La ilusión de Calito
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Derechos reservados © 2019, respecto a la primera edición en español, por:
© Manuel Carlos Jarén Nebot
© Editorial Samarcanda
ISBN: 9788417672423
ISBN e-book: 9788417672881
Producción editorial: Lantia Publishing S.L.
Plaza de la Magdalena, 9, 3 (41001-Sevilla)
www.lantia.com
IMPRESO EN ESPAÑA – PRINTED IN SPAIN
A todos los Calitos del mundo.
Capítulo 1
La cosa promete
¡¡Mucho Betis, mucho Betis! ¡eh!
¡Mucho Betis, mucho Betis! ¡eh!
Como un martillo pilón y el soniquete inconfundible para todo aquel que lo conoce, la frase resuena desbocada en la mente de quien, atrapado por la ilusión de una tarde repleta de emociones, va subiendo por la calle Real desde el lugar conocido como «El punto» hasta la ermita del Valle.
En un principio había pensado en esperar en los escalones de cualquiera de las tres escalinatas que dan acceso a la majestuosa iglesia flanqueada por la preciosa torre símbolo inequívoco del pueblo. Pero mientras camina, deduce que es mejor quedarse en la ermita que hay unos metros antes de llegar a la plaza de España. Sabe que, por la posición del sol, es seguro que tiene sombra fresca y está al lado del punto de recogida. Desde allí verá forzosamente al coche cuando pase hacia la placita del corazón de Jesús, el lugar en el que han quedado.
Su andar es medianamente ligero, como queriendo saborear cada instante del camino que le conduce hasta el lugar donde lo han citado para recogerlo.
Tal es su emoción, que el pensamiento se le escapa de los labios sin que sea capaz de retenerlo. Pero cuando el mantra verdiblanco se fuga de su interior en forma de sonido, quien lo oye, lo recibe como una serie de ruidos inconexos que su cerebro tiene que interpretar al instante.
—¡ucho eti, ucho eti! ¡e!¡ucho eti, ucho eti! ¡e!
—¡ucho eti, ucho eti! ¡e!¡ucho eti, ucho eti! ¡e!
Y es que Calito tiene, desde pequeño, un problema en su manera de hablar que, por mucho que varios logopedas de pago han intentado solucionar, no han sido capaces de dar con la tecla. Resulta que su cerebro suelta los pensamientos de forma ordenada pero su aparato fonador le juega malas pasadas y, de manera indiscriminada, se come sonidos por aquí y por allá de forma que no cumplen ningún patrón fijo. Así que nadie puede saber de primeras lo que quiere decir hasta que ha soltado toda la retahíla.
Pero el habla no es solo lo que le falla. Otras partes de su cuerpo no funcionan como debieran, pero él tira para adelante como un campeón. Porque no lo ha tenido fácil desde el momento mismo en que lo engendraron.
El doctor Lupez se lo dijo a su madre.
—Señora, le acabamos de implantar el esperma de un donante vip. Es usted una afortunada. No siempre podemos hacer algo así...
—Muchas gracias doctor —le contestó Ana la Calita al ginecólogo que la atendía, todavía con las piernas en alto en los dos soportes tipo borriquete que estos profesionales usan para su trabajo, y mientras sus entrañas abiertas al mundo constituían un espectáculo como para salir corriendo—. Menos mal que he venido aquí, porque ninguno de los hombres que me han pretendido, me parecen lo suficientemente buenos como para ser el padre de mi hijo, ¿sabe? Así que me lo he pensado mucho. Y sé que quiero ser mamá —le dijo con los ojos vueltos de la emoción y mirando al techo de la clínica mientras la intervenían.
—Pues no se preocupe, señora, que tendrá un hijo maravilloso —le respondió el doctor.
Claro, que eso fue hace treinta años, y parece ser que algo no salió como se esperaba. La mayoría le echan la culpa a que la muestra con la que la inseminaron no era de calidad. Otros a que el donante no era tan vip como le dijeron y algunos sospechan que la Calita había ido a una clínica de bajo presupuesto como demostraba el hecho de que a los pocos meses de todo aquello ya habían cerrado y el doctor Lupez estaba en paradero desconocido.
