Alonso Millan Juan Jose - Mayores Con Reparos
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MAYORES CON REPAROS
JUAN JOSÉ ALONSO MILLÁN
En "Historia y Antología del Teatro Español de Posguerra"
Vol V. 1961-1965
Esta comedia se estrenó el 18 de abril de 1965 en el Teatro Reina Victoria de Madrid, con el siguiente
Primera historia
Pepita Analía Gadé Fernando Fernando Fernán Gómez
Segunda historia
Estrella Analía Gadé
Manolo Fernando Fernán Gómez
Tercera historia
Nélida Analía Gadé
Vicente Fernando Fernán Gómez
Nota importante:
Esta obra debe tener un solo personaje masculino y uno solo femenino que, aun cuando no hagan los mismos papeles de una historia a otra, deberán cambiarse por completo el maquillaje y la caracterización y variar solamente los tipos, conforme lo requieren los tipos de las tres historias. Si se quiere poner a actores y actrices distintos en cada historia, también se puede hacer, pero aconsejo lo primero, pues se presta a un mayor lucimiento en ambos intérpretes, al tener que representar distintos papeles.
(Al levantarse el telón de boca, vemos a un HOMBRE que enciende un cigarrillo. Debe dar la sensación, al dirigirse al público, que lo hace a un grupo de amigos de una tertulia. Detrás de él habrá una cortina echada que, naturalmente, nos impide ver el decorado. Un foco le ilumina. Se dirige al público.) HOMBRE.— ¡Hola..., ¿qué tal...? Creo que lo primero que debo hacer es presentarme a ustedes. Me llamo..., bueno, eso importa poco. Soy español y represento a la clase media. ¡Ah! ¡Que ya han oído hablar de mí...? Me figuro que bien, es de las pocas cosas que en este país tenemos respeto. Gracias. Mi oficio consiste hoy aquí en contar a las señoras y señoritas algo que deben saber. Por lo tanto, ésta no es una comedia de hombres. Todo lo que van a ver ustedes contado por mí, carece de valor para el sexo masculino y, en cambio, creo que es de una utilidad práctica., y necesaria para el sexo contrario. Son éstas tres historias ingenuas, ridiculas, vulgares y nada importantes., que todos los hombres, alguna vez en su vida, las han experimentado. El único mérito y la única razón de que les hable a ustedes, consiste en que ningún hombre cuenta luego la verdad, quizá por eso, por ser hombre y se llega a esta situación, por la misma razón; la de ser hombre, español, y de la clase media-En cambio, para la mujer todo este tema encierra un misterio inescrutable.
Ella siempre piensa que el hombre miente, pero si alguna vez ese hombre contase la verdad, jamás sería creído por ninguna mujer. Para que todo esto pueda ser creído, es necesario ceñirnos a una época y a un país. La época es el año 1964, el país es España, y más concretamente Madrid. Por su posición, en el centro de España, fue elegida por Felipe II para cobijar la capital de la nación. A partir de este momento, donde mejor se ha vivido siempre ha sido en Madrid..., perdón, hasta hace unos años. Sí, y la culpa de lo que voy a contar la tiene Europa, que yo creo que, por celos o por envidia, se ha echado sobre este país y nos está haciendo polvo. En Europa hay cosas buenas y malas, y regulares como en Melilla, y coches imponentes. Pero nada de esto lo hemos cogido, sólo dos cosas nos hemos apropiado con el fin, calculo, de ser más europeos, éstas son: que los cafés se cierren a las dos de la noche y que se suprima la maravillosa profesión de las mujeres que se dedicaban a «hacer la carrera», y no precisamente la universitaria, como habrá comprendido todo el mundo. A uno, cuando le hablan de estas cosas, lo escucha con nostalgia, parece una época perfecta, llena de añoranzas, una época que daba gusto pasear por Madrid a las cuatro de la mañana y tomarte una zarzaparrilla si se te antojaba, una época en que funcionaba el Real, no había Televisión y «Las Leandras» se llamaban «Las Leandras»; por otra, parte, si una señora se buscaba una pulga en un escenario, tampoco ocurría una catástrofe grave. Pero a Europa no le preocupa el horario de los cafés, ni el problema laboral de esas señoritas, debe ser cuestión de educación y aquello de «el máximo de producción y el mínimo de rendimiento».
