Epílogo
E sta historia la han contado dos voces; la de Trudi Birger y la mía, que hasta ahora no debía ser escuchada. Yo he hecho las veces de médium para Trudi. Las conversaciones que mantuvimos Trudi y yo fueron en hebreo, ya que consideré que era lo más cómodo y, además, más expresivo que en inglés. Antes de escribir nada, Trudi y yo nos reunimos una o dos veces semanales durante muchos meses, en los que Trudi me explicó sus vivencias. No utilizamos ninguna grabadora en nuestras conversaciones. Yo tomé muchas notas a mano y elaboré con ellas largas listas de preguntas.
Después de haber reunido una gran cantidad de material y de haberme familiarizado de la forma más completa posible con la historia de Trudi, comencé a escribir, al tiempo que continuaban nuestras reuniones.
Trudi leía los borradores de los capítulos y me hacía propuestas, corregía los errores y llenaba los vacíos. Después de esto, yo escribía una nueva versión, y ella la volvía a revisar. Repetimos este proceso hasta que los dos estuvimos satisfechos con el trabajo. Y, mientras tanto, continuábamos reuniéndonos con regularidad para proseguir nuestras conversaciones.
Algunas de nuestras charlas nos afectaron tanto que nos separábamos agotados y con lágrimas en los ojos. A veces, yo tenía sentimientos de culpa por provocar más dolor todavía a Trudi cuando le preguntaba por más detalles de lo sucedido. Otras veces sentía que nuestras conversaciones eran un gran consuelo para ella. Las repercusiones en mí de todo esto presentaban una naturaleza paradójica. Cuanto más cerca sentía las vivencias de Trudi, más se alejaban de mí, porque era consciente de la sustancial diferencia que hay entre escuchar esas vivencias de otra persona y haberlas experimentado uno mismo. Cuando se me pasa una comida, me pongo de mal humor. ¿Cómo sería vivir durante años con un sentimiento de hambre permanente? Cuando uno de mis hijos se retrasa un poco al llegar a casa por la noche me preocupo. ¿Cómo se sentiría uno si, durante años, tuviera que preocuparse permanentemente por sus seres queridos, porque supiera que su vida corre un terrible peligro todo el tiempo?
Además, al escribir, los problemas “profesionales” me distanciaban a menudo del asunto que estaba escribiendo. Redactaba una frase con una terrible afirmación, por ejemplo: “Two thousand children were shot by machine-guns that day” (“aquel día fueron asesinados con metralletas dos mil niños”); entonces, me paro y me digo: “Un momento, evita la forma pasiva”. Y vuelvo a escribir la misma frase, pero de otra manera: “The nazis machine-gunned two thousand children that day”. Entonces me molesta esta monstruosa forma verbal “machine-gunned”. ¿Estaría justificado utilizar un barbarismo para describir un acto de barbarie? Finalmente, después de haber dado muchas vueltas a esta frase, hasta que estuve contento con la primera versión, pensé en el significado de las palabras “dos mil niños”. Me imaginé a mí mismo ante un gigantesco hormiguero de dos mil niños corriendo alrededor de un parque gigantesco. Me imaginé el alboroto que harían los dos mil traviesos niños. Pensé también en todo el amor que podían despertar esos dos mil niños, eje de las preocupaciones y esperanzas de sus padres. Pensé que dos mil niños eran mis cuatro adorados hijos multiplicados por quinientos. Entonces se me ocurrió que los nazis habían asesinado a más de un millón de niños judíos.
Cada vez tenía que reprimir más mis reacciones emocionales respecto al tema de este libro para poder escribirlo, aunque, al hacerlo, mi intención haya sido despertar en el lector impulsos emocionales.
Trudi cree que se debe hacer justicia a las víctimas del Holocausto. Por ello, se ha sentido obligada a escribir su historia. Ella tiene un sentimiento especial para la espontaneidad dramática de sus vivencias, y una imagen muy expresiva de la muchacha que resiste a los temidos nazis, fortalecida por el amor a su madre. En su vida, estos recuerdos son permanentemente actuales. Se han convertido en una parte de ella tan importante que no quiere olvidarlos. Yo me he esforzado por informar de todo esto desde una perspectiva un poco más distanciada.
