El eje en torno al cual Cellini estructura su narración es su trabajo artístico y, más específicamente, su inmensa vocación de escultor. Éste es el criterio preciso que le sirve para seleccionar los datos de su memoria. La confusión entre Cellini y su oficio, su «arte», es tan constante como inevitable. Su oficio es considerado por Cellini como un don, un empeño constante, una absoluta dedicación.
Benvenuto Cellini
La vida
ePub r1.0
Titivillus 27.06.17
Título original: La Vita di Benvenuto di Maestro Giovanni Cellini fiorentino, scritta, per lui medesimo, in Firenze
Benvenuto Cellini, 1728
Traducción: Miguel Barceló
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
INTRODUCCIÓN
E l manuscrito original de la Vita es el códice Mediceo-Palatino 234 bis de la Biblioteca Medicea-Laurenziana de Florencia. Es autógrafo, de Benvenuto Cellini, en la primera página, sin numerar, que contiene el soneto y la explicación de que el texto que sigue a continuación —de la página 1 a la 460— fue escrito por Michele di Goro, muchacho de unos catorce años que estaba enfermo. La mano de Cellini aparece otra vez en la página 464 b, hasta la 520 a, la última. En algunas páginas aparecen breves correcciones y añadidos de Cellini y de Benedetto Varchi, un escritor amigo de Cellini, que tuvo el buen gusto de dejar prácticamente intacto el texto.
Así pues, mientras Cellini trabajaba en su taller, iba dictando la historia de su vida. Es, pues, una narración oral, sostenida con vivacidad y que recurre constantemente a fórmulas del lenguaje coloquial florentino. Este lenguaje especial le sirve a Cellini para comprimir la narración y hacerla más densa, o para desfigurar con el mayor sigilo el hecho mismo que se pretende relatar, o para terminar una reflexión, un juicio o el relato de un episodio con una abrupta frase hecha que, a menudo, supone una malévola manipulación del narrador, que exhibe, con la frase trivial y adocenada, una supuesta indefensión verbal destinada, precisamente, a desarmar al lector.
Los lectores de la Vita no llegaron, pero, hasta 1728-1729, cuando un médico curioso, Antonio Cocchi, la publicó en Nápoles, aunque figura Colonia como lugar de edición. El alegato de Cellini a favor suyo permaneció inédito durante 157 años. Antonio Cocchi vio simplemente en el texto la trayectoria de un hombre de un temperamento excepcional, de un ejemplar humano en el que la dimensión artística, notoria, se conjugaba con una aventura vital, transmitida por el lenguaje directo de la Vita, crudo en su concepción y en un tono que invitaba al médico a una explicación en términos de complejo de humores, de causas físicas, orgánicas.
La gran edición de Orazio Bacci (Florencia, 1901) es el resultado de toda una perspectiva crítica y erudita que buscó contrastar los datos proporcionados por el peculiar narrador de la Vita con los rastros documentales de todo tipo que dejaron personajes, hechos y el propio incierto Cellini. A su vez, cierta óptica romántica creerá reconocer en la aparentemente sencilla y simple narración autobiográfica un ejemplo decisivo, eterno, de la confrontación grandiosa y trágica entre el artista y la sociedad. Y así, Héctor Berlioz (1803-1869) pondrá música a un libreto que convierte a Cellini en un personaje casi irreconocible.
Los intentos de comprensión del texto autobiográfico de Cellini se moverán continuamente entre la perspectiva desde la cual el texto es espontáneo, irreflexivo, y la perspectiva desde la cual el texto aparece como el resultado de una precisa voluntad de estilo, de unos procedimientos narrativos perfectamente deliberados y de un designio general. En el primer caso se ofrece la imagen de un Cellini artista, escaso de preparación literaria, y que, al dictar su texto, lo hace espontáneamente. La riqueza del texto, su peculiaridad, era, así, únicamente, la del hombre sin mediación de su inteligencia. La Vita era el fluido de una naturaleza especial, cargada de tensión, contradicciones y un punto enfermiza que le impelía, a veces, a situarse en la ilegalidad; o, mejor dicho, a no regirse por las mismas leyes que los hombres comunes. El mismo Cellini parece abonar esta excepcionalidad al poner en boca del papa Paolo (III) Farnese, enterado del asesinato del orfebre milanés Pompeo: «Sabed que los hombres como Benvenuto, únicos en su profesión, no están obligados a respetar las leyes» (cap. LXXIV). Esta vía de interpretación puede conducir fácilmente a ver en la Vita la aventura ejemplar del superhombre, encarnado en el artista singular, sin más obligación que su arte. Del buen salvaje al superhombre a veces no hay más que un solo paso.
En el segundo caso se contempla un Cellini que, aunque no un humanista como Pietro Bembo, tiene una indudable práctica literaria que le permite una narración reflexiva y lo hace diestro en el manejo preciso de la lengua. Esta práctica literaria poco tiene que ver con el discurso humanista. Cellini escribió unos Trattati sull’oreficeria e sulla scultura con una prosa técnica, clara, precisa y evidentemente elaborada. Es posible que al ejercicio de la prosa técnica se deba, en gran parte, la limpieza y sencillez de la frase celliniana; aunque a veces ésta se haga abrupta o imprecisa de sentido. Su carácter de relato oral es el otro gran factor que determina la prosa de Cellini, peculiar en el contexto de la prosa sabia humanista. Sin embargo, esta peculiaridad desaparece si el contexto es el de las crónicas familiares y pequeñas memorias domésticas florentinas. Por ejemplo, las Lettere de Alessandra Macinghi Strozzi, la Cronaca de Giovanni di Paolo Morelli y, sobre todo, los Comentan de Lorenzo Ghiberti, el escultor de la puerta del Baptisterio.
¿Es de fiar la autobiografía de Cellini? Casi todas las cuestiones de detalle están prácticamente resueltas y contrastadas desde la edición crítica de Orazio Bacci (1901). Pero está claro que observar esto no supone, ni de lejos, contestar la pregunta. Benvenuto Cellini ha ido seleccionando todo el material de su Vita. Y por ello hay grandes y pequeñas omisiones. Por ejemplo, a principios del capítulo XCIX, la frase «Por esta época…» encubre un hiato de tres años (1556-1559) durante los cuales fue dos veces a prisión; una por haber golpeado al orfebre Giovanni di Lorenzo y la otra por sodomía.
En este sentido la memoria de Cellini no es de fiar. Al contrario, es una memoria hábil que selecciona según unos criterios precisos, no expresos, que sólo se hacen claramente perceptibles a Medicia que el lector avanza en su lectura, aunque ésta no sea incluso demasiado atenta. La memoria de las «memorias» de Cellini produce unas falsas «memorias». Como todas las buenas memorias, como todas las buenas autobiografías, se podría añadir, creo yo. Cellini, a pesar del sintácticamente infeliz párrafo inicial, no pretende contar su vida tal como fue, sino como recuerda que la vivió. Y no es lo mismo. Lo importante no es tanto lo que recuerda —evidentemente recordaba muchas cosas más que fueron eliminadas—, sino la vida que cree haber vivido y estar todavía viviendo.
El eje en torno al cual Cellini estructura su narración es su trabajo artístico y, más específicamente, su inmensa vocación de escultor. Éste es el criterio preciso que le sirve para seleccionar los datos de su memoria. La confusión entre Cellini y su oficio, su «arte», es tan constante como inevitable. Su oficio es considerado por Cellini como un don, un empeño constante, una absoluta dedicación. Esta dedicación culmina en los solemnes meses, rememorados solemnemente en la