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Miguel Delibes - Mis amigas las truchas

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Miguel Delibes Mis amigas las truchas
  • Libro:
    Mis amigas las truchas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1977
  • Índice:
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Mis amigas las truchas: resumen, descripción y anotación

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Prólogo

Prólogo

En abril de 1946, al día siguiente de mi boda, me aficioné a la pesca de la trucha. Paseaba yo con mi mujer por la ribera del río Besaya, en Molledo Portolín (Santander), cuando vi a Panín González —que, con el tiempo, sería un experto montador de cucharillas en su pueblo natal de Santa Olalla y moriría prematuramente— extraer de la rasera que precede al pozo del Confitero un magnífico ejemplar.

Por entonces acababa de introducirse en España el sistema de pesca de truchas denominado de lance ligero que venía a revolucionar este deporte al sustituir la paciente y tradicional figura del pescador de caña y lombriz —carne de cañón de los caricaturistas poco imaginativos de la época— por la del pescador activo que no se limita a esperar inmóvil, en la orilla, la picada del pez sino que lo busca a lo largo del río para provocarlo mediante un señuelo artificial. De esta manera la pesca dejaba de ser un quehacer estático y entraba de lleno en la dinámica de la era atómica. El pescador abandonaba el viejo recurso de aprovechar el hambre de los peces para pasar a explotar el instinto cazador que subyace en la mayor parte de los seres vivos.

Las difíciles circunstancias de la época —y mis circunstancias personales, no menos estrechas— no me permitieron poner en práctica inmediatamente mi recién nacida afición. Hube de esperar unos años a que aparecieran en el país las primeras motocicletas y, más tarde, los primeros automóviles utilitarios, para comenzar a ejercitarla. En Valladolid no hay truchas y había que salir a buscarlas a las provincias aledañas. Un medio de locomoción personal se hacía, pues, imprescindible. Mediada la década de los cincuenta empecé a hacer mis primeros pinitos con la cucharilla y, a partir de la primavera de 1956, mis escapadas se formalizaron e inicié mi actividad con la pluma. Esto significa que llevo algo más de veinte años en el oficio y, sin embargo, hasta hoy no me he decidido a escribir una sola palabra sobre el tema, siendo así que la pesca de la trucha me parece un arte tan complejo y apasionante como el de la caza de la perdiz roja, actividad con la que he llenado ya muchos papeles, seguramente demasiados.

Hay una razón obvia para esta diferencia de trato: la timidez. Con afición a la caza nací. Desde que abrí los ojos vi a mi padre consumir los ocios dominicales del otoño y el invierno con la escopeta al hombro, de tal modo que llegué a identificar ocio con caza, vacaciones con naturaleza. La caza fue, por tanto, para mí una vocación innata. De ahí, tal vez, que yo me considere no un buen tirador pero sí un cazador conspicuo. A la vista de un terreno por batir, yo sé, más o menos, lo que procede hacer para dar con las perdices —esto es, dónde buscarlas—, cómo trastearlas y, finalmente, adonde conducirlas para lograr una buena percha.

Esto no me sucede con la pesca de la trucha. Mi afición a la pesca, aunque con casi cinco lustros de práctica regularmente asidua, no pasa de ser una afición adherida en la que disto mucho de ser un experto. Hablando en plata, ante la trucha yo me sigo considerando un aprendiz y, si Dios no lo remedia, en este convencimiento moriré. De ahí que haya sido el pudor quien me ha vedado hasta el día pontificar sobre este deporte. A una jornada inesperadamente halagüeña, en la que puedo clavar doce o quince truchas sucede otra en la que, sin comerlo ni beberlo, me vuelvo bolo a casa y, lo que es peor, sin intuir las causas que justifiquen, o siquiera expliquen, mi fracaso. Es obvio que en la pesca de la trucha operan factores climáticos y atmosféricos —viento, presión, temperatura, etc.— que no siempre podemos controlar, lo que imprime a la pesca un carácter aleatorio, de dependencia, mucho más acusado que el que rige para la caza de la perdiz. Tal vez por esto me asalte la impresión de no pisar aquí terreno firme. Considero que no he dado con el secreto de la pesca y que en la actualidad no paso de ser un pescador del montón.

