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Barby - Los Hijos de las Tinieblas

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Barby Los Hijos de las Tinieblas
  • Libro:
    Los Hijos de las Tinieblas
  • Autor:
  • Editor:
    Bruguera
  • Genre:
  • Año:
    0101
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Los Hijos de las Tinieblas: resumen, descripción y anotación

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– Yo, Lázaro, Curtis Garland .

– Las lunas de Yac, Peter Debry .

– El agujero en el universo, Glenn Parrish .

– Ballet cósmico, Curtis Garland .

– Epitafio para todas, Peter Debry .


RALPH BARBY
LOS HIJOS DE LAS TINIEBLAS

Colección

LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.º

Publicación semanal

Aparece los VIERNES

Los Hijos de las Tinieblas - image 2

EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO


ISBN 84-02-02525-0

Depósito legal: B. 47.965 - 19

Impreso en España - Printed in Spain .

1ª edición: febrero , 19

© Ralph Barby -

Sobre la parte literaria

© Rafael Griera - 19

Sobre la cubierta

Concedidos derechos exclusivos a favor

de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.

Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)

Todos los personajes y entidades pri vadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del a utor, por lo que cualquier seme janza con personajes, entidad es o he chos pasados o actuales, será simple coincidencia.

Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.

Parets del Vallès (N-152, Km 21,650) Barcelona – 19

CAPITULO PRIMERO

Cy Sherman hizo chirriar las ruedas de su deportivo «Porsche» cinco litros, al girar noventa grados para introducirse en el recinto de las Naciones Unidas, ubicado entre las calles 42 y 48 de Nueva York, frente a las aguas oscuras y contaminadas del East River.

—¿Su pase, por favor?

Cy Sherman sacó el tarjetón de plástico verde que llevaba escritos unos signos y unas perforaciones que le delataban como producto de una complicada computadora del control de seguridad.

Obtener aquel tarjetón de plástico verde le había costado mover muchas influencias y mil dólares encima, debía aprovecharlo. Ser un reportero independiente tenía sus problemas y sus gastos, pero las compensaciones eran grandes cuando la noticia merecía la pena. El ser libre evitaba que sus noticias especiales fueran devoradas rápidamente por las grandes agencias informativas a cambio de un simple salario. No, Cy Sherman prefería jugar con fuego. Pedía fuerte y si la noticia merecía la pena, la vendía muy bien, lo suficiente como para que sus colegas de la Prensa asalariada le miraran con envidia. Ellos ya no eran periodistas, decía Sherman un tanto socarrón; eran burguesitos sin voluntad, con mujer, niños, cottage y perro.

Cy Sherman no conocía la vida pacífica. Siempre andaba metido en líos y de muchos de ellos había salido vivo por puro milagro. Algunos, entre dientes, gruñían: «Pronto llegará tu día, Cy Sherman.» Mas, ese día no llegaba y Cy Sherman, a sus treinta años vivía vertiginosamente, apurando los segundos, aunque hacia un mes, todo un mes, que no conseguía vender a las grandes agencias lo que él llamaba un «megatón», equivalente a «notición» en el argot de la Prensa.

—Pase, señor Sherman.

El vigilante de la puerta, tras colocar la tarjeta de plástico verde en la pantalla de control, le franqueaba el paso. Según la computadora de control, todo estaba en orden.

Pisó el acelerador. Con gran ronquido, el «Porsche» cinco litros se introdujo en el recinto de la ONU.

El día había resultado algo lluvioso. Una lluvia fina y persistente había mojado los parterres siempre verdes y cuidados del recinto. Al anochecer, la lluvia había cesado, pero el cielo neoyorquino seguía encapotado con nubes bajas. Ello, unido al smog de la polución atmosférica, contra la que tanto se había luchado sin éxito, impedía ver las crestas de los gigantes de acero y cemento, Empire State Building, RCA o el modernísimo Black Building, el edificio más alto de la Tierra, edificado frente a Battery Park, la última y más espectacular obra de arquitectura e ingeniería de la humanidad, terminada en el año 1982.

