Miguel Delibes - He dicho
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- Libro:He dicho
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1996
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He dicho: resumen, descripción y anotación
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MIGUEL DELIBES (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alargada, Premio Nadal 1947. Entre su vasta obra narrativa destacan Mi idolatrado hijo Sisí, El camino, Las ratas, Cinco horas con Mario, Las guerras de nuestros antepasados, El disputado voto del señor Cayo, Los santos inocentes, Señora de rojo sobre fondo gris o El hereje. Fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura (1955), el Premio de la Crítica (1962), el Premio Nacional de las Letras (1991) y el Premio Cervantes de Literatura (1993). Desde 1973 era miembro de la Real Academia Española.
Aún no está lejano el día en que el mundo consideraba al lobo como una fiera alimaña y en España no sólo se le perseguía a sangre y fuego sino que ayuntamientos e instituciones benefactoras premiaban de alguna manera a los alimañeros que presentaban como prueba de sus hazañas los despojos del animal abatido. La imagen del lobero con la cabeza del cánido espetada en un palo era todavía una estampa habitual en los años de la posguerra española, cuando los pobres ganaderos premiaban con unas pobres monedas la proeza del matador. La incorporación a la lucha contra el lobo de procedimientos más eficaces como los cepos o el veneno, trajo como resultado la práctica desaparición de este carnívoro en los territorios que hoy componen la Unión Europea, especialmente en los países más industrializados.
Años más tarde, aparece en España la figura de Félix Rodríguez de la Fuente con sus teorías franciscanas sobre el lobo y su defensa como animal emblemático de la fauna europea. Mediante sus persuasivas charlas, Félix consiguió unos resultados sorprendentes: las gentes, en general, tomaron partido por el lobo, y los mismos niños españoles hicieron frente común contra la malvada e hipócrita Caperucita. Vivir para ver; los papeles se habían invertido: el bueno ahora era el lobo, y la mala, Caperucita. De este modo, y paso a paso, aquel fiero animal protagonista de sangrientas leyendas iba dejando de ser una alimaña para convertirse en una pieza de caza respetable, sometida a la ley de vedas y protegida contra toda clase de asechanzas ilegales.
Coinciden estos años con la incorporación de España a la aventura europea y el desarrollo de un cierto sentimentalismo ecológico, con lo que se concluye que nuestro país debe erigirse en la gran reserva del lobo europeo como prueba de la riqueza faunística del continente en un reciente pasado.
Ya estamos en los tiempos actuales. El Simposio de León de 1994, patrocinado por la Junta y las universidades regionales, pone de manifiesto dos cosas a cuál más interesante: por un lado el lobo se adapta a las condiciones de vida moderna y, por otro, su población crece en proporción a la de los grandes ungulados (ciervo, corzo, gamo, jabalí), que sorprendentemente también van a más en nuestra domesticada Europa. El Simposio leonés advierte, pues, de lo que viene, de lo inesperado: en tanto Europa pensaba en España como país escaparate del lobo continental, éste empieza a hacerse huésped de todos los países, y mientras Alemania, ejemplo de nación superindustrializada, se deja invadir gustosamente por lobos checos y polacos, Italia asiste satisfecha al incremento de su población y a la ampliación legal de la superficie a ellos destinada. En una palabra, el lobo, tras sañuda persecución, no sólo no se ha extinguido en Europa, sino que se ha ido acomodando a las pautas de un desarrollo cada día más sofisticado, para resurgir con fuerza en todo el continente, siquiera continúe siendo España el país donde más abunda.
De esta manera, de los doscientos lobos contabilizados un poco frívolamente en los tiempos de Rodríguez de la Fuente, la población española pasa a mil quinientos y hoy se calcula, supongo que también un poco frívolamente, que en Galicia hay un ejemplar por cada cien kilómetros cuadrados, y entre tres y ocho al sur de la cordillera Cantábrica, en los accesos a las provincias de Orense, Zamora y León.
