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A.J. Molloy - La historia de X

Aquí puedes leer online A.J. Molloy - La historia de X texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2013, Editor: kamissi, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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A.J. Molloy La historia de X
  • Libro:
    La historia de X
  • Autor:
  • Editor:
    kamissi
  • Genre:
  • Año:
    2013
  • Índice:
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La historia de X: resumen, descripción y anotación

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«Cuando Alexandra Beckmann, alias «X», se encuentre con el misterioso y turbador Marc Roscarrick iniciará una relación intensamente sexual, adictiva y peligrosa.»
Alexandra Beckmann , una joven estadounidense , se traslada a Nápoles con la intención de profundizar en sus investigaciones: está realizando una tesis doctoral en torno a los orígenes de la mafia calabresa. Pronto entra en contacto con un mundo gobernado por el glamour y el lujo, donde encuentra al apuesto y enigmático aristócrata Marc Roscarrick, que la llevará a la Villa de los Misterios en Pompeya para mostrarle los murales de un rito misterioso de iniciación sexual basado en el placer y la sumisión.
Roscarrick admite formar parte de una sociedad que ha dado continuidad a este antiguo rito dionisíaco en el que hay que superar seis pruebas (o «misterios») para alcanzar el katabasis, es decir, la transformación final. La atracción mutua hace que Alexandra se disponga a su iniciación: pruebas que mezclan dolor y placer, humillación psicológica y física. Poco a poco, irán quedando claros cuáles son los vínculos históricos entre la mafia y los Misterios Dionisíacos.

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La historia de X
A.J. Molloy

Traducción de

Laura Augustin Recio

Matuca Fernández de Villavicencio

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www.megustaleerebooks.com

Índice

Para S

1

Y aquí estoy: en el café Gambrinus. Al fin en Italia, sentada en la terraza de un famoso caffè, en la esquina de una conocida calle de la gloriosa Nápoles. El aire es cálido, el cielo vespertino sin una nube… y puedo oler la basura amontonada así de alta al otro lado de la calle.

Un carabiniere baja por la calle por delante de un palazzo ajado, ruinoso y lleno de pintadas. Parece un diseño de Armani: con sus gafas de sol, su pistola, su look, su camisa y sus pantalones azules hechos a medida, el cuero brillante y su caminar desganado. Un poli Dolce & Gabbana.

Es guapo. Aquí hay un montón de hombres guapos. Pero el más guapo de todos está sentado unas tres mesas más allá de la mía.

—Bueno, y ese de ahí ¿quién es?

Jess se inclina hacia delante. Me mira.

—Roscarrick.

—¿Quién?

Mi mejor amiga de Dartmouth, Jessica Rushton —divertida, sarcástica y preciosa, británica de nacimiento y completamente cínica— levantó sus bien delineadas cejas y se echó el pelo hacia atrás enroscando su larguísima melena morena. Chasquea la lengua como muestra de su incredulidad.

—¿Nunca has oído hablar de lord Roscarrick?

—¿Es un lord?

Jessica lanza una carcajada nicotinada.

—Marcus James Anthony Xavier Mastrosso Di Angelo Roscarrick.

—Joder.

—Sus íntimos le llaman Marc.

—Bueno, eso ahorra tiempo.

Jessica sonríe con aprobación.

—Y es multimillonario. Todo Nápoles lo sabe.

Por entre las mesas del caffè, miro a ese hombre, ese supuesto millonario. No le echaría más de treinta, como mucho. Y está increíble. No hay otra palabra para definirlo. Cuanto más compleja, bueno, muy compleja, fuera una palabra, menos acertada. Piel oscura, ojos de un azul muy claro y mirada distante. Un contraste llamativo. El perfil, ligeramente grave a la vez que persuasivo: animal, primario, triste, hirsuto, con cierto aire pueril, mezclado con pura madurez, depredadora masculinidad. Sexy, muy muy sexy.

Esta no soy yo. No suelo tener este tipo de reacciones tan espontáneas. Y aquí estoy, atusándome la media melena rubia y deseando haberme gastado más en mi último corte de pelo. Preguntándome si mirará hacia acá. No lo hace. Se limita a tomar su espresso a pequeños sorbos, acercándose con delicadeza a los labios la minúscula taza de porcelana. Sentado sin compañía. Dando sorbitos. Mirando a la nada. Impasible. ¡Por Dios, qué perfil!

—¿Y tú, no te estarás enamorando ya, no X?

Jess siempre me llama X. Fue Jessica la que me bautizó con el nombre de X la primera vez que compartimos habitación en Dartmouth. Me llamo Alexandra Beckmann. Alex B. X, para hacerlo más corto. Soy rubia californiana, solo un poco judía y tengo veintidós años. Jess piensa que soy un alma cándida. Probablemente tenga razón. También soy inteligente —lo necesario— y estoy más que instruida, eso sin duda. Y ahora estoy en Nápoles. En Italia.

