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Juan Eslava Galán - Los Reyes Católicos

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Juan Eslava Galán Los Reyes Católicos

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Título original: Los Reyes Católicos

Juan Eslava Galán, 1996

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

Los Reyes Católicos Isabel I de Castilla 1451-1504 y Fernando II de Aragón - photo 1

Los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla (1451-1504) y Fernando II de Aragón (1452-1516), han pasado a la posteridad como los fundadores de la España moderna y origen de uno de los períodos más brillantes de nuestra historia. Encontraron un país débil y dividido que pacificaron y fortalecieron hasta convertirlo en una gran potencia gobernada por una monarquía autoritaria. Para ello no solo sojuzgaron a la levantisca nobleza, sino que hábilmente encauzaron su fuera militar en apoyo de las empresas de la Corona.

Ellos, en fin, pusieron los cimientos del futuro Imperio de los Austrias al ampliar los dominios de España por África, América y Europa. Un reinado brillante, con sus sombras y contradicciones, en el que imperó, sobre todo, un pragmatismo político indiscutible que los llevó a utilizar todos los medios que consideraron necesarios para afianzar su poder, unificar su reino y asegurar una decisiva influencia española en el panorama político de la época.

Los Reyes Católicos es un libro fascinante en el que Juan Eslava Galán, con el impecable estilo narrativo al que nos tiene acostumbrados, explica el papel decisivo de Isabel I y Fernando II para España y Europa.

Juan Eslava Galán Los Reyes Católicos ePub r10 Titivillus 23102019 CAPÍTULO - photo 2

Juan Eslava Galán

Los Reyes Católicos

ePub r1.0

Titivillus 23.10.2019

CAPÍTULO I LA LEYENDA BLANCA DE FERNANDO E ISABEL

Muchos españoles recuerdan todavía las estrofas de aquel himno que cantaban las juventudes falangistas en tiempos de Franco:

De Isabel y Fernando

el espíritu impera.

Moriremos besando

la sagrada bandera,

pues la España gloriosa

nuevamente ha de ser

la nación poderosa que jamás

dejó de vencer.

Es sorprendente, y también revelador, que el fascismo español, antimonárquico como era, incurriera en la contradicción de exaltar la memoria de los Reyes Católicos. El régimen, en sus primeros tiempos, los del hambre y las cartillas de racionamiento, alentaba ciertas pretensiones imperiales a las que el reinado de los Reyes Católicos suministraba un precedente utilísimo. Los historiadores paniaguados del régimen (casi todos los que no se habían exiliado), que colaboraron con entusiasmo a la corriente laudatoria de los Reyes Católicos, no tuvieron que devanarse los sesos en busca de consignas. El material propagandístico se contenía ya en la obra de los cronistas de los reyes. Además, en el siglo XIX, algunos levitones de la Academia de la Historia dieron en proyectar sobre Isabel y Fernando la idealización romántica de la monarquía que sus mentores políticos requerían y convirtieron a los reyes en paradigma del gobierno benéfico y firme al que los sectores conservadores de la sociedad española tradicionalmente han aspirado.

Otros monarcas de nuestra historia sufren una leyenda negra; los Reyes Católicos son tan afortunados que han pasado a la posteridad arropados por una leyenda blanca, igualmente desorientadora, la que han tejido sus hagiógrafos sobre los interesados testimonios de historiadores subvencionados. Esta propaganda orquestada desde el poder es, por otra parte, una característica común de las nuevas monarquías europeas que inauguraron la Edad Moderna, pero en el caso de España es probable que respondiera también a cierta íntima mala conciencia que compartieron la reina católica y sus allegados. Porque, digámoslo francamente, Isabel usurpó un trono que correspondía a su sobrina, la legítima heredera de la Corona de Castilla, la princesa Juana, llamada la Beltraneja. Por eso hubo que justificar la ilegalidad revistiendo a la usurpadora con un carisma que la hiciera excepcional, para que, subliminalmente, se aceptara que Dios la había escogido para arreglar el mundo, aunque para ello tuviera que vulnerar las leyes dinásticas. El paralelo con el general Franco, «Caudillo por la gracia de Dios», es obvio y ello explica más que otra cosa que durante el franquismo se valorara tanto la figura de Isabel y se utilizara a menudo con fines propagandísticos. Incluso existió una institución nacionalcatólica empeñada en promover la santificación de la reina por medio de una lujosa revista escuetamente titulada Y, la inicial gótica de Ysabel.

