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«Los recuerdos traumáticos no son narrativos. Son más bien experiencias que reacontecen, ya sea como una repetición plenamente sensorial de acontecimientos traumáticos en forma de sueños o flashbacks, donde todo lo visto, oído, olido y sentido se muestra intacto, o bien como fragmentos inconexos».
«Así que no creéis en Dios. Así que todos sois unos marxistas y unos freudianos sabelotodos, ¿eh? ¿Por qué no volvéis dentro de un millón de años y me decís entonces qué pensáis, ingenuos?».
PRÓLOGO:
LA GUERRA INTERMINABLE Y LA CURA INCURABLE
U NO
En algún lugar, en algún pliegue del espacio-tiempo (como si se tratase de ese Imperio Romano que Philip K. Dick consideraba, en incontestables mayúsculas, como NUNCA TERMINADO ),la guerra de Vietnam continúa y sigue y sigue.
Allí va y aquí viene.
Con la automática y energética marcha del conejito de Duracell vestido con uniforme de estampado camuflaje.
Al ataque y en retirada sólo para contraatacar.
Vietnam –más allá de que la lápida que le talla Wikipedia proponga sus fechas de estallido y cese como 1 de noviembre de 1955 y 30 de abril de 1975— es la guerra que no cesa, la guerra interminable, la guerra que no da tregua ni descansa en paz. Una guerra en la que todo lo sólido se desvanece en el aire. Una guerra fuera de ley o, mejor dicho, una guerra regida por la Ley de Murphy donde todo sale perfectamente mal.
Y allá fueron y aquí vienen todos esos espías y guerrilleros y veteranos, todos esos ingleses de Graham Greene y esos franceses de plantación a arrancar de raíz, todos esos helicópteros cabalgando con Wagner y despegando de azoteas de edificios y siendo arrojados al mar desde cubiertas de portaviones, todo ese sexo y drogas y rock’n’roll y «Charlie don’t surf», todo ese JFK y todo ese Tricky Dicky, todo ese victorioso olor a napalm de película y todo ese sabor a tóxico agente naranja, y todo el apocalipsis ahora y entonces y siempre y el horror, el horror.
Y, por supuesto, todas esas grandes novelas a las que ahora se suma –segura de que no será la última, pero con la firme voluntad de volverse inevitable a partir de su publicación— Histopía de David Means.
D OS
En lo que hace a la literatura, en realidad Vietnam como tema/ atmósfera empieza ya con dos clásicos de la novelística de la Segunda Guerra Mundial. Ambos con números en sus títulos: Trampa 22 de Joseph Heller y Matadero cinco (y su contracara siamesa Madre Noche) de Kurt Vonnegut.
En una y otra –en los cielos de Italia o en los sótanos de Alemania, arrojando bombas o atravesando los límites del espacio-tiempo– Heller y Vonnegut inauguran con sus antihéroes alucinados la figura del anticipado «Crazy Vietnam Veteran» consciente de que la guerra no sólo es una locura, sino que está orquestada por locos.
Y en una y otra novela la oscura iluminación de que es imposible escapar a la guerra, que la guerra no deja de dar guerra, que la guerra te sigue y te seguirá siempre aunque vuelvas a casa y creas que ya estás seguro. Todos los que allí van y de allí vuelven son como Alicias en el País de las Pesadillas: caen por túneles y atraviesan espejos y pronto –tanto firmes como en descanso– no saben cuál es la salida y dónde está la llegada.
«Saigon… shit, I’m still only in Saigon. Everytime, I think I’m gonna wake up back in the jungle» es lo primero que oímos –luego de un rumor de helicópteros y un estallido de napalm–, en una película magistral llamada Apocalypse Now (1979) y, según reciente anuncio, lista para mutar a video-game con la bendición y coautoría de Francis Ford Coppola. Y nos lo dice una voz en off –seguimos en Saigón, la jungla continúa creciendo al otro lado de los párpados cerrados– que es la voz de quien escribió esas palabras para el film de Francis Ford Coppola: la voz del periodista de guerra Michael Herr, autor de Despachos de guerra, seguramente el mejor libro sobre la guerra de Vietnam, incuestionable obra maestra del llamado New Journalism, y que concluye con un sentencioso e incontestable «Vietnam Vietnam Vietnam, we’ve all been there».
Sí, todos estuvimos y seguimos estando allí.
En la jungla.
T RES
Así, Vietnam como droga y adicción y estado de mente y estado demente. Vietnam como algo que una vez que se prueba es difícil que vayas a poder desengancharte, porque en Vietnam los héroes se hacen adictos a la heroína y los espectadores de la guerra transmitida en vivo y en muerto y en directo y sinuosamente en los noticiarios nocturnos no pueden sino volverse adictos a la «historia oficial» para no enloquecer ante la idea de una potencia –la de su país– súbitamente impotente.
Así, también, buena parte de las ficciones de Vietnam pasan por la idea de la mente fracturada y de la visión fractalizada por el estrés postraumático. No importa el bando o la bandera. Nada se pierde, todo se transforma, por más que en Vietnam todo se pierde y nada se transforma.
Y, a partir de Vietnam, toda guerra es y sigue siendo Vietnam; porque Vietnam inauguró una idea hasta entonces inédita (aunque ya bosquejada en esa especie de paréntesis fantasma/ensayo general que fue Corea, supurando y cosiendo y amputando con el humor negrísimo de M*A*S*H) y que es la de idea del nadie gana y nunca está del todo claro dónde empieza el frente o termina la retaguardia.
De ahí que todas las más grandes historias imaginadas sobre esta guerra verdadera tengan siempre su asidero en una cierta irrealidad verídica. Libros como Dog Soldiers de Robert Stone, Going After Cacciato, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon y En el lago de los bosques de Tim O’Brien, Cutter y Bone de Lawrence Thornburg, Meditations in Green de Stephen Wright, Y películas como la ya mencionada Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, El cazador de Michael Cimino, El regreso de Hal Ashby, El gran Lebowski de los Hermanos Coen, Platoon y Nacido el cuatro de julio de Oliver Stone, La chaqueta metálica de Stanley Kubrick y Tropic Thunder de Ben Stiller desbordan de chiflados de variable calibre que siguen allí junto a todos los que estuvieron.
De esta idea/sentimiento se nutre y alimenta la inesperada Histopía de David Means.
Inesperada porque –hasta ahora– Means era considerado cuentista puro y duro
Inesperada, también, por su fondo y forma, que no parecen haber sido anticipados por las piezas breves de Means; aunque, si se mira fijo ya había algo allí dando vueltas, antes o después, con la inasible cronología de la guerra en cuestión.