• Quejarse

Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 2

Aquí puedes leer online Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 2 texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 0070, Editor: ePubLibre, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Marco Tulio Cicerón Discursos Vol. 2

Discursos Vol. 2: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Discursos Vol. 2" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Marco Tulio Cicerón: otros libros del autor


¿Quién escribió Discursos Vol. 2? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Discursos Vol. 2 — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Discursos Vol. 2 " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer
DISCURSO TERCERO
EL TRIGO

Jueces: todos los que, sin verse impulsados por alguna enemistad o perjudicados por alguna ofensa personal o animados por alguna recompensa, llevan a juicio a otro en interés del Estado, deben prever no sólo qué carga afrontan en ese momento, sino cuán gran tarea intentan asumir para el resto de su vida. En efecto, se imponen a sí mismos la ley de la probidad, de la moderación y de todas las virtudes quienes exigen cuentas a otro de su vida, y con mayor motivo si, como dije antes, hacen esto sin ser movidos por ningún otro interés que no sea el bien común. Porque a quien toma a su cargo el corregir las costumbres de otros y censurar sus errores, ¿quién le va a perdonar si en algo llega a apartarse, precisamente él, del respeto al deber? Por tal motivo, debe ser aún más elogiado y apreciado por todos el ciudadano de esa clase, porque por un lado, aparta de la vida pública al mal ciudadano, y, por otro, declara y garantiza que, por lo que a él respecta, se compromete a vivir recta y honestamente, no sólo por la común aspiración a lo que debe ser la virtud y el deber, sino también por un imperativo más apremiante. En estos términos, jueces, se oyó decir con frecuencia a un hombre muy ilustre y elocuente, Lucio Craso, que de nada se arrepentía tanto como de haber llevado a juicio en un determinado momento a Gayo Carbón, porque tenía menos libres sus inclinaciones por todas las cosas y creía que su vida era observada por más ojos de los que hubiera querido. Y él, protegido por estas defensas de sus cualidades y de su posición social, se veía constreñido por esta preocupación que había asumido aún no asentada su capacidad de juicio, sino en una edad temprana, en la que la virtud y la integridad de aquellos que, siendo jóvenes, se rebajan a un asunto tal, se advierten todavía menos que las de aquellos que lo hacen a una edad ya afianzada. En efecto, aquéllos, antes de que pudieran valorar cuánto más libre es la vida de los que no acusaron a nadie, ejercen la acusación por afán de gloria y vanidad; nosotros, que ya hemos demostrado qué podemos hacer y nuestra pequeña capacidad de juzgar, si no contuviéramos fácilmente nuestras pasiones, nunca nos recortaríamos a nosotros mismos esa licencia y libertad de nuestras vidas.

, 4 Y yo soporto una carga mayor que los que acusaron a otros (si se debe llamar carga lo que llevas con alegría y placer), pero, aun así, asumí esta carga mayor que la de los demás, porque se pedía a los hombres que se abstuvieran especialmente de aquellos vicios que censuraban en otros. Si acusas a algún ladrón o depredador, tendrás que evitar siempre cualquier sospecha de avaricia; si haces comparecer a un individuo malvado o cruel, habrás de cuidar siempre que no parezca que has sido en algo demasiado duro o inhumano; si es a un corruptor o adúltero, cuidarás escrupulosamente de que no aparezca en tu vida ningún vestigio de lujuria; todo, en fin, lo que reclames en otro, deberás evitarlo enérgicamente tú mismo, porque no es tolerable, no ya un acusador, sino ni siquiera un censor que, por su parte, es susceptible de reprensión en aquel defecto que echa en cara a otro.

Yo censuro en un solo hombre todos los vicios que puedan darse en un hombre corrompido y abominable; afirmo que no hay ningún indicio de desenfreno, crimen y audacia que no podáis reconocer en la vida de éste únicamente. Por consiguiente, a propósito de este reo, me marco esta norma, jueces: que he de vivir de tal modo que se vea que soy y he sido siempre lo más desemejante a ése, no sólo en todas las acciones y palabras, sino incluso en aquella contumacia y soberbia que contempláis en su rostro y en sus ojos. Soporto, no llevo penosamente, jueces, que la vida que me fue antes agradable por sí misma, ahora haya de ser también una necesidad por esta norma y condición que me he impuesto.

