Jacques Robichon - Extraordinarias historias verídicas
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- Libro:Extraordinarias historias verídicas
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1966
- Índice:4 / 5
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Extraordinarias historias verídicas: resumen, descripción y anotación
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Dieciséis historias que fueron o podrían haber ido a cinco columnas. ¿El bombardeo de Monte Cassino en 1944 constituyó un sangriento error, monstruoso e inútil? ¿Está todo dicho acerca de la muerte de Rommel? ¿Hiroshima podría haberse evitado? Jacques Robichon ha abierto (y cerrado de forma permanente) estas importantes cuestiones de la II Guerra Mundial.
¿Gilles de Rais fue Barba Azul? ¿Jerónimo Savonarola era un monje fanático y cerril, o un mártir y un santo? ¿Quién mató a Francisco Cenci y cuáles fueron los actores del drama Petrella en la noche del 15 de septiembre 1598? ¿Cuáles fueron las causas y consecuencias del motín del Bounty? Para recrear la profundidad de estos fantásticos hechos del pasado, hacía falta la visión de un historiador y periodista actual.
En 1842, un dandy con guantes amarillos y botones de oro, miembro del jockey-club y ahijado de Beauharnais, exploraba los bajos fondos de la delincuencia y estaba a punto de convertirse en uno de los novelistas más populares de su siglo; su nombre, Eugène Sue. ¿Maupassant era Bel Ami? ¿En que consistió el combate librado por Conan Doyle contra Sherlock Holmes? Con la atención al detalle y la verdad histórica que caracteriza Le débarquement de Provence y Jour J en Afrique, Jacques Robichon ha recreado 16 hechos capitales extraños o misteriosos, 16 historias realmente extraordinarias.
Jacques Robichon
ePub r1.1
Titivillus 06.09.16
Título original: Extraordinaires histoires vraies
Jacques Robichon, 1966
Traducción: María Teresa Arbo
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
JACQUES ROBICHON nació el 8. Noviembre de 1920, cerca de París. Murió en Bandol (cerca de Toulon) el 7 de agosto de 2007.
Estudia en el liceo Pasteur de Neuilly, y sus profesores fueron Daniel-Rops, Robert Merle y Jean-Paul Sartre.
En 1942 se encuentra en el norte de África, con una unidad de tanques (3.º Regimiento de Cazadores d'Afrique), participó en las campañas de Italia, Francia, Alemania.
Fue desmovilizado en Berlín, donde perteneció a la delegación francesa del Consejo de Control Aliado.
Realiza una gira por Alemania como periodista.
De 1952 a 1956 fue Director de Prensa en una editorial parisina. Colabora con Le Figaro, Paris-Presse, Artes, Carrefour, las noticias literarias, la Ópera, el Paris Review, Ronda, Hombres y mesa de Mundos. Constellation, France-Soir, Le Monde, publicaciones de Historia, etc…
Mientras tanto, Jacques Robichon publicó su primera novela, Matar. A continuación: El polvo del verano, un ensayo sobre François Mauriac, A las afueras de la ciudad, El caso de Berlín, Las llamas de la noche, La tarjeta de Diablo y muchos otros.
Los Borgia y Neron coronan toda una vida.
[1] Cuando comenzó la guerra, Gœring aseguró a los alemanes que ninguna bomba enemiga caería sobre Berlín. Y añadió: «¡Que me llame Meyer, si un solo avión inglés vuela sobre Berlín!».
Antes de un año, esto había ocurrido.
[2] En las suaves ondulaciones de las colinas normandas tendrían lugar a un mismo tiempo su propio fin y el del Tercer Reich. En el mismo momento en que Rommel dejaba Italia para dirigirse a Francia, otro hombre se disponía a regresar a Inglaterra. Seis meses más tarde se encontrarían de nuevo, frente a frente: Era Montgomery.
[3] Solamente en el perímetro de Cassino, una superficie edificada de 70 hectáreas, se contó medio millón de minas.
