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Marcel Lefebvre - Carta abierta a los católicos perplejos

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Marcel Lefebvre Carta abierta a los católicos perplejos
  • Libro:
    Carta abierta a los católicos perplejos
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
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  • Año:
    1985
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MARCEL LEFEBVRE Tourcoing Francia 1905 - Martigny Suiza 1991 fue un - photo 1

MARCEL LEFEBVRE (Tourcoing, Francia, 1905 - Martigny, Suiza, 1991), fue un obispo católico francés conocido por su crítica al Concilio Vaticano II.

Tras una dilatada carrera como misionero espiritano en el África francófona, tomó el liderazgo del movimiento ultramontano europeo, dentro de la Iglesia católica, enfrentándose a sus compañeros en el episcopado y llegando a desobedecer al papa Juan Pablo II, interpretando el Concilio Vaticano II como si supusiera una ruptura con la tradición de la Iglesia.

En noviembre de 1970, Lefebvre fundó la Hermandad Sacerdotal San Pío X y en 1988, contra la prohibición expresa de Juan Pablo II, Marcel Lefebvre consagró cuatro obispos. Inmediatamente la Congregación para los Obispos vaticana emitió un decreto declarando que la consagración era un acto cismático y que, en consecuencia, tanto Lefebvre, como otros obispos participantes en la ceremonia, habían incurrido en la excomunión automática,​ de acuerdo con el derecho canónico católico.

Título original: Lettre ouverte aux catholiques perplexes

Marcel Lefebvre, 1985

Traducción: Alberto Luis Bixio

Editor digital: Sekum

ePub base r2.1

Notas 1La Documentation catholique 3 de julio de 1983 N 1085 págs - photo 2
Notas

[1]La Documentation catholique, 3 de julio de 1983, N.º 1085, págs. 696-697.

[2] Sondeo Madame Figaro-Sofres, septiembre de 1983. La primera pregunta formulada era: ¿Comulga usted una vez por semana o más; alrededor de una vez por mes? Lo cual corresponde más o menos a la asistencia a misa, puesto que hoy todo el mundo comulga. Las respuestas afirmativas pasaron de un dieciséis a un nueve por ciento.

[3] Acción de hacer propicio a Dios.

[4] Acción de obtener las gracias y bendiciones divinas.

[5] Asambleas dominicales en ausencia del sacerdote.

[6] Instrucción Pastorialis actio.

[7] R. P. Ulisse Floridi, Moscou et le Vatican, Ed. France-Empire.

[8]Demain la liturgie. Ed. du Cerf.

[9]Le Catholicisme libéral, 1969.

[10]Un evéque parle, E. Dominique Martín Morin.

[11]Singulari Nos, 1834.

[12] Texte de reference, párrafo 312.

[13] De commencement en commencement, pág. 176.

[14] Canon 493.

[15] Prefecto de la Congregación de la Educación Católica.

[16] Referente al concilio de Trento.

[17] L’Osservatore Romano, 18/1/1984.

[18]La Reforma litúrgica, Edizioni Liturgiche, Roma.

Los cristianos de hoy —decía Juan Pablo II en 1981— se sienten, en gran medida, perdidos, confusos, perplejos, y hasta decepcionados. Esta perplejidad se manifiesta en las conversaciones, los escritos y el comportamiento de los católicos. A qué se debe esta situación, se pregunta monseñor Lefebvre, obispo de Toulle en Francia, y afirma que la fe se establecía sobre certitudes, que al ser quebrantadas, han sembrado la perplejidad. Los católicos han visto transformarse el fondo y la forma de las prácticas religiosas. Nueva misa, nueva teología de los sacramentos, nuevo catecismo, nuevo derecho canónico… ¿a dónde conduce todo esto?, ¿se trata acaso de una nueva religión? Monseñor Lefebvre responde a estas preguntas con un criterio personal, apoyándose en la enseñanza constante de la iglesia, que no pertenece al pasado ni está perimida, porque la verdad es de todos los tiempos, es eterna. Éste es un libro polémico, pero también honesto y sincero, sobre un problema siempre actual, universal.

