Parrish - Cronoclismo
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Cronoclismo: resumen, descripción y anotación
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EN ESTA COLECCIÓN – Muñecos de muerte , Marcus Sidereo . – Plaza para un planeta , Glenn Parrish . – El canje , Ralph Barby . – Fronteras del terror , Peter Debry . – Un enviado a la Tierra , Marcus Sidereo . A. A.
BARCELONA – BOGOTÁ – BUENOS AIRES – CARACAS – MÉXICO
Barcelona (España) Todos los personajes y entidades pri vadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del a utor, por lo que cualquier seme janza con personajes, entidad es o he chos pasados o actuales, será simple coincidencia. Impreso en los Talleres Gráficos de Editorial Bruguera, S. A. Parets del Vallès (N-152, Km 21,650) Barcelona – 19
Se llamaba Smith y estaba en una esquina esperando a su novia, con una rosa en la mano. Smith se sentía dichoso. La boda era ya cuestión de semanas. Al cabo de mucho tiempo y de innumerables trámites, Smith había conseguido un pisito compuesto por cocina, comedor, baño y un dormitorio. Para empezar, bastaba. Smith era feliz.
Era el prototipo del hombre contento con su suerte. Tenía un buen sueldo, era joven, gozaba de una salud de hierro y se iba a casar. ¿Qué más podía pedir? El futuro se le presentaba color de rosa. Al menos, así lo creía, ignorante de que, en aquellos momentos, estaba siendo Observado a través del visor de puntería de un fusil. * El fusil tenía una forma ligeramente diferente de la convencional: un cañón algo más grueso, rematado en una protuberancia cilíndrica que casi parecía un bote de conservas, y montado sobre un trípode firmemente anclado en el suelo de cemento. Carecía de culata y el visor, que parecía un antiguo largavista, estaba situado paralelamente al cañón.
El trípode tenía una pequeña plataforma superior provista de dos ruedecillas, alcance y dirección, para efectuar una buena puntería. A un metro del trípode había una especie de pupitre de control con numerosos indicadores. Varias lamparitas de distintos colores centelleaban con rápidas alternativas. Había dos hombres en la estancia, sumida en la penumbra. Uno de ellos estaba en pie, detrás del fusil. El otro se hallaba sentado frente al pupitre, observando con detenimiento las indicaciones de los instrumentos de control y medida.
Un grueso cable, de unos cinco centímetros de diámetro, conectaba el fusil al pupitre de mando. —El objetivo está a la vista —dijo el hombre que estaba tras el fusil. Sorprendentemente, el arma estaba encarada frente a una pared de cemento. El hombre sentado ante el pupitre, más viejo que el otro, no formuló ninguna objeción a este respecto. —¿Lo tienes bien encuadrado, Hiisk? —preguntó. —Sí, doctor —contestó—. Pero... —Dime, Hiisk. —Me asalta una duda, doctor. —¿De qué se trata? —Esto... bueno, yo me pregunto si hacemos bien... —¿Por qué íbamos a obrar impropiamente? He hecho un detenido examen cronoscópico de Smith. —¿Por qué íbamos a obrar impropiamente? He hecho un detenido examen cronoscópico de Smith.
Los resultados, tú los conoces tan bien como yo, Hiisk. —Sí, doctor, pero... El viejo se impacientó. —¿Por qué no hablas claro de una vez, Hiisk? —Bueno, verá... Yo me pregunto si era necesario que Smith... A fin de cuentas, la perturbación cronológica se producirá en nuestra época.
En lugar de Smith, podríamos... —No —rechazó el viejo contundentemente—. Los males se atacan siempre desde la raíz, Hiisk. Si permitiéramos un desarrollo normalmente cronológico de la existencia de Smith y sus descendientes, la perturbación acabaría por producirse inexorablemente. ¿Acaso no has visto la filmación que hice en mi examen? Hiisk suspiró. —Sí, doctor.
Pero sigo opinando... —Basta —cortó el viejo con seco acento—. Está probado concluyentemente que Smith debe desaparecer. De lo contrario, nuestra civilización se hundirá en las tinieblas. —Un poco fuerte me parece eso, doctor. —Pero rotundamente cierto.