[4] Durante su conversación telefónica con Gruenther, el general Freyberg se basó en un informe del general Ira C. Eaker, jefe de la Aviación aliada, y del general Jacob Devers, que le había acompañado en el curso de un vuelo en avioneta a menos de sesenta metros por encima de la abadía. Eaker declaró haber localizado una antena de radio en el tejado del convento y haber visto alemanes que entraban y salían.
Gruenther replicó con firmeza:
—«Conozco este informe, pero no tenemos ninguna prueba».
[5] Terminada la guerra, el general von Senger, jefe del 14.º Cuerpo blindado alemán, manifestó una opinión similar:
—«En Stalingrado y en Cassino, todos los expertos en combates en las calles han podido observar que basta con destruir las casas para que puedan convertirse primero en ratoneras y luego en defensas y plazas fuertes».
[6] El día anterior por la tarde, la campana sonó por la muerte de un joven monje, dom Eusebio Grossetti, que había perecido a causa de una epidemia no identificada, contraída mientras cuidaba a unos refugiados italianos. En este momento, un aparato americano voló sobre Cassino dejando caer unas hojas de papel que aterrizaron en el huerto de los monjes. Eran unas octavillas que avisaban, en italiano, el inminente ataque aliado: Hemos evitado hasta ahora dirigir nuestros disparos contra el monte Cassino, pero los alemanes se han aprovechado de ello. Ahora, muy a pesar nuestro, hemos de dirigir nuestras armas contra vuestra abadía. Abandónenla inmediatamente; sigan este consejo que les damos en interés suyo y que no volverá a repetirse… Firmado: el 5.a ejército.
Pero el Estado Mayor alemán se negó a la evacuación, y la fijó, por último, el jueves 16 a las 5 horas de la mañana, según el monje T. Leccisotti.
[7] El teniente Heinrich Daiber, de la 15.ª división blindada alemana, debía cumplir una misión particularmente importante para el Alto Mando alemán. Eran aproximadamente las 22 horas cuando, sobre el altar ruinoso de la capilla de la Pietà, el obispo Diamare estampó su firma sobre un documento que desmentía categóricamente las acusaciones o sospechas del neozelandés Freyberg. Este documento, redactado en italiano y en alemán, comenzaba así: Yo, dom Gregorio Diamare, obispo, abad de Cassino, declaro en honor a la verdad, que no han habido jamás soldados alemanes en el recinto del monasterio del monte Cassino; sólo, durante algún tiempo, tres policías militares, que se retiraron hace aproximadamente veinte días…
Después de firmar, el obispo Diamare preguntó si era cierto que se había pedido una tregua a los americanos para permitir la evacuación de los supervivientes. Daiber respondió afirmativamente, y añadió que los camiones militares estaban listos para llevar a Roma a los supervivientes en cuanto la tregua fuese anunciada.
Pero no hubo tregua alguna —dijo más tarde uno de los monjes— y no es seguro que se hubiera llevado a cabo la demanda, como pretendió Daiber. Habría que preguntarse si no hubo en este caso un engaño por parte del mando alemán…
[8] Sin embargo, en la mañana del miércoles 15 de marzo, un mes justo después de la destrucción del monasterio de San Benito, los aviones aliados volaron de nuevo sobre Cassino; 775 bombarderos pesados y medianos salieron del Norte de África, de Sicilia y hasta de Inglaterra para lanzar en tres horas y media 1200 toneladas de bombas. Fue un nuevo, sangriento y desastroso fracaso.
Esta vez, la abadía —donde se habían atrincherado los paracaidistas de la 1.a división del general Richard Heidrich—, fue incomprensiblemente respetada. Fue un error trágico. Según el coronel Rudolf Böhmler, que dirigía el 1.er batallón de cazadores paracaidistas, los restos de las bóvedas que soportaban varios metros de escombros no hubieran resistido un nuevo asalto de la aviación. «La infantería india —dijo Böhmler— se hubiera apoderado del monasterio y de su colina sin grandes dificultades».
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