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Marco Tulio Cicerón - Sobre la adivinación, Sobre el destino, Timeo

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Marco Tulio Cicerón Sobre la adivinación, Sobre el destino, Timeo
  • Libro:
    Sobre la adivinación, Sobre el destino, Timeo
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    ePubLibre
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    0044
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Sobre la adivinación, Sobre el destino, Timeo: resumen, descripción y anotación

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Luz

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LIBRO I

Es una vieja creencia.

Desde luego, no encuentro pueblo alguno —por muy formado y docto, o muy salvaje y muy bárbaro que sea— que no estime que el futuro puede manifestarse a través de signos, así como ser captado y predicho por parte de algunas personas. Fueron en un principio los asirios— piensan que lo que va a pasar se manifiesta, mediante señales absolutamente claras, a través del vuelo y del canto de las aves.

En cuanto a Grecia, ¿qué colonia llegó a enviar a Eolia, a Jonia, a Asia, a Sicilia o a Italia sin contar con el oráculo pitio, con el de Dodona o con el de Hamón?, ¿qué guerra emprendió sin consultar a los dioses?

Y no ha sido uno solo el tipo de adivinación que se ha venido practicando en el ámbito público o en el privado, pues nuestro pueblo —para dejar al margen los demás— ¡cuantísimos tipos de adivinación ha llegado a abrazar! Se cuenta que, en un principio, Rómulo, el padre de esta ciudad, no sólo la fundó contando con los auspicios.

Y, en vista de que un espíritu desprovisto de razón y de saber, bajo el impulso de su propia desinhibición y espontaneidad, podía llegar a inspirarse de dos maneras, a través del delirio o a través del sueño, considerando que el conocimiento adivinatorio extraído del delirio se contenía sobre todo en los versos sibilinos, determinaron que se escogiera a diez ciudadanos para que interpretasen tales versos.

5 Pues bien, según yo considero, los antiguos aprobaron todo esto por hallarse intimidados ante los acontecimientos, y no porque la razón los hubiese instruido. Sin embargo, de los filósofos sí que han podido recogerse algunos refinados argumentos acerca de la veracidad de la adivinación.

Pero, mientras los estoicos se dedicaban a defender prácticamente todos los tipos (ya que Zenón los había ido sembrando en sus tratados. ¿No van a concedemos los estoicos la posibilidad de hacer, en los demás aspectos, lo que a aquel estoico le fue permitido hacer —muy a pesar de los estoicos— en un aspecto concreto? Máxime cuando resulta que lo que no está claro para Panecio les parece a sus demás compañeros de escuela más claro que la luz del sol.

Pero lo cierto es que este timbre de gloria propio de la Academia ha sido refrendado mediante el juicio y el testimonio de un filósofo muy eminente.

Al preguntamos también nosotros qué juicio merece la adivinación —ya que Carnéades discutió muchas veces, con agudeza y abundantes recursos, en contra de los estoicos.

Introducción al diálogo

8 Se ha discutido sobre estas cuestiones otras muchas veces, pero con algo más de detalle hace poco, cuando me encontraba en Túsculo con mi hermano Quinto.

No siento necesidad alguna de dar respuesta a su discurso, porque la religión fue suficientemente defendida en el libro segundo por Lucilio, cuya intervención te pareció a ti mismo la que más se acercaba a la verdad, según escribes al final del libro tercero».

10 «Quinto» —le digo—, «tú sí que estás defendiendo el baluarte de los estoicos, si es que se cumple eso de que los dioses existen, si la adivinación existe, y, a la inversa, que, si los dioses existen, existe la adivinación. Ni una cosa ni la otra es tan fácil de conceder como tú consideras, pues no sólo puede el futuro manifestarse sin que exista una intervención divina, a través de la naturaleza, sino que puede ocurrir que, aun existiendo los dioses, no hayan otorgado al género humano capacidad adivinatoria alguna». Y él responde: «Pues, para mí, es prueba suficiente de que existen los dioses y de que deliberan acerca de los asuntos humanos el hecho de que, a mi juicio, hay tipos de adivinación que son claros y evidentes. Si te parece bien, expondré mi opinión personal al respecto, siempre y cuando estés dispuesto a ello y no tengas nada que pienses ha de anteponerse a esta charla».

