido a que el entusiasmo de sus fundadores no corre parejo con sus recursos financieros, harto escasos.
Directores
Por la dirección de «La Libertad», que mantiene un alto nivel de ventas, se suceden en años sucesivos Joaquín Aznar y Víctor de la Serna. En cualquier caso, aunque el precio de los periódicos se elevó de cinco a diez céntimos y en 1934 de diez a quince céntimos no cubre ni mucho menos los gastos, se plantea una situación difícil. En plena República, March piensa en deshacerse de un periódico que no le beneficia en nada y cuyos déficits ha de pagar. Decide apartarse del diario, regalándolo incluso; pero es un regalo envenenado que nadie siente demasiadas apetencias por aceptar. Quien se haga cargo del mismo tendrá que pagar los despidos, no sólo de los redactores, sino del personal de los talleres. Como la mayoría de los redactores, linotipistas, gráficos y administrativos llevan diez, quince o veinte años en el periódico; las indemnizaciones han de ser tan elevadas que la supresión del diario exigirá un desembolso considerable. Durante unos meses la situación es difícil y no se encuentra solución. Al final un antiguo periodista, enriquecido con los negocios inmobiliarios —es el creador de la colonia de Prensa y Bellas Artes en lo que actualmente es el barrio del Viso de Madrid— de acuerdo con un viejo amigo y compañero, Antonio de Lezama, se hace cargo de la dirección y de la propiedad del diario.
La última etapa
Antonio Hermosilla no es un gran escritor, pero tiene sentido de los negocios y condiciones de buen organizador. Asume la dirección de «La Libertad» y pone en práctica su plan elaborado con los más conspicuos elementos de la redacción y los talleres. No sólo acepta y respeta la orientación seguida por el periódico desde su fundación, sino que la acentúa considerablemente. Se reduce la redacción y los talleres, quedándose con el número exacto de personas necesarias. Asume la dirección, designa subdirectores a Antonio de Lezama y Eduardo Haro —antiguo marino ganado por el periodismo varios años atrás al triunfar en un concurso— y señala sin posibles equívocos que «La Libertad» será en adelante un periódico republicano de izquierdas. Aparte de Gómez Hidalgo, que resulta elegido diputado en las elecciones del 16 de febrero de 1936; de Lezama que figura en la dirección de Izquierdas Republicanas y de Somoza Silva, diputado provincial, entre los colaboradores habituales del periódico figuran Álvaro de Albornoz, Giner de los Ríos, Martínez Barrio e incluso el propio Azaña.
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