Annotation
Lo cotidiano, el silencio, la caricia. Gente desolada, desnuda o confusa. El desencanto de unos ojos sin mirada. El hastío de la sangre y la flaqueza de una luz. El color del pesimismo o un espacio mal ocupado; ya sea una cama, un espejo o un corazón. Una vida insulsa, un error propicio, un abrazo y un disparo. Saturno devorando a sus hijos. La manzana y la serpiente. La paradoja del vivir... En definitiva, el azar de todas las cosas.
LA SUAVE PIEL
DE LA ANACONDA
Raúl Ariza
Edición y diseño editorial: Marisa Belmonte
Diseño de cubierta e ilustraciones: Carmen Puchol
© Talentura
© Raúl Ariza
Primera edición: marzo, 2012
ISBN: 9788493978259
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LA SUAVE PIEL
DE LA ANACONDA
Prólogo
Si Elefantiasis fue un libro de anunciación y contundente llegada, La suave piel de la anaconda lo es de refuerzo vibrante e identidad. Raúl Ariza ha conseguido en poco tiempo un estilo propio y reconocible, una temática y hasta una extensión propias: lo que a muchos escritores les lleva décadas —y algunos quizá nunca conseguiremos— él lo ha logrado en dos años y con dos libros.
La complicidad extrema de sus relatos (estampas llenas de vida, álgidas, abiertas, fragmentarias) se cifra en su eficacia y limpidez a la hora de describir emociones universales con soltura y sin oropel; en su implacable habilidad para hurgar en los sentimientos, en las relaciones de pareja, en el mundo doméstico y familiar, en el día a día de cualquier ser humano; en sus certeros directos al estómago o al corazón, disparados en el momento preciso; en sus palabras, que no solo no deforman ni enturbian, sino que clarifican, exponen a una luz prístina y muchas veces terrible los entresijos de la vida corriente, logran reproducir de manera simple y punteante algo tan complejo como la ternura, la hondura, la melancolía, la desolación, el nudo en la garganta, el escalofrío en la espalda.
Raúl Ariza —que es, además, un brillante arquitecto de finales y tallador de asociaciones genuinas— sabe cómo llegar a los lectores de forma inmediata, cómo conmoverlos. Quizá porque se limita, nada menos, que a observar la realidad, a dar fe de lo que ve desde un ángulo centrado y desnudo y a mostrar, con engañosa facilidad, las profundas pulsiones de hombres y mujeres, los desconciertos y apetitos de presas y devoradores, el caos de la vida, su incertidumbre, su inanidad, su horror, lo desflecado y efímero de su condición. Considera acertadamente Alberto Manguel que es necesario buscar algo más en un texto literario que la repetición de la banalidad cotidiana. Pues bien, en los dos libros de Raúl Ariza, observo toda una meticulosa gradación para ir desde un extremo, con algún texto que parece obtenido en crudo de la página de sucesos de un diario, pasando por textos en los que está presente una frugal y delicada elaboración poética, hasta alcanzar ese otro extremo del arco en el que la anécdota ya se ha transmutado claramente en oro y se queda resonando en el interior del lector.
La suave piel de la anaconda es una llamada a la naturaleza animal de la condición humana (la comparación con el ofidio no resulta gratuita), un devastador escrutinio de pasiones, un retrato del hombre como bestia hermosa, bella y destructora. Es cierto que el autor se detiene en instantes críticos de la existencia de sus personajes; es cierto que hace aflorar esos momentos en que la vida, o el amor, se van como agua embatrada por un sumidero, se presentan como una letra vencida o se hielan como una sonrisa incómoda; es cierto que se trata de un libro trágico, que explora el tedio en el seno de las parejas y la dureza de las verdades; pero la tragedia, pese a todo, no nos hunde en la desesperación porque Raúl Ariza es capazde buscar el alivio de las treguas, de salvar el abismo que se levanta entre dos seres, de arrancar, del desarraigo y miseria de todas las vidas, una partícula de esperanza, de ironía, de compasión o de sentido.
La ordenación del libro en distintos grupos produce un efecto de cortafuegos, de esclusas, de estratos, de vestíbulos a una región cada vez menos visceral, menos degradada. En los primeros relatos, el lector asistirá a los padecimientos y condenaciones que provoca la muerte violenta, ya sea fortuita o despiadada. A medida que avance, comentará a sentir el molesto roce de puercoespines de la convivencia y el placentero del apareamiento; después, notará el lector que los enfoques son menos abruptos, que la sangre y la infelicidad dejan de ensañarse con él hasta ganar, poco a poco, una zona poblada por sueños y amistades, llamadas y correos, una habitación azul en la que puede uno abrigarse del dolor, donde la risa, el amor y el juego consuelan como destellos de la plenitud, una línea del horizonte en la que la conciencia acepta finalmente su propio destino. La travesía de La suave piel de la anaconda está apuntalada con el desencuentro más extremo —el crimen— y con el encuentro más íntimo —el amor—, extraños rituales ambos, pilares astillados a veces por los silencios y las ausencias, las rutinas y los miedos. Sin embargo, aunque Raúl Ariza suele tratar con respeto y ternura todos los estados anímicos y todos los comportamientos humanos, aunque no ignora que el hombre es al fin y al cabo un animal débil y cruel, mima especialmente esa característica que para él parece definir al hombre actual: su soledad.
Creo, en definitiva, que a Raúl Ariza es posible aplicarle con justicia —si se me permite un puntual sacrilegio— las palabras que Alvaro Cunqueiro dedicó a Francisco de Sales: «Escribía muy bien, claro, breve, humilde. Sabía que la verdad es siempre pequeña, una lucecilla. Y sus Sermones se leen como quien bebe agua, porque el santo sabía la sed del hombre, del pequeño pecador cotidiano».
Ángel Olgoso
Granada, a 26 de octubre de 2011
A todos aquellos que alguna vez
me escribieron o me llamaron,
un domingo por la tarde.
Y allí te daré, morena mía,
besos fríos como la luna
y caricias de serpiente
reptando alrededor de un agujero.
El aparecido. Les fleurs du mal.
Charles Baudelaire
—¿Cómo puedes ser tan duro y
tan tierno a la vez?
—Si no fuera duro no podría estar vivo.
Si no fuera tierno, no merecería estarlo.
Playback. Raymond Chandler
Se han visto anacondas caníbales
devorando a sus semejantes, posiblemente para
asegurar la supervivencia durante la temporada
seca, cuando escasean las presas.
Conclusión
Atrás han quedado los miedos de hace un rato, cuando entre tembleque y tembleque ha tenido serias dudas sobre su valor. Pero en estos momentos está tan convencido de poder hacerlo, que incluso acaba de sonreír de pura satisfacción en medio de tanta lágrima.