Resulta deprimente tener que cortar el hilo de una existencia humana; sin embargo, es preferible al hecho de que se pierdan cientos o acaso millones de vidas por no haber actuado a tiempo. ¿Lo comprendes ahora, Hiisk? —Sí, doctor. —Bien, en ese caso, dime en qué condiciones está el objetivo. —Visualmente óptimas, doctor. —Y también cronológicamente —afirmó el viejo. Dio media vuelta a una llave y dijo—: Listo, Hiisk.
Hiisk aplicó el ojo al visor. Rectificó ligerísimamente la puntería y apretó el gatillo. Extrañamente, no se oyó la menor detonación. Pero el disparo había sido efectuado y la bala alcanzó su blanco. * Los ojos de Smith se iluminaron. Sí, allí venía ya su novia.
Smith dio un paso, con la sonrisa en los labios. La muchacha le vio y agitó alegremente una mano. De pronto, Smith sintió un dolor intensísimo en el pecho. Su boca se torció grotescamente. Las rodillas se le doblaron. Empezó a caer.
Su novia gritó. La gente se detuvo primero y luego se arremolinó. —¡Dick, Dick! —gritó la muchacha. Llena de espanto, se arrodilló junto al caído. Sus ojos contemplaron horrorizados la mancha de sangre que se extendía lentamente en el pecho. —Le han matado —gimió la chica, sin comprender por qué había ocurrido una cosa semejante.
Acudió la policía. Vino una ambulancia y se llevó una gran sorpresa cuando recibió los primeros informes. —Aquí está el proyectil homicida, jefe —declaró uno de los técnicos del laboratorio policial. —¿Lo han examinado ya? —Sí, señor. —¿Han obtenido alguna conclusión que nos permita llegar a una pista viable? —Temo mucho causarle una gran decepción, señor —manifestó el técnico. —¿Qué sucede, muchacho? —La bala, jefe. —¿Qué sucede, muchacho? —La bala, jefe.
Todos cuantos la hemos examinado coincidimos en lo mismo. —y lo mismo, ¿qué es? —Señor, la bala que mató a Dick Smith no se parece a ninguno de los modelos conocidos hasta ahora. No sólo el diseño, sino también los metales que entran en su composición. Diríase que ha sido fabricada en una época mucho más adelantada que la nuestra. * Farrey Gighton, más conocido por Pip entre sus amistades, se sentía la mar de contento. En el año de gracia de 2196, Pip tenía un magnífico empleo: era ejecutivo de categoría en una poderosa empresa y sus probabilidades de progresar ofrecían perspectivas aún más satisfactorias.
Por otra parte, Pip se sentía lleno de vitalidad. Desbordaba de vitalidad a sus treinta y seis años, que parecían diez menos, merced a los adelantos médicos. Tenía un despacho lujoso, una encantadora secretaria, un precioso apartamento en la capital y una casa de campo en las montañas, además de una saneada cuenta corriente en el Banco. ¿Podía pedir más? Una esposa joven y encantadora, pero, por supuesto, Pip podía esperar todavía algunos años más. «El promedio de vida humana bordeaba los doscientos años. ¿Para qué correr en este asunto del matrimonio?», se decía.
Ahora, además, iba a recibir la visita de un prominente personaje, de quien se decía estaba destinado a alcanzar elevados puestos en la política. Presidente o algo por el estilo, dentro de cinco años, a más tardar. Lo malo era que su visitante tenía un genio bastante vivo en según qué ocasiones. De todas formas, ahora iban a tratar de negocios y Pip confiaba en que el muy honorable Edward Jaskar se portase con moderación y cordura. La secretaria entró con unos papeles para la firma. «Estas chicas de hoy día dejan muy poco a la imaginación», pensó, al observar el sucinto atavío de la secretaria. «Estas chicas de hoy día dejan muy poco a la imaginación», pensó, al observar el sucinto atavío de la secretaria.
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