Marcel Lefebvre Carta abierta a los católicos perplejos ePub r11 Sekum - photo 3

Marcel Lefebvre

Carta abierta a los católicos perplejos

ePub r1.1

Sekum 13.05.2020

CAPÍTULO I

¿Por qué están los católicos perplejos?

¿Quién podría negar que los católicos de este final del siglo XX estén perplejos? Basta con observar lo que pasa para persuadirse de que el fenómeno es relativamente reciente y que corresponde a los veinte últimos años de la historia de la Iglesia. Antes, el camino estaba perfectamente trazado; se lo seguía o no se lo seguía. Se tenía fe o se la había perdido o bien no se la había tenido nunca. Pero aquél que tenía fe, que había entrado en la santa Iglesia por el bautismo, que había renovado sus promesas aproximadamente a los once años, que había recibido al Espíritu Santo en el día de su confirmación, ése sabía lo que debía creer y lo que debía hacer.

Hoy, muchos ya no lo saben. En las iglesias se oyen afirmaciones que causan estupefacción, se leen tantas declaraciones contrarias a lo que se había enseñado siempre que la duda se ha insinuado en los espíritus.

El 30 de junio de 1968 al clausurar el Año de la Fe, S. S. Pablo VI hacía una profesión de fe católica ante todos los obispos presentes en Roma y ante centenares de miles de fieles. En su preámbulo, el Papa ponía en guardia a todos contra los ataques dirigidos a la doctrina, pues, según decía, «eso sería entonces engendrar, como desgraciadamente se ve hoy, turbación y perplejidad en muchas almas fieles».

La misma palabra Perplejidad se encuentra en una alocución de S. S. Juan Pablo II del 6 de Febrero de 1981: «Los cristianos de hoy, en gran parte se sienten perdidos, confundidos, perplejos y hasta decepcionados». El Santo Padre resumía las causas del modo siguiente:

«Desde todas partes se han difundido ideas que contradicen la verdad que fue revelada y que se enseñó siempre. En los dominios del dogma y de la moral se han divulgado verdaderas herejías que suscitan dudas, confusión, rebelión. Hasta la misma liturgia fue violada. Sumergidos en un “relativismo” intelectual y moral, los cristianos se ven tentados por una ilustración vagamente moralista, por un cristianismo sociológico sin dogma definido ni moral objetiva».

Esta perplejidad se advierte en todo momento en las conversaciones, en los escritos, en los periódicos, en las emisiones radiales o televisadas, en el comportamiento de los católicos; en quienes se traduce en una disminución considerable de la práctica piadosa, como lo atestiguan las estadísticas, en una pérdida de devoción por la misa y los sacramentos, en un relajamiento general de las costumbres.

En consecuencia, uno se ve obligado a preguntarse por la causa que determinó semejante estado de cosas. A todo efecto corresponde una causa. ¿Se trata de la fe de los hombres que disminuyó por un eclipse de la generosidad del alma, del apetito de goces, de la atracción de los placeres de la vida y de «las múltiples distracciones que ofrece el mundo moderno»? Ésas no son las verdaderas razones que, de un modo u otro, siempre existieron; la rápida caída de la práctica religiosa se debe más bien al espíritu nuevo que se introdujo en la Iglesia y que suscitó sospechas sobre todo un pasado de vida eclesiástica, de enseñanza y de principios de vida.

Antes todo se fundaba en la fe inmutable de la Iglesia transmitida por catecismos que eran reconocidos por todos los episcopados.

La fe se sustentaba en certezas; al quebrantarse éstas se ha sembrado la perplejidad.

Tomemos un ejemplo: la Iglesia enseñaba —y el conjunto de los fieles así lo creía— que la religión católica era la única religión verdadera. En efecto, fue fundada por el propio Dios, en tanto que las otras religiones son obra de los hombres. En consecuencia, el cristiano debe evitar toda relación con las religiones falsas y, por otra parte, hacer todo cuanto pueda para convertir a sus adeptos a la religión de Cristo.

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