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Copyright © Editorial Sexto Piso S.A. de C.V., 2009
ISBN. 978-84,-96867-4,5-1
Me acuerdo de la primera vez que me mandaron una carta en uno de esos sobres donde decía «Devolver a los cinco días a» y de que pensaba que a los cinco días tenía que devolver la carta.
Me acuerdo del gustillo que me daba trastear en los cajones de mis padres en busca de condones (marca Peacock).
Me acuerdo de cuando la polio era la cosa más terrible del mundo.
Me acuerdo de las camisas de vestir rosas y de las bolo ties .
Me acuerdo de cuando un niño me dijo que las hojas agrias con forma de trébol que solíamos comernos (con florecitas amarillas) tenían un sabor tan agrio porque los perros se meaban encima. Me acuerdo de que eso no impidió que siguiese comiéndolas.
Me acuerdo del primer dibujo que recuerdo haber hecho. Era una novia con un vestido con la cola muy larga.
Me acuerdo de mi primer cigarrillo. Era de la marca Kent. En una colina. En Tulsa, Oklahoma. Con Ron Padgett.
Me acuerdo de mis primeras erecciones. Creía que tenía alguna horrible enfermedad o algo parecido.
Me acuerdo de la única vez que he visto a mi madre llorar. Me estaba comiendo una tarta de albaricoque.
Me acuerdo de lo mucho que lloré viendo Al sur del Pacífico (la peli), las tres veces.
Me acuerdo de lo bien que puede saber un vaso de agua después de un tazón de helado.
Me acuerdo de cuando me dieron la insignia de los cinco años por no faltar ni una mañana en cinco años a la escuela dominical. (Metodista.)
Me acuerdo de haber ido a una fiesta de «Vístete de tu personaje favorito» vestido de Marilyn Monroe.
Me acuerdo de una de las primeras cosas que recuerdo. Una heladera. (Que no un frigorífico)
Me acuerdo de la margarina blanca en una bolsa de plástico. Y de un sobrecito de polvos naranjas. Echabas los polvos naranjas en la bolsa de la margarina y la amasabas hasta que la margarina se volvía amarilla.
Me acuerdo de lo mucho que tartamudeaba.
Me acuerdo de lo mucho que quería, en el instituto, ser guapo y popular.
Me acuerdo de cuando, en el instituto, si vestías de verde y amarillo los jueves significaba que eras gay.
Me acuerdo de cuando, en el instituto, tenía por costumbre meterme un calcetín en los calzoncillos.
Me acuerdo de cuando decidí hacerme pastor eclesiástico. No me acuerdo de cuando decidí no serlo.
Me acuerdo de la primera vez que vi la televisión. Lucille Ball estaba yendo a clase de ballet.
Me acuerdo del día que dispararon a John Kennedy.
Me acuerdo de que por mi quinto cumpleaños lo único que quería era un traje de noche de satén negro, de esos que dejan un hombro al aire. Me lo regalaron. Y me lo puse para mi fiesta de cumpleaños.
Me acuerdo de un sueño que tuve hace poco en el que John Ashbery me decía que los cuadros de mi periodo Mondrian eran mejores que los del propio Mondrian.
Me acuerdo de un sueño recurrente en el que puedo volar. (Sin avión.)
Me acuerdo de muchos sueños en los que encuentro oro y joyas.
Me acuerdo de un niño al que cuidaba después de clase mientras su madre estaba trabajando. Me acuerdo de lo que disfrutaba castigándole por portarse mal.
Me acuerdo de un sueño que se me repitió mucho durante una época en el que aparecía una bonita serpiente roja, amarilla y negra sobre un césped de un verde muy vivo.
Me acuerdo de Saint Louis cuando era muy joven. Me acuerdo de una tienda de tatuajes al lado de la estación de autobuses y de los dos leones gigantes a la entrada del museo de Bellas Artes.
Me acuerdo de un profesor de historia que siempre estaba amenazándonos con tirarse por la ventana si no nos callábamos. (Desde una segunda planta.)
Me acuerdo de mi primera experiencia sexual en el metro. Había un tipo (me daba miedo mirarlo) que estaba empalmado y no dejaba de rozarse contra mi brazo. Me excité bastante y al llegar mi parada me bajé y me fui corriendo a casa, donde intenté hacer un óleo con mi pene a modo de pincel.
Me acuerdo de la primera vez que me emborraché de verdad. Me pinté las manos y la cara con el tinte verde de los huevos de Pascua y me pasé toda la noche en la bañera de Pat Padgett. Por entonces todavía era Pat Mitchell.
Me acuerdo de otra de mis primeras experiencias sexuales. En el museo de Bellas Artes. En la sala de proyecciones. De la película no me acuerdo. Primero había una rodilla presionando la mía. Después había una mano sobre mi rodilla. Después una mano en mi entrepierna. Después una mano dentro de mi pantalón. Dentro de mis calzoncillos. Me estaba poniendo a cien pero me daba miedo mirarle. Se fue antes de que terminase la película y pensé que me estaría esperando en la exposición de grabados pero pasó un rato y no apareció nadie interesante.
Me acuerdo de cuando vivía en un local al lado de una planta de envasado de carnes en la Sexta Este. Un envasador muy gordo que siempre comía en el mismo bar de la esquina que yo me siguió hasta mi casa y me preguntó si podía entrar a ver mis cuadros. Fue entrar, bajarse la cremallera de los pantalones blancos salpicados de sangre y sacarse una polla enorme. Me pidió que se la tocase y así lo hice. Por muy repulsivo que fuese todo, también tenía su punto, y además no quería herir sus sentimientos. Pero después le dije que tenía que salir y me dijo «Salgamos», a lo que yo respondí «No», pero insistió tanto que al final dije «Sí». Era muy gordo y feo y desagradable con ganas, así que cuando llegó la hora en vez de ir a la cita fui a dar un paseo. Pero, cómo no, me lo encontré por la calle recién salido de la ducha, todo maqueado. Me sentí mal cuando tuve que confesarle que había cambiado de opinión. Me ofreció dinero pero le dije que no.
Me acuerdo de la profesora de bridge de mis padres. Era muy gorda y muy marimacho (el pelo muy corto) y fumaba como un carretero. Presumía de no tener que llevar cerillas. Encendía un cigarro con la colilla del otro. Vivía en una casita detrás de un restaurante y llegó a vivir muchos años.
Me acuerdo de jugar a los médicos en el cuarto ropero.