El pescador de truchas es un ser generalmente hermético que reserva para sí sus descubrimientos. El pescador no ve un amigo en otro pescador que surge en el primer recodo del río sino un adversario. Quiero decir que las experiencias piscícolas son rigurosamente personales y, en consecuencia, todo pescador de truchas es, inevitablemente, un autodidacta.

A contrarrestar este silencio secular apuntan las páginas que siguen. A lo largo de cinco temporadas yo he ido anotando lo que me sucedía día tras día en la ribera del río sin omisiones, reticencias, ni ambigüedades. Como pescador no me siento en la obligación de silenciar mis descubrimientos; no me agrada el secreto profesional. Es, éste, pues, un diario de pesca espontáneo y sincero. En él no saco consecuencias pero es incontestable que ustedes pueden hacerlo. Por eso creo que, pese a la mediocridad de mi técnica y a la pobreza de mis recursos, el libro Mis amigas las truchas, puede resultar útil e, incluso, en algún aspecto, aleccionador.

Queda por aclarar la razón del título. Durante un tiempo dudé entre varios pero, finalmente, opté por éste en homenaje a estos peces que me han proporcionado ratos y emociones muy vivos. Lógicamente las truchas no compartirán mi punto de vista, esto es, es muy posible que mi inclinación amistosa hacia ellas no sea correspondida. La cosa es lógica. En el juego ellas arriesgan más que yo. Se trata, por tanto, de una amistad unilateral pero el libro lo he escrito yo y no ellas y, consecuentemente, hablo desde mi personal experiencia.

M. D.

MIGUEL DELIBES SETIÉN Valladolid 17 de octubre de 1920 - Valladolid 12 de - photo 1

MIGUEL DELIBES SETIÉN. (Valladolid, 17 de octubre de 1920 - Valladolid, 12 de marzo de 2010). Novelista español. Doctor en Derecho y catedrático de Historia del Comercio; periodista y, durante años, director del diario El Norte de Castilla.

Su sostenida labor como novelista se inicia dentro de una concepción tradicional con La sombra del ciprés es alargada, que obtiene el Premio Nadal en 1948.

Publica posteriormente Aún es de día (1949), El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), La hoja roja (1959) y Las ratas (1962), entre otras obras. En 1966 publica Cinco horas con Mario y en 1975 Las guerras de nuestros antepasados; ambas son adaptadas al teatro en 1979 y 1990, respectivamente. Los santos inocentes ve la luz en 1981 (y es posteriormente llevada al cine por Mario Camus); más adelante publica Señora de rojo sobre fondo gris (1991) y Coto de caza (1992), entre otras.

Su producción revela una clara fidelidad a su entorno, a Valladolid y al campo castellano, y entraña la observación directa de tipos y situaciones desde la óptica de un católico liberal. La visión crítica —que aumenta progresivamente a medida que avanza su carrera— alude sobre todo a los excesos y violencias de la vida urbana.

Entre los motivos de su obra destaca la perspectiva irónica frente a la pequeña burguesía, la denuncia de las injusticias sociales, la rememoración de la infancia (por ejemplo en El príncipe destronado, de 1973) y la representación de los hábitos y el habla propia del mundo rural, muchos de cuyos términos y expresiones recupera para la literatura.

Delibes es también autor de los cuentos de La mortaja (1970), de la novela corta El tesoro (1985) y de textos autobiográficos como Un año de mi vida (1972). En 1998 publica El hereje, una de sus obras más importantes de los últimos tiempos.

Considerado uno de los principales referentes de la literatura en lengua española, obtiene a lo largo de su carrera las más destacadas distinciones del ámbito literario: el Premio Nadal (1948), el Premio de la Crítica (1953), el Príncipe de Asturias (1982), el Premio Nacional de las Letras Españolas (1991) y el Premio Miguel de Cervantes (1993), entre otros.

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