Ralph Barby - La bella durmiente del espacio
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- Libro:La bella durmiente del espacio
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RALPH BARBY
LA BELLA DURMIENTE DEL ESPACIO
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n. º 164
Publicación semanal
Aparece los VIERNES
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO
Depósito Legal: B 33.058 –
ISBN 84-02-02525-0
Impreso en España – Printed in Spain
1. ª edición: octubre, 1973
© GLENN PARRISH – 1973
texto
© JORGE NUÑEZ – 1973
cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor
de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)
Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.
Mora la Nueva, – Barcelona – 1973
Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coincidencia.
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EN ESTA COLECCIÓN
- — La nube de la muerte , J. Chandley .
- — Xenofobia , Curti s Garland .
- — Ruta desconocida , Marcus Sidéreo .
- — Las estrellas malditas , J. Chandley .
- — La última galaxia , Curtís Garland .
En el panel de baremos de la nave interestelar H-Explorer 1001, controlado por la ultrafiable computadora de a bordo, se encendió la luz roja de alarma.
Dentro de la nave había un silencio casi completo. Poniendo mucha atención, sólo podía escucharse el trabajo de la computadora que almacenaba datos, los barajaba y daba las órdenes según la programación que previamente se le había dado.
La computadora mantenía el rumbo y lo rectificaba si había variación. Asimismo, regulaba las condiciones de supervivencia dentro de la nave y ponía en marcha o detenía los motores para nivelar presión, dosificar el oxígeno o modificar el rumbo.
En aquellos momentos, la computadora, ante el peligro imprevisto, había comenzado a hacer funcionar el plan JL-71, clave que venía a significar que ella, por sí misma, se hallaba incapacitada para resolver el problema.
Por consiguiente, debía arrancar de su hibernación a uno de los tripulantes de la nave exploradora que se hallaba en los confines del Sistema Solar, madre de la civilización terrestre.
La ultrafiable computadora seguía recibiendo datos negativos y la luz roja centelleaba dentro de la oscuridad de la cabina de mando.
En la sala de hibernética, una de las seis grandes cápsulas aceroplásticas que guardaban y conservaban celosamente en su interior la vida humana, comenzó a recuperar lentamente la presión necesaria para acercarse a los setecientos sesenta y cinco milímetros, óptima para la vida humana.
También el oxígeno entraba gradualmente y cada vez en mayor porcentaje al tiempo que la temperatura aumentaba lenta, pero inexorablemente.
Los tripulantes terrestres de la nave viajaban con cinco décimas de grado Celsius en la totalidad de su cuerpo. Su sangre se hallaba fría, casi helada sin llegar a congelar. El corazón había dejado de funcionar por sí mismo y mediante unos electrodos extracorpóreos recibía el impulso para dar un latido cada seis horas.
De esta forma, una oleada de sangre oxigenada invadía el aletargado cerebro cuya actividad bioléctrica sólo podía captarse con sensibles electro-atómico encefalógrafos.
Los minutos transcurrieron con lentitud.
Los electrodos extracorpóreos, colocados a la altura del corazón, aumentaron progresivamente los impulsos, acelerando la circulación de la sangre y oxigenando el cerebro en su parte consciente e inconsciente.
Cuando el ritmo cardíaco del comandante Al Cirus, jefe supremo de la nave exploradora, llegó a los veintidós latidos por minuto, la ultrafiable computadora dejó de enviar más impulsos y fue relevada por el propio corazón humano que asumió la función de despertar al hombre.
Su temperatura estaba ya en treinta y un grados Celsius después de dos horas de recuperación cuando el comandante Al Cirus, un hombre alto, un tanto delgado y de amplios hombros, abrió los ojos como si viniera de la misma muerte.
Ante él había una oscuridad casi total, pero pegada en el techo del transparente aceroplástico había una célula fotoeléctrica y supersensible que captó el levantamiento de sus párpados, transmitió la orden al gran cerebro de a bordo, aquel monstruo electrónico que no dormía jamás, y saltó un dispositivo que comenzó a iluminar la sala de hibernética.
Las luces eran tenues e indirectas para no herir las pupilas del comandante que aún no tenía la suficiente oxigenación para pensar, pero aumentaron lentamente en intensidad.
Cinco horas más tuvieron que pasar para que la sala de hibernación tuviera los veinte lux que la iluminaban.
Saltó un dispositivo de electroimán y la cápsula para hibernación se abrió automáticamente, dejando en libertad al hombre que había guardado durante largos años.
El comandante Al Cirus, de cabellos cobrizos y mirada fría, casi helada, hacía ya rato que pensaba. En el tiempo que había permanecido dormido, pese a la casi total anulación de sus procesos biológicos, habían aumentado sus cabellos. Le había crecido el bigote y la barba le cubría el cuello, pero aún no se había percatado de ello.
Ya libre de la tapa de la cápsula, se incorporó quedando sentado. Lentamente movió sus agarrotados músculos y huesos. Movió la cabeza y los huesos del cuello le crujieron, incluso le dolieron en aquel movimiento, mas no podía reparar en ello.
Hizo un esfuerzo mental y recordó que si sólo se le despertaba a él era que la ultrafiable computadora había captado una avería o un problema insoluble para ella.
De haber llegado ya a su objetivo, el asteroide Uranium-Rich, captado por los espectroradiotelescopios montados en Fobos (1 ) y que se suponía una gran masa de uranio natural, lejos del Sistema Solar, habrían sido deshibernados todos los miembros de la tripulación y no él en solitario como estaba ocurriendo.
La computadora, cumpliendo órdenes, le estaba despertando a él única y exclusivamente mientras había accionado el sistema motriz de la nave para que girara en círculo permanente, sin continuar el avance hasta que todo estuviera solventado.
El radio de giro, para no ser brusco, era de cien millas y en aquella situación se hallaba la nave cuando despertaba el comandante Al Cirus, jefe supremo de la misión explorativa al asteroide Uranium-Rich, como se le había denominado.
Al Cirus era joven, pero había sido altamente entrenado para aquellas misiones, aunque una tan lejana no había sido programada con anterioridad, llevando tripulación a bordo.
Las naves automáticas de sondeo sólo habían podido hacer llegar pobres datos que el hombre, ansioso de hallar grandes yacimientos de energía atómica, no había considerado suficientes.
Se introdujo en el cilindro de recuperación rápido que consistía en un masaje bioelectrónico a nivel celular y que a los treinta minutos dejó sus funciones biológicas a pleno rendimiento.
Ya no le crujían los huesos y su sangre, rica en hemoglobina y bien oxigenada, llegaba hasta los más finos capilares de su cuerpo.
Su actividad cerebral funcionaba con gran capacidad y todo era normal en él. Estaba seguro de que en el período de hibernación no había sufrido ningún daño irreparable.
No obstante, sabía que debía someterse al chequeo de la computadora, pero lo haría más tarde; en aquellos momentos tenía dos cosas que hacer con urgencia.
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