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Gregorio Martínez Sierra - Mama. Madrigal. El pobrecito Juan

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Mama. Madrigal. El pobrecito Juan: resumen, descripción y anotación

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A MIGUEL A RÓDENAS MAMÁ COMEDIA EN TRES ACTOS REPARTO PERSONAJES - photo 1


A MIGUEL A. RÓDENAS


MAMÁ
COMEDIA EN TRES ACTOS
REPARTO

PERSONAJES ACTORES

Mercedes (38 años) ...... María Guerrero.

Cecilia (18 id.) ........... M. ª F. Ladrón de Guevara.

Marta (19 id.) ............ Aurora Le-Bret.

Anita (20 id.) ......,..... Carmen Giménez.

Manuela ................ N .

Alfonso (30 id.) .......... Fernando Díaz de Mendoza.

Santiago (45 id.) ......... Emilio Thuillier.

José María (20 id.) ........ Ernesto Vilches.

Don Fernando (60 id.) .... Luis Medrano.

Mauricio (23 id.) ......... Carlos Allens-Perkins.

Velasco (60 id.) .......... Federico Gonzálvez.

Un criado ............... N.

ACTO PRIMERO

Saloncito de confianza en una casa muy bien puesta; todo completamente moderno, de muy buen gusto y sobre todo muy confortable. Puertas laterales y una ó dos en el fondo, por las cuales se ven uno ó dos salones, también lujosamente amueblados, en los cuales hay mucha más luz que en las habitaciones de primer término.

Libros, plantas, flores, piano; un arpa.

Al levantarse el telón, están en escena Santiago y José María. Santiago está sentado junto a la chimenea, y José Maria pasea de un lado a otro. Santiago está de frac y José María de smoking. En una mesita auxiliar, cerca de la chimenea, hay servicio de café para cuatro personas.

Santiago. ( Con u n poco de impaciencia.) Las nueve y cuarto ya, y a las diez de seguro empieza a venir gente.

(Atraviesa Manuela por el fondo.) ¡Manuela!

Manuela. ( Acercándose.) ¿Qué quiere el señor?

Santiago. ¿No baja la señora?

Manuela. No sé: estará arreglándose.

Santiago. ¿Y la niña?

Manuela. Con su madre, arreglándose también. ¿Quiere el señor que vaya a ver?

Santiago. No...es decir, sí: dile que si quiere que se le mande también el café a su cuarto. ( Manuela va a salir.) Cecilia. ( Entrando rápidamente, vestida de baile y muy con tenta.) No, no, el café no, que en seguida baja; pero que lo vayáis tomando vosotros.

José María. ¿Sin ella?

Cecilia. Si viene en seguidita. ¿Lo sirvo yo? Papá, ¿cuántos terrones?

Santiago. Ninguno.

Cecilia. ¡Huy, sin azúcar! Sabrá muy mal.

Santiago. Sabe a café.

Cecilia. ( Riéndose y probando el café con la cucharilla.) ¡Qué gusto tan raro!

Santiago. ( Sonriendo mientras bebe el café.) Me acostum bré a tomarlo así cuando tenía tan poco dinero, que hasta el gasto de un terrón de azúcar necesitaba tener en cuenta. Porque vuestro padre, chiquillos, ha sido pobre como una rata. Al principio, me sabía amargo; pero poco a poco le fui encontrando al amarguillo una gracia especial, y ahora, por el amargo lo tomo, y cuanto más amargo, más me gusta. Todo es acostumbrarse, que con costumbre y buena voluntad, a las cosas más desagradables les encuentra uno su saborcillo.

Cecilia. ( A José María.) ¿Y tú?

José María. Yo espero a que baje mamá.

Santiago. Mira que le vas a tomar completamente frío.

José María. ( Sonriendo). Me iré acostumbrando.

Cecilia. ( Sirviéndose café). Pues yo, tres terrones. ¡Soy más golosa!

Santiago. Como tu madre.

Cecilia. Eso es, como mi madre. ¡Qué guapísima está! ¡Y qué elegante! Ya veréis, ya veréis qué traje... y el traje es lo de menos; cómo le lleva, cómo anda con él... Mamá se viste como nadie en el mundo...

José María. Se viste, y habla, y anda, y se ríe...

Cecilia. ¡Qué alegre es! No parece una madre.

José María. ( Cada vez con más entusiasmo). Es verdad; no parece una madre. Parece una hermana mayor... y al mismo tiempo más pequeña.

Cecilia. Una reina.

José María. Una niña, ¿verdad, padre?

Santiago. ( Con un poco de tristeza.) Verdad.

