Ignatius Farray es al humor lo que el agua es a la vida, es decir, un elemento necesario. No porque sea parte de La vida moderna, tenga un Premio Ondas, haya estado nominado a los Emmy y convoque a miles de personas en sus monólogos cada año; tampoco porque sea invitado recurrente de La resistencia, Late Motiv, Ilustres ignorantes y cualquier otra manifestación de la risa que valga la pena; no. Ignatius Farray es necesario porque es imprevisible. ¿Y qué libro puede hacer un tío imprevisible? Quién sabe…
Memorias, teoría del humor, ilustraciones y documentos nunca antes vistos se entremezclan aquí para dar forma a un libro absoluto. Bienvenidos al cajón de sastre del gran Ignatius Farray, el asiento en primera fila que cualquiera de sus seguidores quisiera tener.
Prólogo
Voy a intentar escribir este prólogo del tirón porque son las once de la noche del último día del plazo que me ha dado el editor del libro, así que empiezo muy directo: creo que Ignatius probablemente es, a día de hoy, el mejor cómico del mundo. Sé que es una percepción bastante subjetiva, y que la valía profesional de un cómico es difícil de medir según criterios cuantitativos, pero si esos criterios existiesen seguro que tendrían que ver con atributos como originalidad, presencia escénica, dominio del lenguaje, sorpresa, carisma, capacidad de manejar al público y mantener su atención, velocidad mental, compromiso con la comedia y, por supuesto, hacer que la gente se ría mucho todo el rato. No veo ninguna categoría en la que Ignatius no sume la puntuación máxima. A veces, en medio de una conversación o de un programa, improvisa conceptos y remates cómicos que, además de graciosos, son formalmente perfectos: me imagino que dentro de su cabeza tiene miles de pequeños cómicos viviendo en una escala temporal distinta, y que en una décima de segundo escriben todas las formulaciones del chiste, lo prueban en distintos miniteatros, van cribando hasta tener la mejor ejecución posible y se lo entregan a su amo para que lo eche al mundo, ya terminado y perfeccionado.
Don Juan Ignacio transita muchas veces por caminos arriesgados en su comedia, le gusta experimentar y transgredir, pero si un día le diera por hacer comedia observacional, o chistes, o slapstick, estoy convencido de que lo bordaría. Es el as de diamantes, el final boss, el cromo que nunca sale, el que lleva la bandera, el que ve el código fuente, el espalda plateada, el padre fundador.
Puede parecer un poco infantil el concepto de «mejor del mundo», sé perfectamente que hay muchos cómicos y cómicas increíbles en todas partes, pero más que como un ranking lo digo como una reivindicación, como una especie de orgullo casi patriótico: por desgracia es más difícil (no imposible) estar a la altura de los primeros países del mundo en actividades que requieren mayor inversión externa, formación o infraestructuras; pero la pura comedia sale de dentro de uno, y aunque el talento surge más fuerte y abundante si se respeta y se cultiva, el caso de Ignatius demuestra que siendo un muchachito de Tenerife puedes estar perfectamente a la altura de los mejores americanos o ingleses, igual que Picasso o Nadal o Tamara Rojo o tantos otros han conseguido en sus respectivas movidas.
Hace un par de años, a los integrantes de La Vida Moderna se nos acumularon en la misma semana varios eventos a cuál más intenso: nos daban el Premio Ondas en Barcelona, luego viajábamos a Valencia para actuar por primera vez en un pabellón de deportes y desde ahí Ignatius se marchaba a Nueva York como nominado en los premios Emmy. A veces Nacho se agita mucho y se ensimisma ante un solapamiento de acontecimientos, ante un exceso de compromisos o de exposición social, y en aquel caso le vimos especialmente agobiado y bloqueado desde el principio. Intentamos hacerle ver que todo lo que estaba pasando era positivo en realidad, le dijimos que se apoyase en la gente cercana y que disfrutase del momento, pero, aun así, por unos instantes temimos que llegase a la actuación de Valencia descentrado o apesadumbrado. Evidentemente no fue ese el caso: comenzó el show como un absoluto titán, como un enviado de Shiva, y, siendo la primera vez que actuábamos delante de tanta gente, arrasó con todo. Héctor —el famoso y millonario cómico salmantino— y yo nos sentamos habitualmente en un lateral del escenario a ver a Ignatius en la parte en que se queda solo, aunque le hayamos visto mil veces, y recuerdo que aquel día estábamos especialmente admirados por cómo se había rehecho después de pasarlo bastante mal; y al mismo tiempo emocionados de verdad por la manera en que estaba lanzando fuego sobre seis o siete mil personas, surfeando las risas continuas y dominando la energía del sitio a su antojo hasta convertir un pabellón gigante y frío en una olla a presión brutal. Salió del escenario, tímido, diciendo «uf, la que se ha liado, ¿no?», a lo que le respondimos, como tantas otras veces, «no, Nacho, ¡la que has liado tú!».
El tipo es revolucionario y casi temible sobre el escenario, amable y humilde fuera, pero de la parte más personal no creo que deba hablar mucho aquí, porque supongo que ya va de eso este libro, y porque prefiero esperar, si él me lo permite, a escribir su biografía cuando se retire o muera (en caso de que no coincidan ambas cosas). Únicamente diré que para mí es un privilegio maravilloso verle tan de cerca haciendo comedia y un orgullo que, aunque muchísima gente tenga su número de teléfono, Nacho me considere su amigo.
David Broncano
Madrid, 24 de agosto de 2020
Introducción
«El destino es algo que se debe mirar volviéndose hacia atrás, no algo que deba saberse de antemano.»
—Haruki Murakami
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