Glenn Parrish - El Número Uno
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- Libro:El Número Uno
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- Editor:Editorial Bruguera, S.A.
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EN ESTA COLECCIÓN
– Morir es un error , Peter Debry .
– La otra tierra , Glenn Parrish .
45 – Cyborg , Curtís Garlan d .
– Más allá de Katmandú , Peter Debry .
– Los mercenarios de las estrellas , A. Thorkent .
GLENN PARRISH
EL NUMERO UNO
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.º
Publicación semanal
Aparece los VIERNES
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO
ISBN 84-02-02525-0
Depósito legal: B. . - 19
Impreso en España - Printed in Spain .
1ª edición: ju l io , 19
© Glenn Parrish -
Sobre la parte literaria
© Jorge Samper - 19
Sobre la cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor
de EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
Mora la Nueva, 2. Barcelona (España)
Todos los personajes y entidades pri vadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del a utor, por lo que cualquier seme janza con personajes, entidad es o he chos pasados o actuales, será simple coincidencia.
Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A.
Mora la Nueva, 2 - Barcelona – 19
CAPITULO PRIMERO
El visitante se sentía admiradísimo.
—Sí, amigo mío —dijo Gnar Lacklon—, nosotros nos sentimos satisfechos y muy contentos con nuestro actual Sistema y, créame, el porcentaje de los que quisieran cambiarlo no asciende siquiera al uno por diez millones o quizá uno por veinte millones.
Dicho lo cual, Gnar Lacklon se arregló con visible afectación los pliegues de la túnica tornasolada que vestía, mientras estudiaba secretamente orgulloso la expresión del visitante.
—De modo que en cualquier momento pueden conocer ustedes un pensamiento hostil al Sistema —dijo el visitante.
—Así es, amigo mío —contestó Lacklon, miembro del Gran Consejo de Psicoseñores, con el cargo de Primer Psicoguardián—. Imagino —añadió benevolentemente— que le agradará conocer la forma en que detectamos un eventual pensamiento hostil al Sistema.
—Si no tiene inconveniente... —rogó el visitante.
—Ninguno, desde luego —accedió Lacklon—. Aunque me temo que la explicación, tal vez, haya de ser algo prolija.
—Por favor, amigo mío, estoy aquí para escuchar.
Lacklon hizo una breve inclinación de cabeza.
—Ello se debe en primer lugar a la necesidad que el ser humano ha tenido siempre de estar protegido y salvaguardado contra agentes perturbadores, tanto internos como externos. Pero en el momento en que los agentes externos desaparecieron, quedaron solamente los internos, es decir, los que actuaban entre nosotros. Era preciso, pues, suprimirlos, y aquí es donde entra el maravilloso descubrimiento de nuestro gran Yarh Yar- dux...
Lacklon hizo una reverente inclinación de cabeza, a Ia vez que juntaba piadosamente las manos.
—Nuestro guía y nuestra luz —dijo.
Carraspeó un poco y continuó:
—Repito que se necesitaba suprimir Ia fuente interna de perturbaciones de la sociedad y ello era solamente posible con un estricto y total control del pensamiento humano. El descubrimiento del gran Yardux lo posibilitó.
»Una vez que nuestro amado Yardux encontró el medio, sólo faltaba ponerlo en práctica. Primeramente se emplearon armarios de control, es decir, grandes cajones de dos metros de altura por uno de anchura, con numerosísimas lamparitas, cada una de las cuales correspondían a un ser humano, con su correspondiente numeración.
»Las lámparas adoptaban distinto color según el pensamiento de la persona controlada; así amarillo claro para los pensamientos normales, amarillo fuerte si los pensamientos empezaban a rebasar cierto límite no peligroso aún, pero sí nocivo, y anaranjado y rojo para los grados de peligro, del que el último era el máximo.
»E1 color blanco significaba que el controlado estaba durmiendo y, por tanto, su pensamiento permanecía inactivo; el verde era para los niños de hasta diez años y, Analmente, el violeta significaba el fallecimiento de la persona controlada. En total, había dos mil quinientas lámparas por cada metro de superficie de los armarios de control. Cada armario, por tanto, contenía el control de cinco mil personas.
»Naturalmente, era preciso ampliar la superficie de control y se construyeron infinidad de armarios, pero entonces surgieron dos inconvenientes: uno humano y otro material.
»E1 inconveniente material fue que, para controlar de un modo absoluto a los diez mil millones de personas que vivían entonces sobre el planeta, se habrían necesitado dos mil kilómetros de armarios, para una superficie de control de cuatro millones de metros cuadrados. Y teniendo en cuenta que cada controlador vigilaba solamente dos armarios, se hubieran necesitado un millón de personas por cada turno de vigilancia, cuatro millones en total para cuatro tumos.
«Teóricamente, era posible. Cada vez que un vigilante veía aparecer el color anaranjado o rojo en una lámpara, tomaba nota de la cifra personal de la persona controlada y la enviaba al Centro de Psicoguardia para su análisis y ulterior decisión. Pero así no se podía seguir.
»Cada vigilante, como he dicho, tenía a su cargo una superficie de cuatro metros cuadrados, lo que significaba diez mil lamparitas en constante funcionamiento..AI principio, los turnos eran de seis horas, pero luego se rebajaron a cuatro. Ni siquiera así se pudo continuar.
»La vigilancia debía ser muy estricta. Los ojos del vigilante debían estar continuamente fijos en las lámparas. Era enloquecedor contemplar cuatro horas seguidas diez mil lám paras que adoptaban colores cam biantes casi a cada minuto. Algunos sufrieron shocks psíquicos irrecuperables.
«Entonces fue cuando el venerado Yardux halló la segunda fórmula que, ésa sí, es la definitiva.
Lacklon hizo una pausa. Abrió una cajita delicadamente tallada y ofreció al visitante una pastilla. Después de saborear la «stymulina», Lacklon prosiguió:
—No era posible, repito, continuar con el método de las cajas o armarios de control, puesto que, además de que el sistema de vigilancia se iba extendiendo, hubiéramos tropezado con diferencias casi insalvables, tanto de material como de personal. Así llegó la solución.
»Es la que ahora empleamos. Nada de lámparas de control ni, casi, hombres de vigilancia. Las máquinas, se puede decir, lo hacen todo.
»Cada vez que un ser humano concibe un pensamiento nocivo para el sistema, es decir, para todos sus congéneres,. una perfectísima computadora registra ese pensamiento en lo que podríamos llamar primera instancia y lo clasifica, enviándola a una segunda computadora, que llamamos de análisis, en donde se localiza a la persona. Después, ya sólo se necesita enviar a una patrulla de la Psicoguardia para detener al delincuente y enviarlo a un centro de reeducación. Un par de docenas de personas atienden el Control General de Psicoguardia.
—Es maravilloso —alabó el visitante—. Pero, ¿cómo se puede detectar el pensamiento de una persona?
—Sería muy largo de explicar —manifestó Lacklon—, porque, como es sabido, el cerebro humano emite radiaciones eléctricas, de distinta intensidad, según la clase de pensamiento. Así uno que piense en sucesos felices emitirá unas ondas de menor tensión eléctrica que uno que piense en matar o en algo hostil al Sistema, por ejemplo,
—Comprendo. Pero, a pesar de todo, ¿cómo se localiza a la persona?
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