En aquella noche de finales de mayo, el recinto de la ONU tenía una guardia muy especial. Se había triplicado el número de vigilantes y a ellos se había unido un grupo de enviados de la NKVD soviética, la Sureté francesa, Scotland Yard y por supuesto el FBI.

Todos temían que la citación de aquella noche en el piso veintisiete pudiera convertirse en la broma del siglo.

Pese al máximo secreto con que se había llevado todo el caso, los curiosos se congregaban en la calle.

—¿Para qué se reunirán esta noche en sesión especial? —se preguntaban todos.

Abandonó el automóvil en la zona de aparcamiento y pasó al edificio principal. Nuevo control de seguridad. No pasaría nadie que no estuviera preparado para ello.

Pronto escuchó voces en los más diversos idiomas del orbe. Algunos hablaban en murmullo apenas audibles, otros reían. Estos últimos eran los que se tomaban a broma aquella cita en la ONU, hecho por no se sabía qué sujetos, pero todos los presidentes, jefes de Estado y reyes de tos países de la tierra habían recibido la misma invitación por sus líneas directas telefónicas.

—Todo una broma, seguro —repetía sir Herald cerca de Sherman mientras se dirigía al ascensor.

—¿Y qué más da reunirse por un asunto u otro? —se reía el embajador francés—. Siempre estamos metidos aquí dentro.

—Camarada Grosenko —preguntó uno de los escasísimos periodistas que habían podido conseguir una invitación para aquella reunión especial—. ¿Usará su derecho al veto?

—No coment —respondía con voz agria el soviético—, no coment.

—Hola, colega. ¿Qué tramoya os traéis entre manos los imperialistas con esta reunión de urgencia?

Cy Sherman se volvió. A su lado estaba el representante de la Prensa estatal soviética.

—Eso mismo iba a preguntarte yo, porque seguro que habéis sido los soviets. ¿Qué va a ocurrir arriba?

Sherman y Goriev se conocían bien. Ambos eran dos expertos de la Prensa internacional, militando cada uno en su bloque respectivo a uno y otro lado del Telón de Acero.

Cy tenía el cabello rubio, abundante y lacio. Frente muy amplia, despejada y ojos grises. Resultaba alto y un tanto delgado, pero la amplitud de sus hombros hacía comprender a simple vista que era un hombre atlético.

Por su parte, Goriev también era fornido. Pesaría unas veinte libras más que el propio Sherman, siendo de una altura similar. Lucía un grueso bigote con guías caídas y su cabello era rizado, negro pero no abundante, pues tenía unas entradas de calvicie muy pronunciadas. Ojos oscuros y dientes pequeños con colmillos agudos como lobo de estepa siberiana. En sus labios finos campeaba una sonrisa eternamente cínica.

—Bien, vayamos arriba. Veremos quién miente, colega.

Sherman y Goriev se odiaban cordialmente, aunque muchos que les conocían habían llegado a la conclusión de que en el fondo se estimaban, lo que nadie había podido comprobar todavía y por tanto faltaba demostrar.

La sala de reunión contenía ya a gran parte de los miembros allí citados, un representante de cada país y algunos periodistas como observadores. Todos los países habían enviado a la reunión a sus representantes y a algunos periodistas, pero no creían que fuera a ser un suceso realmente grave.

Sherman y Goriev, como vigilándose mutuamente, pues ambos eran dos expertos de la noticia, se situaron juntos y aguardaron mientras la puerta de la sala se cerraba. Según la computadora de seguridad, todos los que debían asistir a la reunión habían llegado ya.

—Ahora, ¿quién será el que dirija la orquesta? —preguntó Sherman.

De pronto, la luz de la sala se apagó sumiéndola en la oscuridad. Se cortaron los murmullos por un segundo para luego reanudarse, aumentando de potencia.

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