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Luis González-Carvajal Santabárbara - El Padrenuestro explicado con sencillez

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Luis González-Carvajal Santabárbara El Padrenuestro explicado con sencillez

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LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL SANTABÁRBARA Madrid 1947 es unánimemente reconocido - photo 1

LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL SANTABÁRBARA (Madrid, 1947) es unánimemente reconocido como una de las grandes autoridades internacionales en el campo de la teología cristiana sobre la pobreza y la exclusión.

Es Ingeniero de Minas y Doctor en Teología. Ha sido Secretario General de Cáritas Española, y Profesor y Director del Instituto Superior de Pastoral (de la Universidad Pontificia de Salamanca en Madrid). Actualmente es Profesor Propio Ordinario (equivalente a catedrático) de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas (Madrid), donde coordina el área de Moral Social. Dirige la colección Teología Comillas. Sus obras han sido traducidas a seis idiomas.

Título original El Padrenuestro explicado con sencillez Luis - photo 2

Título original: El Padrenuestro explicado con sencillez

Luis González-Carvajal Santabárbara, 2009

Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera

Editor digital: Titivillus

Corrección de erratas: PiCa (r1.0) y Mozartillo (r2.1)

ePub base r1.2

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El Padrenuestro explicado con sencillez sí pero también con la profundidad - photo 3

«El Padrenuestro explicado con sencillez», sí, pero también con la profundidad y seriedad teológica que cabe esperar en alguien de la categoría del profesor González-Carvajal. Pues eso, nada más… y nada menos.

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Luis González-Carvajal Santabárbara

El Padrenuestro explicado con sencillez

ePub r2.2

Titivillus 24.07.2017

INTRODUCCIÓN

S I QUIERO SER SINCERO, debo decir que yo nunca tuve intención de publicar un libro sobre el Padrenuestro porque hay ya muchos en el mercado y muy buenos. Éste que el lector tiene en sus manos ha surgido sin proponérmelo.

Respondiendo a una petición de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), entre el 16 de mayo de 2008 y el 15 de enero de 2009 fui publicando quincenalmente en la revista «Noticias Obreras» unos comentarios a la oración dominical. Los leyó el P. Gregorio de Pablos, SJ, pensó que merecía la pena reunidos en un pequeño libro, se lo propuso a sus compañeros de la Editorial Sal Terrae y… aquí están, tratando de superar la existencia inevitablemente efímera que permite la hospitalidad de una publicación periódica. Los lectores decidirán si les conceden una vida larga o no.

Después de pensarlo un poco he decidido mantenerlos como aparecieron en «Noticias Obreras» —brevísimos y sin notas a pie de página—, porque mi intención es alimentar no tanto la inteligencia como la experiencia creyente. Me he limitado a añadir esta Introducción y un último capítulo titulado «Amén».

Peter Wust —filósofo de orientación agustiniana y catedrático de la Universidad de Münster—, al despedirse de sus alumnos en su última clase, les dijo: «Y si ustedes me preguntasen, antes de irme definitivamente, si conozco alguna clave mágica que pueda abrirle a uno la puerta última que conduce a la sabiduría de la vida, a la bienaventuranza, yo les contestaría que sí. Y esta clave mágica no es la reflexión, como tal vez esperasen oír de un filósofo, sino la oración». La oración ocupa un lugar central en la vida de los creyentes. Es su alma y su aliento. Cuando la oración enmudece en la vida de una persona podemos asegurar que la fe ha desaparecido de ella. Por eso llevaba razón santa Teresa cuando decía que la oración es cuestión de vida o muerte para el cristiano, y que no hay más solución para la falta de oración que ponerse de nuevo a rezar.

La oración debe ser diaria. Un día sólo está equilibrado cuando nuestra dedicación al trabajo —incluso si se trata del trabajo apostólico— deja tiempo para el cultivo de la propia persona, para la relación con los demás y para el desarrollo de esa interioridad en la que experimentamos la presencia de Dios. No es positivo para la vida espiritual eliminar el ritmo diario de la oración debido a la escasez de tiempo e intentar compensarlo con momentos más largos semanales o mensuales. La experiencia dice que eso va atrofiando las facultades espirituales y hace cada vez más difícil la oración.

