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Juan Miguel Baquero - El país de la desmemoria

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Juan Miguel Baquero El país de la desmemoria

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1. Ensayo para la barbarie

Ensayo para la barbarie

«Los aviones venían rasantes y me agazapé en el suelo, cubierto por una manta. De pronto sentí un golpe fuerte en la espalda. Quedé paralizado. Noté que tenía sangre. Cuando todo el mundo se levantó, vi que me había caído encima la cabeza de una niña. Yo tenía diez años y ella era más chiquita. Una pequeña de cuatro o cinco años». Los recuerdos de Alejandro Torrealba siguen vivos ocho décadas más tarde.

La escena que relata ocurre en la carretera de Málaga a Almería, cuando decenas de miles de personas huyen del avance rebelde. Porque el 7 de febrero de 1937 había arrancado siniestro, con Francisco Franco, Adolf Hitler y Benito Mussolini atacando sin compasión a población civil durante uno de los mayores éxodos del siglo XX. Tras el bombardeo, los golpistas entran el día 8. La capital malagueña, que hasta entonces había estado en manos republicanas, acogía a miles de refugiados que atestaban las calles, procedentes de Antequera y de Ronda, recién tomadas. Se sabía por las experiencias de Cádiz, Sevilla, Córdoba y Granada que las tropas rebeldes no tenían compasión con la gente de a pie de las ciudades. Y Málaga había sido un feudo republicano durante siete meses tras el golpe de Estado de julio del 36. En otras ciudades habían tenido lugar fusilamientos a centenares, detenciones a miles. Los civiles que temen por sus vidas tienen que escapar por la única salida posible, los 175 kilómetros que separan esa ciudad de Almería, aún republicana. Fascistas y nazis convierten la línea costera en una trampa y la huida en una carnicería. Será el mayor crimen de guerra de la guerra civil española: La Desbandá. Los números de esta masacre andaluza, en la huida de Málaga hacia Almería, no son concluyentes. Varían según las diversas investigaciones. En cifras redondas supera los 5000 muertos en un río humano compuesto por más de 200 000 refugiados asediados por tierra, mar y aire. Miles de mujeres, ancianos, niñas y niños, derrotados y atacados mientras se limitaban a huir, sin presentar batalla. La desesperada migración muta en un inédito drama humanitario. La interminable columna de mujeres con sus bebés e hijos pequeños, los ancianos, la mayoría descalzos, son bombardeados desde el mar por la artillería de los cruceros rebeldes. Por tierra les persiguen las tropas italianas, que los van ametrallando. También caen bombas desde el cielo. Este ataque contra población civil por parte de Franco y sus aliados precede a otros bombardeos indiscriminados que son más conocidos, como los de Guernica (Vizcaya), Barcelona o Játiva (Valencia), pero los supera en la dimensión de la matanza. En todos estos casos los ataques a la población civil se hicieron con participación alemana e italiana.

«Alejandrito, cuando vengan los aviones te tiras a la cuneta y te tapas con la mantita, ¿vale? —le decían—. Y eso hice», afirma en 2018 aquel niño, ahora Alejandro, noneganerio. Con apenas un trapo como toda cobertura. Como una suerte de escudo que no impide la máxima expresión del terror.

La Guerra Civil española es un propicio banco de pruebas para la futura Segunda Guerra Mundial, y Hitler y Mussolini no lo desaprovechan. La Desbandá también sirve como ensayo bélico. Les vale como prólogo del conflicto internacional que el führer y el duce provocarán pronto. En España ensayan sus armas nuevas, aportando de paso al futuro caudillo español un apoyo decisivo. Sin el sostén de la bestia totalitaria, materializado en tropas de infantería, armamento y aviones, quizás nunca hubiera llegado la victoria de Franco en España.

Estas matanzas de civiles lejos del frente bélico ejemplifican la voluntad genocida del franquismo: la orden de aniquilar al adversario social y político para evitar la resistencia, como principal estrategia para ganar la guerra, y la pedagogía del terror y la violencia extrema como herramientas. Un afán terrorista que resultó, entre otras cosas, en la cifra de al menos 114 226 desaparecidos forzados, cuyos cadáveres acabaron enterrados como perros en las más de 2500 fosas comunes excavadas en los cementerios y en las cunetas de caminos y carreteras de todo el país.

