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Ann Leòmhann - Pensé olvidarte

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Ann Leòmhann Pensé olvidarte
  • Libro:
    Pensé olvidarte
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    2014
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Pensé Olvidarte

Ann Leòmhann

Diseño de portada: Ann Leòmhann.

Maquetación: Ann Leòmhann

1º edición noviembre 2014

Obra registrada en el Registro Central de la Propiedad Intelectual.

Todos los derechos reservados.

Queda terminantemente prohib ida, sin autorización escrita del titular de los derechos de autor, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procediendo, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, al igual que la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos público sin permiso expreso del autor de la obra.

Agradecimientos

Ni en mis mejores sueños me hubiera visto a mí misma redactando estos párrafos tan emotivos. Hoy, sin embargo puedo decir que tengo grandes motivos para agradecer el estar aquí, lanzando esta aventura hacia campos de batalla más magníficos que la privacidad de mi mente.

Sin lugar a dudas, mi agradecimiento más importante reside en la mujer más maravillosa de este mundo, mi madre. Gracias mamá por hacer de mí una niña soñadora y convertirme en una mujer que lucha por aquello que de joven soñó. Gracias por acompañarme en cada aventura emprendida, por apoyarme, por comprenderme incluso cuando ni yo misma me comprendía. Gracias por no darte por vencida y por darme esos buenos consejos que me motivan siempre a dar pasos hacia adelante a pesar de los golpes o las caídas en mitad de ese camino largo que es la vida. Gracias, porque tú y yo sabemos que yo no sería como soy sin que tú me hubieras modelado, porque a pesar de los tópicos, puedo decir que, madre como tú, no hay ninguna y que es gracias a ti que soy quien soy porque las mejores batallas las he ganado a tu lado.

Gracias también a Rocío, Vanessa y María porque sois mis mejores caballeros de brillante armadura, siempre con el escudo dispuesto y la lanza en ristre. Siempre os agradeceré vuestros buenos consejos y vuestros ánimos porque sin ellos en parte esta aventura no sería la que es en la actualidad. Sois el ejemplo de que la distancia no es un muro insalvable y que si se quiere, todo es posible.

Gracias a mi buena amiga y a mi compi de aventuras históricas, porque tú sin saberlo Ana, me lanzaste como la que más a realizar un sueño tan repentino como bonito, abrir mi propio espacio en internet en forma de gran diosa, Aeternam Dea .

Toda esta aventura os la dedico a vosotros, agradeciendo con toda la humildad que tengo que, vosotros como lectores hayáis decidido apostar por esta novela que espero, me ayude a seguir adelante con un sueño largo tiempo vivido. GRACIAS.

El odio no disminuye con el odio.

El odio disminuye con el amor.

Buda

Cuando odiamos a alguien,

odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros.

Hermann Hesse

Capítulo Uno

Abadía de Kelso, Escocia, 1304.

Una fina y persistente lluvia caía sobre el pequeño jardín privado de la abadía, mojando todo a su paso. En pleno invierno como estaban, era normal que el cielo gris se impusiera sobre el paisaje haciendo que el sol apenas tuviera presencia en aquel paraje casi desértico junto a la frontera entre Escocia e Inglaterra.

Aquel tiempo invernal no era motivo suficiente para poner fin a la rutina que la venía acompañando desde su llegada, hacía ya siete años. Como cada día, Aileen se esmeraba en arrancar las malas hierbas que rodeaban, sin compasión alguna, a las plantas que con frecuencia se utilizaban para calmar y curar toda clase de males que asolaban a los hombres y mujeres de las zonas colindantes a aquel recinto sagrado.

Desde su llegada, Aileen ocupaba su tiempo entre la oración, el aprendizaje y aquella fiel dedicación a esa porción de tierra. Ni rosas, ni claveles, ni ninguna otra planta de carácter más romántica crecían en aquel paraje. Solo había espacio para el berro, la caléndula y muchas otras plantas medicinales que ayudaban a las hermanas y, a ella misma, a prestar auxilio a los enfermos.