Este libro pretende que aprendamos a rezar mejor el Padrenuestro, la única oración que nos enseñó Jesús. Es una de las oraciones más conocidas y repetidas. Los cristianos llevamos rezándolo dos mil años, y podemos asegurar que quienes vivan dentro de otros dos mil seguirán todavía rezándolo, quizá en lenguas que todavía no existen. En la primitiva Iglesia la iniciación al Padrenuestro ocupaba un lugar muy importante en la preparación para el bautismo. Esta preparación, en efecto, comportaba una triple iniciación:

  • Una iniciación a las verdades de la fe, enseñando el Credo.
  • Una iniciación a la vida cristiana, explicando la moral.
  • Y una iniciación a la oración, comentando el Padrenuestro.

Por desgracia, a nosotros nadie nos inició en el rezo del Padrenuestro. Simplemente, hicieron que lo aprendiéramos de memoria y, desde entonces, lo hemos repetido una y otra vez. Los recuerdos de nuestra infancia están muy asociados a los Padrenuestros (así, en plural, porque lo que predominaba era, sobre todo, la cantidad). La Didajé —un escrito del siglo I, contemporáneo de los libros más tardíos del Nuevo Testamento— aconsejaba rezar tres veces al día el Padrenuestro, pero nosotros lo hacíamos con mucha más frecuencia: cinco veces cuando rezábamos el rosario (además añadíamos otro «por las intenciones del Romano Pontífice»), otras cinco veces cuando hacíamos la visita al Santísimo; lo rezábamos también para ganar la indulgencia plenaria y cuando orábamos por las ánimas del purgatorio; la penitencia de nuestras confesiones solía ser a base de Padrenuestros, etc. etc.

En mi opinión eran demasiados Padrenuestros; muchas veces sin venir siquiera a cuento. Unamuno ya comentaba en sus Recuerdos de niñez y mocedad: «Sorprendente eso de rezar Padrenuestros a san José, diciéndole: “Padre nuestro, que estás en los cielos” y lo demás que se enseñó para decírselo a Dios Padre». Y me pregunto quién sería el confesor insensato que, por primera vez, impuso como penitencia a un pecador decir un Padrenuestro. Merece un par de palos eso de convertir el Padrenuestro en una penitencia.

El caso es que, todavía hoy, seguimos añadiendo Padrenuestros. ¿Cuántos habremos rezado a lo largo de nuestra vida? Imposible calcularlo. Son miles y miles. Mucho me temo que hemos atravesado con creces ese umbral a partir del cual la excesiva repetición engendra rutina. ¿Se aburrirá también Dios oyéndonoslo repetir rutinariamente? Estamos ante una oración que no debe rezarse con ligereza. Nada me extrañaría que, después de reflexionar en las páginas siguientes sobre las peticiones de la oración dominical, descubramos que no habíamos entendido del todo lo que llevamos tantos años repitiendo, e incluso que hasta ahora no hemos rezado con suficiente seriedad un solo Padrenuestro.

Observará el lector que la explicación de cada petición es llamativamente breve. Eran muy breves en la revista «Noticias Obreras» y las he mantenido así porque no pretendo en absoluto decir todo lo que podría decirse, sino únicamente facilitar a los lectores una meditación personal a partir de lo que vayan leyendo. El 18 de abril de 1659, san Vicente de Paúl —sin tiempo para terminar una meditación que estaba dirigiendo a sus misioneros— concluyó con estas palabras: «Dios os dirá lo restante en la oración de mañana, en la que escucharéis su lenguaje mucho mejor que el mío». Ésa es también mi convicción. Lo fundamental no es lo que está escrito en estas páginas, sino lo que mediten los lectores a partir de ellas.

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