Cecilia. En el colegio, cuando iba a verme, era día de fiesta. A todas nos traía vuelto el juicio y luego nos pasábamos las horas muertas queriéndonos peinar como ella. ¡Poco orgullosa que estaba yo de que fuera mi madre! Todo el mundo la quiere.

José María. Porque se lo merece.

Cecilia. ¡ Ya lo creo! Los días de visita, los hermanos de todas mis amigas me decían que era la mujer más bonita del mundo, y uno le hizo unos versos... yo los tengo... ( Viendo que José María se aceica a la puerta.) ¿Viene ya?

José María. ( Volviendo al centro de la escena.) Todavía no .

Cecilia. ¡ Ay, qué contenta estoy de haber vuelto á mi casa! ¡Y ahora ya para siempre! ¡Ay, padre, padre! ( Acercándose a el, cogiéndole la cabeza entre las manos y besándole.) Una cosa no te perdono: que me hayas tenido en el colegio ocho años seguidos. ¡Desde los nueve! ¡Habráse visto herejía mayor! ¿De qué le sirve a una tener padre y madre, para vivir como una pobre huérfana, metida en un convento?

Santiago. Ha sido por tu bien, hija mía.

Cecilia. ¡Por mi bien! Eso dicen las personas mayores siempre que le dan a una un disgusto. Por mi bien; para aprender a dividir ¡sólo por dos cifrasl y las diez partes de la oración, que siempre las confundo, y que Dios hizo el mundo de la nada, y a rezar, y a bordar, y a decir buenos días en francés, ¡ocho años de encerrona! ¡En ocho horas lo aprendo si me dejan estudiarlo solita y a mi modo!

Mercedes. ( Dentro.) ¿Pero aún no han traído los helados?

(Aparece en una de las puertas seguida de Manuela.)

Cecilia y José María. ( A un tiempo.) ¡Mamá!

Manuela. ( Desde la puerta, mientras Mercedes adelanta.) No, señora, los traerán en seguida: el tiempo justo. No hace dos horas que los encargamos.

Mercedes. ¡Dos horas! Pues ¿en qué habéis estado pensando? En cuanto yo falto de casa...

Manuela. ( Con leve mal humor). Perdone la señora... como dijo la señora esta mañana que quería hacerlos ella misma para ensayar una receta inglesa, y que se tuviera todo preparado, la cocinera estuvo esperando hasta última hora, y como la señora no ha venido...

Mercedes. ( Con un poco de confusión.) Bien, bien... pero ¿estarán?

Manuela. Descuide la señora.

(ale Manuela)

Mercedes. ( Acercándose a Santiago. Viene elegantísimamente vestida para baile; à ser posible, de blanco.) Se me olvidó... ¡ sta cabeza mía! Es decir, no tiene la cabeza toda la culpa. Es que no sé qué le pasa al tiempo: siempre voy corriendo y siempre llego tarde. Creo que desde que nací llevo la vida con media hora de retraso.

Santiago. ( Afectuosamente.) Si no fuese más que media hora...

Mercedes. Eso es, ríñeme... muy bonito. ( Acercándose a él.) ¿Estás disgustado? A ver. ( Le coge la c abeza y le mira a los ojos.) Ya sé por qué: porque no he bajado a comer con vosotros. Hijo, no he podido: más lo he sentido yo, pero tenía que vestirme: no sabes a qué hora he vuelto de la calle. ( Acercándose à Cecilia.) Este es un mal ejemplo; no lo tomes tú, porque entonces tu padre nos comerá crudas... no, y tiene razón: basta con que haya en casa una cabeza destornillada.

Santiago. ¡Mercedes!

Mercedes. ¡ Ah!, ¿también está mal que una reconozca sus defectos y los confiese? Pero, ¿no habéis tomado el café?

Santiago. Si.

Cecilia. Si.

Mercedes. ( Mirando a JoséMaría.) ¿Y tú no? por esperarme a mi... ( Abrazándole.) ¡ Ay, qué hijo tengo más requetesimpático! Tú serás el báculo de mi vejez. Ahora, lo tomaremos los dos juntitos. Sirve el café, y se lo servir é yo a mi chiquillo feo. ( Le da una taza y toma otra.) ¡Huy, qué asco! Está frío. Hijo, no sa pueden hacer sacrificios inútiles .

José María. ¿Quieres que pida otro?

Mercedes. No , ¿qué más da? Ahora nos estamos aquí, todos juntos, un ratito en familia, hasta que empiece a venir la gente. ( A Cecilia.) Ponte derechas esas flores.

Cecilia . ( Con aplicación.) ¿Así? ¡Más torpe soy para arreglarme!

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