Por suerte, yo soy un simple observador en todo lo relativo al Holocausto. Nací en la orilla segura del Nuevo Mundo, cuando la II Guerra Mundial estaba terminando; ninguno de mis familiares más próximos se había quedado en Europa ni había sido víctima de los nazis. El Holocausto no es el eje de mi pensamiento. No obstante, cuando comencé este proyecto con Trudi, había leído ya mucho sobre el tema, pero era sólo uno de los muchos asuntos que me interesaban.
Mientras ayudaba a Trudi a contar su historia, me esforcé por mantener su intensidad y su carácter personal, pero nuestro deseo era superar también el significado subjetivo que tenían sus recuerdos.
Rechazamos enriquecer este libro con informaciones de otras lecturas e investigaciones históricas. Nada hubiera sido más fácil, pero no era nuestra intención presentar hechos que para los historiadores del Holocausto tienen otro enfoque. Este libro se basa exclusivamente en los recuerdos de Trudi Birger, en los recuerdos de una mujer que durante la II Guerra Mundial era todavía una niña. Puede ser que algunos de los acontecimientos se presenten en el recuerdo de Trudi Birger de una manera distinta que en el de otros supervivientes del Holocausto o que estén documentados de forma diferente en archivos y museos. Yo he añadido alguna que otra vez una fecha, pero no he “mejorado” nunca su versión de los hechos para ajustarla a otros relatos ya publicados. En cualquier caso, he consultado trabajos históricos mientras escribía este libro para comprender mejor el contexto histórico de la historia de Trudi Birger; también le hice a ella a menudo preguntas.
En este libro no se trata de especificar cuántas personas fueron asesinadas en ésta o en aquella otra fecha. Durante la guerra, Trudi no tuvo ningún acceso a este tipo de datos y, cuando la guerra terminó, tampoco era el momento para profundizar en el estudio histórico del Holocausto. Trudi ha conseguido reconstruir su vida, aunque los recuerdos le persigan todavía. He aquí la esencia de esta obra.
Es evidente que este libro, que ha surgido de nuestro trabajo en común, sería muy diferente si hubiera sido otra persona, y no yo, la que hubiera trabajado junto a Trudi Birger, o si ella misma lo hubiera escrito sola. Nuestro trabajo conjunto, condicionado por la temática, aunque resultó a veces difícil y doloroso, fue una labor muy satisfactoria. Gracias a este libro he aprendido a apreciar y admirar a Trudi y a tenerle un gran afecto. Ella depositó una gran confianza en mí; confió en que yo no deformaría ni alteraría su historia. Trudi me sometió a una gran presión para trabajar sin interrupción y para terminar el libro. Éste fue el principal punto de conflicto en nuestro trabajo, ya que Trudi Birger tiene una personalidad muy fuerte y es casi imposible negarle nada.
Conocí al hermano de Trudi, Manfred, y a su mujer, Dita, cuando vinieron a Israel a la boda de un hijo de Trudi. Mostraron un gran interés por el proyecto, pero nunca les pedí completar la historia de Trudi desde su punto de vista. El marido de Trudi, Zeev, se mostró comprensivo y dispuesto a ayudar, pero no quiso participar en este proyecto. De tal forma que ella es la única que ofrece testimonios del pasado en este libro.
En mi trabajo junto a Trudi, para mí era un gran misterio el modo en que consiguió mantener su fortaleza de carácter y su integridad. Cuando se leen historias sobre supervivientes del Holocausto, la principal carga que arrastran en su vida es el irracional e inevitable sentimiento de culpa porque ellos viven todavía mientras que cientos de miles fueron asesinados.
Creo que la clave para la fortaleza interior de Trudi es el convencimiento absoluto de su inocencia, y esto quizá se deba a que Trudi era todavía una niña durante el Holocausto. Una persona mayor quizá se acuerde de un acto “inmoral” que cometió obligado por las circunstancias; y escribo la palabra “inmoral” entre comillas a propósito pues todo juicio moral manifestado por una persona que no tuvo que pasar este tipo de experiencias, y que sólo tiene una visión aproximativa de lo que tuvieron que sufrir los judíos durante la persecución nazi, es una presunción, cuando no se trata de una profanación de la memoria de la víctima. Quizá alguien robara un trozo de pan y contribuyera con ello a que otra persona se muriera de hambre. Pero, ¿quién era responsable del “suministro”? Quizá alguna víctima hiciera algo “inmoral” con un