La leyenda blanca de los Reyes Católicos, hay que reconocerlo por otra parte, se basa en un conjunto de datos ciertos: encontraron un país débil y dividido al que pacificaron y fortalecieron hasta convertirlo en una gran potencia gobernada por una monarquía autoritaria. Para ello no solo sojuzgaron a la levantisca nobleza, que hasta entonces había socavado la autoridad real, sino que hábilmente encauzaron su fuerza militar en apoyo de las empresas de la Corona (conquista de Granada, de plazas africanas, de Nápoles, exploraciones americanas). Ellos, en fin, pusieron los cimientos del futuro imperio de los Austrias al ampliar los dominios de España por África, América y Europa.

Todo esto es cierto, pero hoy va surgiendo una historiografía renovada y más serena que atempera los entusiasmos. Los espectaculares logros de Isabel y Fernando se matizan al advertir, tras cuidadoso escrutinio, que cuando comenzaron a reinar la situación general distaba de ser tan desastrosa como los historiadores apesebrados nos hicieron creer. Examinando los textos a la luz de otras fuentes, se pone de relieve que estos devotos funcionarios cargaron las tintas en la anarquía y la disolución de la etapa anterior para presentar a los reyes como salvadores de la patria, instauradores de la justicia y el orden y padres del pueblo. Visto el asunto más de cerca, incluso advertimos que los Reyes Católicos, tan alabados por historiadores franquistas como inspiradores de la Contrarreforma y de la política religiosa que caracterizaría la España del siglo siguiente, no fueron en absoluto responsables de ella. Aunque recibieran el título de «Católicos» (otorgado por el papa español Alejandro VI en 1494 para remediar cierto agravio comparativo, dado que los de Francia eran «Cristianísimos»), nunca dejaron de ser dos mandatarios pragmáticos que utilizaron la religión para conseguir sus fines políticos y nunca supeditaron estos a la religión como harían, con singular torpeza, algunos de sus sucesores.

Una cuestión que se viene debatiendo por lo menos de un siglo a esta parte es la del peso político relativo de Fernando y de Isabel. ¿Quién mandaba más? ¿Cuál de los dos era más inteligente? ¿Quién influía en el otro? El inveterado prejuicio machista de los historiadores ha considerado tradicionalmente a Fernando más inteligente y capaz que Isabel. Al fin y al cabo, ya en su tiempo fue el modelo de príncipe propuesto por Maquiavelo en su célebre manual. Un libro que desde entonces, lo reconozcan o no, ha estado en la mesita de noche de todos los poderosos y los ha animado a conseguir sus fines sin reparar en medios. Hubo que esperar al siglo XIX para que los historiadores románticos arremetieran contra el tópico y propusieran a la reina Isabel como el modelo inteligente que fue motor de la grandeza de la monarquía. Fiel a la ley del péndulo, tan cara a la historiografía, esta nueva valoración de la reina ninguneó considerablemente la figura de Fernando e incluso la redujo a un desairado papel de comparsa que, desde luego, el aragonés nunca tuvo. Ahora parece que las opiniones andan equilibradas en un punto medio. Algunos historiadores creen que Isabel prestó mayor atención a la política interior mientras que Fernando se ocupó preferentemente de la exterior. Es posible que se dejen influir por el inconsciente paralelismo que suministran situaciones modernas. Al margen de modas interpretativas, parece que los reyes constituyeron un matrimonio pragmático, con la concepción patrimonial del Estado que hasta recientemente ha sido natural en las monarquías, y solo preocupados por aumentar la hacienda de sus respectivos reinos para legarlos a sus herederos tan saneados como fuera posible. También se observan etapas castellanas y etapas aragonesas en la política de los reyes. Los comienzos del reinado, con la guerra civil en Castilla, y los diez años de la guerra de Granada constituyen, evidentemente, etapas castellanas; hacia el final del reinado, cuando la reina se apaga un tanto después de la muerte del príncipe Juan, es una etapa más aragonesa. Lo son también los años de las guerras en Italia y, por supuesto, los que siguen a la muerte de Isabel.

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