, 6 ¿Y me preguntas con frecuencia, Hortensio, a propósito de este hombre, por qué enemistad o por qué ofensa me he visto impulsado a emprender su acusación? Omito ahora la razón de mi deber y mis vínculos con los sicilianos; te contesto cabalmente a lo de las enemistades: ¿piensas tú que hay algún motivo de enemistad mayor que el sentir contrapuesto de los hombres y las diferencias en sus afanes y deseos? Quien considera la lealtad como lo más sagrado ¿puede no ser enemigo de aquel que, siendo cuestor, se atrevió a expoliar, abandonar, traicionar, atacar a su cónsul, una vez que se le comunicaron los planes, se le entregó el dinero y se le confiaron todos los asuntos? Quien cultiva el pudor y la moralidad ¿puede contemplar con ánimo sereno los cotidianos adulterios de ése, su sistema de meretriz y su alcahuetería en el propio domicilio? Quien quiere mantener las religiones de los dioses inmortales ¿puede dejar de ser enemigo del que ha expoliado todos los templos, que se ha atrevido a saquear desde las rodadas de los carros procesionales? ¿No será tu peor enemigo quien considera que todos deben gozar de igual condición jurídica, cuando medita sobre la mudanza y la arbitrariedad de tus decretos? Quien se duele de las injusticias a los aliados y de las desgracias de las provincias ¿no se sentirá movido contra ti por el pillaje de Asia, la vejación de Panfilia y las lágrimas de Sicilia? Quien quiere que se tengan como algo sagrado los derechos y la libertad de los ciudadanos romanos ¿no debe ser para ti incluso más que un enemigo cuando recuerde tus golpes, las hachas, las cruces clavadas para los suplicios de ciudadanos romanos? Si en algún asunto hubiera decidido algo injustamente contra mis intereses, pensarías que yo era su enemigo con razón; puesto que ha hecho todo en contra del interés, la causa, la consideración, la utilidad y el deseo de toda la gente de bien, ¿acaso preguntas por qué soy enemigo de aquél para quien el pueblo romano es hostil, yo, sobre todo, que, para satisfacer los deseos del pueblo romano, debo asumir una carga y un cometido mayores que lo que exige mi condición de hombre?

¿Pues qué? ¿Aquello que parece ser de poca importancia no puede conmover el ánimo de cualquiera, si la maldad y audacia de ése logra un acceso más fácil a tu propia amistad y a la de los demás hombres grandes y nobles que las cualidades y la integridad de uno de nosotros? ¿Odiáis el celo de los hombres nuevos, desdeñáis su sobriedad, despreciáis su pudor, deseáis ver su talento y cualidades hundidos y destruidos, amáis a Verres? Así lo creo; si no por sus virtudes, por su diligencia, su inocencia, su pudor, su moralidad, sí, en cambio, os deleitáis con su conversación, su cultura y sus buenos modales… Nada de esto hay y, por el contrario, está todo embadurnado de una gran ignominia y vileza, además de una singular necedad y grosería.

Si alguna de vuestras casas recibe a este hombre, ¿parece que le abre la puerta o parece más bien que abre la boca y le pide algo? Aprecian a éste vuestros porteros y ayudas de cámara; a éste aman vuestros libertos, vuestros esclavos y esclavas; cuando llega éste, se le recibe a cualquier hora; se le hace pasar a él solo; a los otros, con frecuencia hombres muy honorables, se les impide la entrada. De lo cual se puede comprender que os son los más queridos los que han vivido de tal manera que no pueden permanecer indemnes sin vuestra protección.

¿Pues qué? ¿Piensas que alguno ha de soportar que nosotros vivamos en una situación económica tan estrecha que no queremos acrecentarla en absoluto, que protegemos nuestra posición y los beneficios otorgados por el pueblo romano, no con recursos, sino con cualidades y que ése, burlándose impunemente, abunde y rebose con todo tipo de cosas robadas de todas partes, que vuestros banquetes se vean adornados con la plata de éste, el foro y el comicio con las estatuas y los cuadros de éste, habida cuenta, sobre todo, que vosotros, por vuestras hazañas guerreras, abundáis en todo este tipo de objetos, que sea Verres quien adorne vuestras quintas con su propio botín, que sea Verres quien rivalice con Lucio Mumio de forma que parezca que el aquí presente ha adornado más quintas con ornamentos de templos que Mumio templos con despojos de enemigos? ¿Y éste os será por ello más querido, para que los demás sirvan más gustosamente a vuestra codicia a cambio de su propio peligro?

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Discursos Vol. 2»

Mira libros similares a Discursos Vol. 2. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Marco Tulio Cicerón - Los deberes
Los deberes
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Las leyes
Las leyes
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 8
Discursos Vol. 8
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 7
Discursos Vol. 7
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 6
Discursos Vol. 6
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 5
Discursos Vol. 5
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 4
Discursos Vol. 4
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 3
Discursos Vol. 3
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Discursos Vol. 1
Discursos Vol. 1
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Cartas III
Cartas III
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Cartas II
Cartas II
Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón - Cartas I
Cartas I
Marco Tulio Cicerón
Reseñas sobre «Discursos Vol. 2»

Discusión, reseñas del libro Discursos Vol. 2 y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.