Juan Ossio es profesor principal de Antropología del Departamento de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Es autor de Parentesco, reciprocidad y jerarquía en los Andes. Una aproximación social a la comunidad de Andamarca (Lima 1992), Los indios del Perú (Lima 1992), Las paradojas del Perú oficial (Lima 1994) así como editor de Ideología mesiánica del mundo andino (Lima 1973) y El códice Murúa (Madrid 2004).
Colección Estudios Andinos 5
Dirigida por Marco Curatola Petrocchi
En busca del orden perdido
La idea de la Historia en Felipe Guaman Poma de Ayala
Juan M. Ossio A.
En busca del orden perdido
La idea de la Historia en Felipe Guaman Poma de Ayala
Juan M. Ossio A.
© Juan M. Ossio A., 2008
© Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2014
Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú
Teléfono: (51 1) 626-2650
Fax: (51 1) 626-2913
Imagen de cubierta: Martín de Murúa, Historia General del Perú, Manuscrito Getty (1613)
Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP
Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.
ISBN: 978-612-317-052-3
A la memoria de Mariano y Minina, mis queridos padres
Introducción
Hace casi treinta y ocho años que terminé de escribir una tesis titulada The Idea of History in Felipe Guaman Poma para optar el grado de Bachelor Litterae en la Universidad de Oxford. Era 1970 y me había pasado alrededor de dos años, primero leyendo el manuscrito del cronista indio, tomando notas de los aspectos que consideraba más relevantes, luego revisando documentos por tres meses en el Archivo General de Indias de Sevilla y, finalmente, redactando el texto de aquella disertación que me daría una constancia adicional y de mayor rango de la que hasta el momento ostentaba, de mi idoneidad académica como antropólogo.
Desde que había terminado mis estudios de antropología en la Universidad Mayor de San Marcos y de historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, me inquietaba ardorosamente el tema sobre la actitud que los incas habían tenido hacia su pasado. Estimulado por las lecturas de The ceque system of Cuzco de R.T. Zuidema y por múltiples conversaciones que había sostenido con su autor, el tema mencionado bullía en mi mente. No hacía mucho tiempo que mi afición por conocer la cultura postrera del período prehispánico andino me había llevado a integrarme a un grupo de jóvenes estudiantes de la Católica que, bajo la tutela de José Antonio del Busto, habían formado el «Grupo Incas». Entre los que lo integraban figuraban algunos que con el tiempo alcanzaron gran connotación académica en el campo de la historia, como mi entrañable amigo Franklin Pease. Un tema inicial que nos planteamos, para alimentar nuestra incipiente vocación como investigadores del pasado incaico, fue el de intentar reconstruir la vida de aquel rey Inca numerado como el décimo, al que se le conoció como Tupa Inca Yupanqui. Con mucho entusiasmo empezamos a dar los primeros pasos. Uno muy importante fue repartirnos las fuentes que debíamos investigar. Nuestras expectativas eran muy grandes pues para muchos se nos abría la oportunidad de tomar contacto con las crónicas de los siglos XVI y XVII con un objetivo entre manos. Ya no leeríamos estos documentos solo con el afán de gozar con su lectura, sino estudiándolos críticamente para conocer sus aportes para el tema central.