Las tumbas ilegales sembradas en suelo español representan el fruto más ignominioso de aquel conflicto bélico y de su posguerra. Pero no el único. El rendimiento de la cosecha fascista está en todas y cada una de las violaciones de derechos humanos que han seguido produciéndose durante décadas sin que ninguno de sus responsables haya tenido que pasar por un juzgado. Nada más brutal que el contraste entre la impunidad de los crímenes cometidos desde el 17 de julio de 1936 por los sublevados contra el legítimo gobierno de la Segunda República, por un lado, y el desprecio del Estado, por otro, a las víctimas de la conspiración armada. Un claro síntoma de la herida abierta, de un olvido insostenible en cualquier nación democrática homologable a la española, que deja al descubierto la herencia diseñada por los golpistas, continuada por sus herederos y que a lo largo de cuatro décadas de democracia ha sido imposible romper.

Ni siquiera la Ley de Memoria Histórica, aprobada en 2007, trajo consigo una auténtica respuesta a las reivindicaciones de las víctimas, resumidas en el trinomio de palabras «verdad, justicia y reparación». Ha seguido vigente la preconstitucional Ley de Amnistía aprobada durante la Transición, que ha actuado como una suerte de Ley de Punto Final en un país que, por ejemplo, ha sostenido durante años con dinero público el Valle de los Caídos, el mausoleo donde el dictador recibió sepultura como si fuera un faraón, rodeado de algunos de los suyos, pero también de miles de aquellos a los que él condenó a muerte. Un mausoleo tenebroso en cuya construcción trabajaron muchos presos políticos convertidos en esclavos. En el capítulo «Parafernalia simbólica» trataremos con mucho detalle este monumento fascista, y hablaremos de los nuevos intentos de cambiar su significación y llevarse de él la momia de Franco y los restos de José Antonio Primo de Rivera, anunciados por el gobierno de Pedro Sánchez desde el momento que ganó la moción de censura contra el PP tras la sentencia del caso Gürtel.

Porque la anomalía reina en España, un país que ha sido capaz de abrir la vía judicial para las dictaduras de Augusto Pinochet en Chile y de Jorge Rafael Videla en Argentina aplicando los principios del derecho universal. Pero que también ha sido capaz de boicotear la única causa abierta en el mundo para juzgar al franquismo, la Querella Argentina. Porque España ignora el mandato de Naciones Unidas y nunca llevó ante un juez a los verdugos y torturadores, ni ha investigado judicialmente las prácticas represivas organizadas más duraderas de Europa. Porque España no anuló tampoco los juicios franquistas que terminaron con condenas a muerte, penas de reclusión, cuantiosas multas o depuración profesional. Porque los gobiernos españoles tampoco han restituido el expolio que sufrieron, por parte de los franquistas y sus amigos, los perdedores. Tampoco se ha cuestionado nunca la fortuna corrupta de la familia Franco, que tras la muerte de la única hija del dictador, Carmencita, ha quedado dispersa entre los nietos y la Fundación Franco. Ni siquiera en democracia se ha obligado a rendir cuentas a las empresas que usaron esclavos, condenados en juicios políticos, durante la dictadura. Es más, la simbología fascista permanece en las calles y abrir estos debates molesta a una parte de la población y a sus representantes políticos. Porque la cara más oscura de este pueblo demuestra que el franquismo está vivo, presente.

Por todo esto España es el país de la desmemoria. Una tierra enmarañada en la lectura parcial de su propio relato, que ha vendido durante años una visión equidistante o directamente apologética de su cruel pasado reciente como alimento propiciatorio del franquismo sociológico. Un país en donde muchos todavía no entienden que para ser demócrata hay que empezar siendo antifascista. Los recuerdos de Alejandrito, huyendo de las tropas franquistas que acaban de conquistar Málaga, los recuerdos de aquel que fue un niño que huía cargado con su manta y su terror infantil a cuestas, son el paradigma de la apuesta por la libertad, la igualdad y la democracia que fue truncada por el fascismo. Del juguete roto en mil pedazos.

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