El español ha dejado de ser ibérico, se ha convertido en europeo, pero, en el fondo, añora muchas cosas de su viejo país y, como a grandes males, grandes remedios, se ha visto en la necesidad de crear un sustitutivo, y éste ha sido la señorita de urgencia. Ésta es una especie de penicilina, para casos de extrema gravedad. Es lo mismo que antes, pero más laborioso, con más apertura al diálogo, con más acercamiento al problema del individuo, con problema social, en fin, una lata. Porque el hombre busca precisamente todo lo contrario. Este país se preocupa por sus hombres y, en seguida, encuentra la solución, se crea un organismo moral, severo, estricto y que aleje cualquier tentación sexual, esto es: el cabaret. Si hay algún hombre en la sala, estoy seguro que me dará la razón inmediatamente; la mujer, no. La mujer se imagina el cabaret como lugar de placeres sin cuento y aventuras maravillosas, donde las señoritas corren a enamorarse del hombre, y que éste sólo puede resistir gracias a su seria formación moral. Eso es todo falso. El hombre va al cabaret por recurso, por tomar la última copa y siempre con amigos, para que vean el ingenio que derrochan ante una pobre señorita, que fuma, bosteza y bebe lo que le dan. De esto no voy a contarles nada, voy a pasarme y me voy a la acción derecho, a lo que pasa si algún día un hombre consigue irse con una de estas señoritas del cabaret, a vivir con intensidad la noche castellana. Tranquilas, déjenle, ése ya no vuelve a pisar un lugar nocturno en su vida, aunque luego cuente lo que su imaginación dé de sí. Señoras, señoritas, háganme caso, cuando un hombre diga que se va al cabaret, déjenle ir tranquilas, sin miedo alguno, pues me atrevo a asegurar solemnemente y sin temor a la irreverencia, que se van al lugar más puro, honesto e inocente que, gracias a Europa, se ha fabricado en este país. Y si este señor consigue sacar viva a una señorita de urgencia, absoluta calma, ese hombre se convierte a partir de esa noche en un amante del hogar, el matrimonio y la vida sin compli caciones. O si no me creen..., vean, vean, qué cosas pasan por Europa.
(Se hace el oscuro y suena una música. La cortina se descorre y vemos el decorado. Mejor dicho, el decorado no lo vemos, porque la escena está apagada. Lo que sí vemos es que la puerta de la escalera se abre y por ella entra un hombre que se llama Fernando y una mujer que se llama Pepita.) Pepita. — ¡Chist...! No hagas ruido. Pasa... Ya hemos llegado.
(Pasan. Pepita enciende la luz y se ilumina la estancia completamente. Entonces vemos que el decorado representa el living, o salón, o cuarto de estar, de una casa del barrio de la Concepción. Todo está en un tono verde, las paredes y la mayoría de los muebles. Hay algunas láminas muy cursis por las paredes y todo está lleno de encajes. Figurita de escayola y una gran lámpara de cristal colgada del techo. Nos llama la atención la cantidad de muñecas que hay por toda la habitación, de todos los tamaños y de todos los colores. Tiene tres puertas practicables: una corredera al foro, que se supone es donde está el dormitorio, se ve una cama, y toda esa habitación está bañada de una luz intensa roja. Otra puerta practicable al lado izquierdo, que comunica con el baño y las habitaciones interiores y, enfrente de ésta, o sea, en el lado derecho, la puerta de la calle. Todo está muy recargado y de un gusto pésimo. Pepita es una mujer joven y muy bonita. Viste un jersey nada llamativo y nada ajustado y una falda plisada que la favorece muy poco, tacón bajo y el pelo cubierto con un pañuelo de cabeza. Trae varios paquetes envueltos en papel de periódico y una caja de bombones. Fernando es un hombre vulgar, con traje marrón cruzado y corbata de lazo, edad mediana. Modales muy finos y corteses, sin llegar a cursis. Es un hombre normal, de la clase media, que ha visto el mundo por un agujero. Lleva una muñeca vestida de baturra y un disco grande.) Fernando. — Por fin. Ya hemos llegado.
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