Defensa por de la adivinación por parte de Quinto (11-132). Existencia de la adivinación

«Quinto» —le digo—, «pero si yo estoy siempre disponible para la filosofía… Como, por otra parte, no hay en este momento ninguna otra cosa a la que poder dedicarme con agrado, todavía anhelo mucho más oír tu opinión acerca de la adivinación». «Sin duda que no es nada nuevo» —me dice—, «nada que yo opine de una manera personal frente a los demás, pues sigo una opinión antiquísima y que, además, está refrendada por el asentimiento de todos los pueblos y gentes: son dos los tipos de adivinación; uno de ellos se basa en el aprendizaje, y el otro en la naturaleza.

Pues ¿qué pueblo, qué ciudad hay que no se deje impresionar por las predicciones de los arúspices, de los intérpretes de señales y relámpagos, de los augures, de los astrólogos, o por las predicciones de las tablillas, unas veces gracias a la observación prolongada de los signos, y otras gracias a una instigación o inspiración de carácter divino.

Por tanto, que deje Carnéades de importunar —como hacía también Panecio—, preguntándose si era Júpiter quien ordenaba a la corneja cantar desde la izquierda y al cuervo desde la derecha, se han ido tomando en consideración y anotando. Por otra parte, no hay nada que el largo transcurso del tiempo no pueda establecer y hacer comprensible, gracias a la salvaguarda propia del recuerdo y a la transmisión de los testimonios.

Cabe maravillarse de los tipos de hierbas y de raíces que han hallado los médicos contra las mordeduras de las bestias, contra las enfermedades de los ojos y contra las heridas. La naturaleza de su efecto nunca pudo explicarla la razón; por su utilidad se estimó su empleo, así como también a aquel que lo descubrió. Venga, veamos fenómenos que, aun perteneciendo a otro tipo, son, sin embargo, muy parecidos a la adivinación:

Y es que también el henchido mar anticipa a menudo

los vientos que se avecinan, cuando se encrespa de pronto en lo profundo

y las cenicientas rocas, espumeantes por el níveo flujo de la sal,

pugnan por replicar a Neptuno con voces entristecedoras,

o cuando el incesante estruendo que nace en la elevada cima de un monte

crece al batirse contra una hilera de peñascos.

Tus Pronósticos están repletos de intuiciones proféticas como éstas. Pues bien, ¿quién es capaz de aislar sus causas?

Y eso que, según veo, lo intentó el estoico Boeto, quien algo ha hecho hasta ahora para explicar la razón de los fenómenos que se producen en el mar y en el cielo….

¿Quién podría decir, con cierta probabilidad, por qué suceden realmente cosas así?

Asimismo la cenicienta focha, al huir del abismo del ponto,

anuncia con su grito la amenaza de horribles borrascas,

lanzando de su trémula garganta desafinados cantos.

También a menudo entona la rana en su pecho

un tristísimo cantar, e insiste en sus sones matinales,

en sus sones insiste, y arroja de su boca continuos lamentos,

tan pronto como la aurora deja caer sus gélidos rocíos.

Y alguna vez la negruzca corneja, al recorrer las orillas,

llega a sumergir la cabeza, recibiendo sobre su cuello el oleaje.

15 Vemos que estas señales no mienten prácticamente nunca, y, sin embargo, no vemos por qué ocurre así.

También vosotras, crías del agua dulce, veis los signos,

cuando os disponéis a lanzar a gritos vuestros sones vanos

y con desacordado croar alborotáis fuentes y estanques.

¿Quién podía sospechar que las ranitas viesen tales cosas? Pero resulta que reside en ellas una especie de poder natural capaz de manifestar señales, suficientemente cierto por sí mismo, pero más que oscuro para el conocimiento humano.

Los bueyes de moroso pie, encarando la luz del cielo,

aspiraron con su morro la húmeda esencia que procedía del aire.

Como entiendo lo que sucede después, no me pregunto su porqué.

Pues bien, el siempre verde y siempre cargado lentisco

suele crecer con triple retoño:

produciendo tres cosechas señala las tres épocas de labranza.

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