La hermana Mary solía quejarse con frecuencia de las horas que Aileen pasaba en aquel rincón alejado de la actividad ajetreada de la abadía. Según sus palabras, una dama nunca debía emplear sus manos de extremada delicadeza en un trabajo tan poco gratificante, no era bien visto, pero ella no era una dama, así que no veía problema alguno en ello. Aunque fuera una deshonra, el simple hecho de hundir sus manos en aquella tierra húmeda y aspirar su inconfundible aroma, tranquilizaba su espíritu inquieto. No era un trabajo arduo, vale que estar de rodillas durante horas no era del todo amable pero, esa ocupación la ayudaba a olvidar, a dejar que su mente descansara de los recuerdos dolorosos que la venían acosando desde tiempo atrás.

Su llegada a Kelso supuso toda una conmoción. Las monjas abrían las grandes puertas de la abadía cada día a los visitantes que imploraban ayudas de todo tipo pero, jamás, por norma estricta, alojaban dentro de sus muros a ningún forastero. El estado de Aileen a su llegada preocupó durante meses a aquellas santas mujeres. Sin esfuerzo de su parte y sin ser consciente de ello, se ganó el corazón de aquellas buenas samaritanas que no hicieron otra cosa que salvar su vida.

—Aileen. —una voz suave y melodiosa puso fin a aquellos recuerdos evocados. —La madre superiora reclama vuestra presencia.

El anuncio no sorprendió a Aileen ya que largas charlas se daban entre ellas cada día, pero al levantar su mirada pudo ver la expresión de la joven novicia. Su rostro reflejaba una clara preocupación.

—Gracias hermana Elizabeth. —contestó mientras se levantaba con cuidado del húmedo suelo. —¿Os ha dicho dónde debo acudir?

—Sí. Os espera en la vieja capilla. —le contestó antes de girar sus talones y dejarla sumida en la terrible incógnita de no saber el motivo de aquella petición.

No esperó a que sus nervios se crisparan más de lo que ya estaban, sin perder más tiempo, emprendió sus pasos al encuentro de la madre superiora.

La abadía de Kelso era de gran tamaño pero, sin embargo, escasos pasos la separaban de la capilla que las hermanas y ella utilizaban con frecuencia para la oración en los maitines. Aquella pequeña sala, no solo era un recinto sagrado, era un lugar lleno de paz dónde un alma atormentada como la de ella podía encontrar un consuelo casi esquivo.

Como sabía, pocos pasos fueron necesarios dar hasta llegar a las gruesas puertas de madera de aquella pequeña iglesia. Nada más llegar, Aileen se tomó un tiempo para llenarse de fuerzas y expulsar el aire que sus pulmones venían reteniendo desde que fue informada de aquella reunión. En un intento de calmar sus crecientes nervios, empezó a pasar sus temblorosas manos por los pliegues de su vestido en busca de alguna arruga que alisar. Tras las puertas la esperaba la madre superiora y el motivo de su presencia en aquella capilla y, aunque aún estaba visiblemente alterada, no quiso alargar más la dolorosa espera.

Tocando con sus nudillos, esperó en silencio el permiso para adentrarse en aquella sala privada.

—Adelante. —contestó una voz firme y experimentada.

A pesar de estar más que acostumbrada a frecuentar aquella estancia, no pudo evitar admirar, una vez más, la elegante arquitectura gótica y el diseño normando de los pilares edificados a cada lado de la capilla. No por nada, Kelso era considerada una de las joyas más importantes de la Iglesia Católica.

—Ah, Aileen, te he mandado llamar. —dijo la religiosa sentada en uno de los primeros bancos.

—Lo sé, madre, la hermana Elizabeth así me lo ha hecho saber.

—¿Por qué no te sientas junto a mí? —le preguntó palmeando el espacio vacío junto a ella.

Aileen alargó sus pasos tanto como su vestido le permitió. Al llegar junto a ella, se sentó sin grandes ceremonias y cruzando sus manos junto a su abdomen, esperó pacientemente a que se le anunciara aquello por lo que su presencia era requerida.

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