Jessica sigue hablando de ese tío. Yo me limito a mirarlo. No lo puedo evitar. Esperaba que los hombres italianos respondieran al típico estereotipo, pero buenorros e incluso un poquito pelmas. Y este tío está bueno, pero no como me había imaginado.

—Bah, otro cabrón atractivo.

Jess sigue hablando sin parar. Se enciende otro cigarrillo y dirige el humo de su boca a su nariz, como una profesional. No hacía eso cuando estábamos en New Hampshire.

—Parece interesante —le digo.

Una mentira absurda.

—Mantente alejada, cariño.

—¿Perdona?

Jessica ríe entre el humo.

—Hola, corderito, te presento al carnicero.

—¿No es trigo limpio?

—Devoramujeres, con el «devora» bien subrayadito. En serio, X. No es para las de tu clase.

Me contengo. No lo puedo evitar. Sé que Jess piensa que soy un trozo de pan, ingenua e inocente, chica de un solo hombre, y no está del todo equivocada: soy un poco mojigata y convencional, comparada con ella. A lo largo de nuestra amistad, siempre ha sido ella la que bebía, la come-hombres, la que se corría juergas, la que volvía al apartamento a las tres de la mañana con otro camarero sin nombre para pasarse unas cuantas horas esnifando en la encimera de la cocina y follando en la mesa del comedor. Mientras que yo me dedicaba a ser la típica chica-de-un-solo-novio-en-la-universidad, intentando convencerme a mí misma de que estaba enamorada, y por supuesto, a estudiar.

Pero el novio se volvió un soso, o terminé por darme cuenta de que lo era, al tiempo que los estudios se volvieron más gratificantes. Mi objetivo es licenciarme. Así que aquí estoy, en Italia, haciendo el trabajo de campo para mi tesis de fin de carrera Camorra y Cosa Nostra: Orígenes históricos del Crimen Organizado en la Italia Meridional.

Quiero ser profesora de historia de Italia, pero el único motivo por el que elegí este tema en particular era tener una razón que justificase poder venir a Nápoles para salir con Jess y pasármelo en grande. Ella vino aquí en cuanto pudo, hace seis meses. Se ha tomado un año sabático. Vino a aprender el idioma y a enseñar inglés y cuando me llamaba o me mandaba correos electrónicos, lo que me contaba era tan apasionante: la comida, la ciudad, los hombres… Sí, los hombres. ¿Por qué no? Me moría por venir con ella.

Porque yo quiero divertirme. Tengo veintidós años, he tenido dos novios y un único y miserable rollo de una noche. Eso es todo. Jessica se burla de mí sin miramientos: Casi Virgen, la Madonna de New Hampshire.

Me vuelvo. El tipo está echando un vistazo. Mira hacia mí. Me sonríe, por un instante, apenas un esbozo, como si estuviera desconcertado. Como si me conociera, pero no supiera de qué.

Pero vuelve a su café.

—¡Acaba de mirar!

Jess vuelve a reírse.

—A veces lo hace. Lo de volver la cabeza. Es raro.

—Anda, calla. Todo esto es nuevo para mí.

Apuro el culito de café. Es realmente bueno.

—No estoy acostumbrada a estos tíos tan guapos, Jess. Todos los chicos de Dartmouth llevan esos ridículos vaqueros cagados, caídos en las caderas, como críos.

—Tu novio solía llevar… —Se ríe a carcajada limpia—… «náuticos».

—¡Arg! —exclamo, y también me río—. Náuticos con calcetines grises. No me lo recuerdes.

—Era un verdadero cuadro.

Lord Roscarrick continúa bebiendo su café sin mirarme. Me toca defender a mi ex novio.

—Pero era muy bueno en matemáticas.

—Vale. Pero parecía un pringado, X. Menos mal que lo plantaste.

—¿Y cómo te va por aquí? ¿Sigues ganándote a la población masculina de Campania?

—Sí… o al menos, lo hacía…

Jessica se encoge de hombros, hecha un mohín, y apaga el cigarrillo. Un elegantísimo camarero retira volando el cenicero sucio y, con un gesto encantador y un sencillo «Signorina, lo sustituye por otro limpio, de grueso cristal con las iniciales CG grabadas en una graciosa tipografía belle èpoque. El servicio es impecable. El famoso café Gambrinus, con sus frescos y sus chandeliers. Y claro, me pregunto cuánto nos va a costar estos excelentes macchiatti y estos deliciosos aperitivos: salami napolitano sobre esponjosa chiabatta. He estado los últimos seis meses trabajando en bares para poder pagarme estos tres meses de investigación y mi presupuesto es limitado.

Pero no me importa, no esta noche, ¡no en mi primera noche en Nápoles!

La velada continua. Este hombre, Roscarrick, sigue ahí sentado. Pero, con su bien cortado traje y su delineado perfil, está mirando hacia otro lado con estudiado desinterés, así que he decidido pasar de él. Ya habrá muchísimos más.

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