Convencido de haber optado por el camino más provechoso para satisfacer mis ansias por conocer la cultura incaica, un día orgullosamente le conté de mis planes a mis amigos Enrique Carrión y Armando Zubizarreta. Entrenados ambos en una de las disciplinas más rigurosas de las humanidades y de las ciencias sociales como es la lingüística, muy sutilmente, para no aminorar mi entusiasmo, me dejaron entrever que el tema no me ofrecía grandes garantías para mis propósitos y menos para aguzar una actitud muy crítica hacia las fuentes. Poco tiempo después, John Murra, uno de los más eminentes investigadores de la cultura inca, me dijo algo parecido y esto motivó una larga conversación entre nosotros sobre los temas antropológicos que me interesaban. Al revelarle yo mis intereses por las religiones comparadas, que habían sido estimulados por mi maestro Onorio Ferrero, Murra me dijo que este tema sería más plausible de investigar para el caso de los Incas, en vez de hacer biografías, cuyos resultados, a la larga, serían inverificables. Además, añadió que, siendo yo un estudioso de culturas no occidentales, más que ocuparme de generalidades, debería analizar las religiones referidas a casos concretos, y me recomendó leer Nuer Religion del célebre antropólogo británico E.E. Evans-Pritchard (1962). Sus consejos no solo terminaron por desanimarme por completo del derrotero que me había trazado con el «Grupo Incas», sino que alimentaron en mí la vocación de convertirme en antropólogo y a la postre ir a estudiar allá donde Evans-Pritchard impartía sus enseñanzas.
Fortalecido por las enseñanzas de Zuidema y Murra, me lancé a escribir una reseña sobre Empire of the Incas de Burr Cartwright Brundage (Ossio 1963), donde critiqué su enfoque muy apegado a los cánones tradicionales de describir la historia de los incas. Y poco después la revista internacional Aportes , gracias a la mediación de Julio Ortega, me publicaría dos artículos, el primero de los cuales (Ossio 1964) versó sobre las innovaciones introducidas por Zuidema y Murra a los estudios del pasado incaico, mientras que el segundo (Ossio 1966) abordó las mismas preocupaciones iniciales que me llevaron a reseñar el libro de Brundage.
Al no haber encontrado en los estudios de historia que seguía en la Universidad Católica los marcos de referencia adecuados para abordar el tema de la actitud de los incas ante el pasado —y estimulado por las palabras de Murra— decidí matricularme en San Marcos para seguir antropología, a la vez que continuaba con mis estudios de historia. Estando por concluir ambas especialidades, la Casa de la Cultura, dirigida entonces por Fernando Silva Santisteban, me financió un corto trabajo de campo, de mes y medio, más o menos, para estudiar la visión del pasado de los q’eros de Paucartambo (Cuzco). Esta fue mi primera convivencia, un tanto prolongada, con un grupo campesino andino muy tradicional que era considerado como el último ayllu inca. Aunque mi formación como antropólogo todavía era incipiente, y me tuve que valer de un intérprete ajeno a la comunidad que quería estudiar, la experiencia e información que acumulé fue riquísima. Aparte de recoger infinidad de mitos, de observar la celebración de la Semana Santa, el sistema de cargos y las faenas comunales, me detuve en la selección que los q’eros hacían de determinados ciclos temporales que los ayudaban a pautar el tiempo. Uno de ellos, vinculado a la rotación de cultivos y a un modo peculiar de usufructuar la tierra, me sedujo particularmente. Se trataba de aquella división de las tierras de secano, donde se sembraban papas, en seis unidades llamadas «suertes» y que, a su vez interiormente, estas se fraccionaban en laymis o pequeñas parcelas que eran redistribuidas cada cierto tiempo entre los pobladores.
Con los q’eros pude reparar en la peculiar tendencia de los pueblos ágrafos del Perú de transformar personajes y acontecimientos históricos en expresiones míticas. Todo q’ero, por ejemplo, recordaba al general Andrés Avelino Cáceres, pero cuando me lo describían lo contaminaban con la imagen de Santiago Apóstol. Para ellos, este personaje todavía seguía rondando en las afueras de los pueblos cabalgando en un corcel blanco y blandiendo una espada. El apelativo que le daban era el «tuerto Cáceres», pero en el imaginario colectivo él se presentaba casi como una divinidad. También con este grupo por primera vez pude escuchar en sus relatos orales sobre los mitos de las edades del mundo y del ya famoso mito de Incarrí, sobre el cual tanto Oscar Núñez del Prado (1964) como Efraín Morote Best (1958) habían publicado importantes artículos. Fue realmente impactante escuchar de boca de mis informantes relatos sobre este personaje mítico que comenzaba a convertirse en un icono de los estudios peruanistas.