En éstas andamos. La población lobuna sigue desarrollándose y hoy, con la profusión de vertederos, ya no depende tan directamente de los grandes ungulados. Vive a su aire y, aunque han disminuido, no cesan del todo las razias contra los rebaños, de forma que el problema hoy no radica tanto en si el lobo existe o deja de existir, como en el modo de hacer compatible su existencia con la del ganado doméstico, esto es, conseguir que aquél no medre a costa del modesto ganadero y de su ruina. La piedad hacia el lobo no debe comportar indiferencia hacia el ganadero. De ahí que, mirando en torno nuestro, la primera medida para alcanzar la coexistencia debería consistir en aceptar los consejos de la European Wolf Network y establecer áreas de tolerancia y, por otro lado, el uso de prácticas disuasorias, como las cercas eléctricas, tan eficaces en los países escandinavos. En todo caso, bien está este espíritu conservacionista siempre que los gobiernos acepten la servidumbre de asumir los daños ocasionados por esta especie, todo lo romántica que se quiera, pero que para el pequeño ganadero, aunque en menor escala que antaño, sigue representando un peligro.
1994
Todavía hay quien me pregunta por qué no continúo mi diario de pesca iniciado hace veinte años con Mis amigas las truchas, cuando lo cierto es que, en repetidas ocasiones, he dado una explicación racional de mi silencio: no escribo porque no pesco y no pesco porque las pocas truchas que he atrapado últimamente son peces de repoblación colocados allí por personas bienintencionadas que creen que no hemos advertido que el río ya no engendra peces, sino que se limita a engordar los alevines que el Servicio de Pesca deposita caritativamente en él todos los otoños. Entonces, toda aquella hermosa teoría que justificaba el ejercicio de la pesca como una pugna entre la astucia de un pez silvestre y la inteligencia de un hombre con una caña en la mano, se ha venido abajo: no hay ya apenas peces silvestres ni, por tanto, astucia, ni es necesario ejercitar la inteligencia para enganchar media docena de truchas de piscifactoría. Las cosas, desgraciadamente, son así: el furtivo, el lucio, la presión del pescador sin escrúpulos incapaz de respetar los cupos de capturas y, en particular, la contaminación de las aguas, han traído estas consecuencias. Los ríos de montaña españoles, ríos serranos de aguas frías y oxigenadas, siguen siendo serranos en su origen, pero van enajenando sus preciadas virtudes; los residuos y detritos que a ellos arrastran los pequeños afluentes, las alcantarillas y las regueras han terminado con la pureza de sus aguas.
Esto era algo predecible. Quiero decir que el actual estado de nuestros ríos de montaña y la escasez de trucha autóctona no han sido realmente una sorpresa. En mis escritos he ido dejando a lo largo de los últimos años muestras de mi pesimismo creciente. El agravio constante a que sometemos a la naturaleza adopta una de sus expresiones más lamentables en las corrientes fluviales. Hay ríos muertos, como los de las zonas fuertemente industrializadas, ríos agonizantes, que son la mayor parte de los de nuestro país, y ríos simplemente enfermos, que si no se les presta remedio pasarán a engrosar las largas listas de los dos primeros. Lo que ya no quedan son ríos sanos y, teniendo en cuenta que los ríos ibéricos son poco caudalosos, la noticia de la defunción de nuestras aguas fluviales, de no arbitrarse medidas rápidas y eficaces, no tardará en producirse.
Sorprende, sin embargo, que la Europa comunitaria, atenta siempre a conservar en España la fauna que ellos destruyeron antes en sus países respectivos, se preocupe tan poco de nuestros ríos. La contradicción únicamente es aparente, porque ellos disponen de mayores masas fluviales, llevan años velando por su depuración y, en consecuencia, no ven en tanto peligro los peces como el halcón peregrino, el lince o el buitre negro, por poner solamente tres ejemplos de especies en el límite de supervivencia.
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