El caso es que cuando el niño nació y se dieron cuenta de dónde venía el fallo, la familia de la víctima, incluido el burro de su hermano Pepe el Calito, buscaron por toda Sevilla el rastro de los responsables de la clínica sin ningún resultado. Así que no tuvieron más remedio que criar a Martín con grandes dosis de esmero, y de disgusto, porque ya con dos añitos se veía venir que algo no andaba bien.
El inicio del pequeño en la vida y sus años posteriores, no fueron sino un salto de obstáculos que se llevó por delante a la abuela, al abuelo y al tío Pepe, sevillista por convicción, que murió de unas ronchas que le salieron. Tras su muerte, en el pueblo se decía que no pudo soportar que el niño, encima de todo, le saliera del Betis. «Seguro que el padre es un Bollullero», dicen que fueron sus últimas palabras antes de dejar esta vida.
Pero así son las cosas, y Martín, que poco a poco fue perdiendo el nombre en favor de su apodo, no se acordaba de nada de eso por lo que le traía al fresco que el tío Pepe muriese comiito de ronchas y rascauras .
A él lo que le importa en estos momentos es que es el gran día y lo va a disfrutar a tope. Y es que hoy, domingo 20 de julio, el nuevo equipo del Real Betis Balompié se presenta ante su afición en su estadio recién remodelado. Han sido varios años de trabajos y obras incesantes que han dejado al Benito Villamarín de dulce. Incluso parece una versión 2.0 del antiguo campo. La directiva ha conseguido llevar al equipo hasta donde se merece por su afición, su historia y todo lo demás. Atrás quedó todo aquello del «manque pierda». Hoy, todo el mundo se ha acostumbrado a un Betis que se pasea por Europa ganando títulos y esas cosas. Tanto es así, que, en las puertas del estadio, han erigido unas estatuas a los mejores entrenadores. Pero destacan la de Lorenzo Serra Ferrer a quien todos llaman cariñosamente «señor Miyagi» por su parecido físico con el «chino» de Karate kid , y haber iniciado años atrás la senda de la recuperación del equipo. También la de Pepe Mel por los años que lidió en segunda con plantillas muy mediocres. Hábilmente, han hecho coincidir la presentación del equipo para la nueva temporada con la inauguración de las obras y el beticismo está que se sale…
Todo esto no le es ajeno a Calito que, día a día, sigue con fe romana las noticias que emanan del querido Betis de su alma. Sin descanso se mantiene al minuto de todo lo que acontece en el club y es fuente fidedigna de noticias para aquellos que se cruzan con él en el pueblo y no están tan al día de la vida de la comunidad verdiblanca.
—¿Dónde vas, Calito? —le grita desde el coche «Juani el churrero», que lo ha visto andando y agitándole la mano desde fuera de la ventanilla.
—¡A... A… A VE... E BETI… JUANI! —le grita devolviéndole el saludo.
— Po quítate por lo menos la bufanda, que te va a dar algo —le dice a voz en grito ya desde lejos dado que no se ha parado ni por un momento.
Y es que Calito se ha vestido con todo lo que tenía en casa que fuese con motivos Béticos. Y eso incluyen una sudadera, un pantalón largo verde, una camiseta del año pasado con las típicas trece barras, un gorro de lana, porque gorra no tenía, una bandera del centenario que lleva liada al cuello y no ondea lo más mínimo porque no corre ni una gota de aire, una bufanda atada a cada una de las muñecas y una más, extra larga, que le da tres vueltas al cuello. También lleva una bolsa con el escudo del Betis al hombro en la que su madre le ha echado un bocadillo de chorizo de Cortegana con tulipán, una botella de agua y una manzana para que meriende si le entra hambre. Claro, todo eso se lleva bien si vas al fútbol en enero, febrero, o incluso, marzo…porque el tiempo es fresco y no importa ir algo abrigado. Pero ¿un 20 de julio en la Palma del condado? ¿A las cuatro de la tarde? ¡Cuando aquí hace más calor que en la comunión del demonio! En estas fechas y a estas horas las chicharras suenan por las calles, el pueblo está desierto y los gorripatos se tiran de los nidos bajo las tejas porque prefieren morir en el suelo que asarse en los tejados…