«¿Qué es la vida sino un sueño?». He aquí la razón por la que Lewis Carol pone fin a uno de sus sueños, el más encantador y el más significativo, el fantástico viaje de Alicia al país de las maravillas.
Desde las épocas más antiguas, el sueño nos apasiona por sus innumerables «porqués».
Y aunque la ciencia no haya empezado a interesarse por él hasta que Sigmund Freud publicara en 1900 la Interpretación de los sueños, la actividad onírica ha sido, desde hace siglos, centro de debates que han aportado intuiciones geniales semejantes a las de los psicólogos contemporáneos. Tomemos el ejemplo del filósofo griego Epícteto que, casi dos mil años antes que Freud, escribía: «¿Quieres conocerte? Consulta tus sueños».
Y para interpretarlos, así como hoy en día recurrimos a las «claves» de los sueños modernos, acompañadas de sentidos psicológicos, numerológicos y adivinatorios, entonces, cuando uno se iba a dormir a las grutas o templos consagrados a los dioses de los sueños y de las profecías (Apolo, Mercurio o Morfeo) y no se fiaba de la interpretación de los sacerdotes u otros especialistas, se utilizaba la obra minuciosa de Artemidoro de Daldi.
Los sueños, unas veces agradables y excitantes, otras dolorosos y tristes, son los portavoces del alma y, a través de sus imágenes simbólicas, nos proporcionan mensajes capaces de anunciar acontecimientos futuros. El presente libro proporciona las claves de interpretación de los sueños mediante el análisis de los símbolos oníricos, explicados en su significado más general. El lector, al conocer e interpretar dichos símbolos, adquirirá un conocimiento de sí mismo y de sus pensamientos, aprendiendo también a aceptar aquellos sentimientos y miedos que niega de manera consciente y, sobre todo, estará en condiciones de prepararse psicológicamente para futuros peligros y acontecimientos.
¿D E QUÉ ESTÁN HECHOS LOS SUEÑOS ?
Bellos, irisados, eróticos, terroríficos, alegres, melancólicos, pero en el fondo siempre misteriosos, los sueños se nos parecen, están hechos a imagen nuestra, hechos de nuestra misma manera de ser. Se asocian a nuestro entorno cotidiano, a nuestro trabajo, a nuestra familia, a nuestros amores: reflejan nuestras emociones, encierran nuestros recuerdos, manifiestan nuestras esperanzas, nuestros intereses, los problemas, los miedos, los deseos secretos que ni nos atreveríamos siquiera a confesar.
Todos los sueños no son iguales: algunos quedan impresos en nuestras memorias durante años, nos ayudan a comprendernos, nos permiten anticiparnos a hechos destinados a ser realidad, a veces por la insistente repetición de un sueño, propenso a volver varias veces, siempre igual, aunque distanciado en el tiempo. Estos son los que los antiguos definían como sueños «salidos de la puerta de marfil», es decir, bellos, verdaderos, dignos de ser interpretados como mensaje de los dioses. Por consiguiente, son diferentes de los que «salen de la puerta del cuerno», más insignificantes y groseros, sueños que desaparecen enseguida en cuanto nos despertamos, como el azúcar en el café de la mañana, porque han sido provocados por una cena demasiado pesada, por la posición que habíamos adoptado durmiendo o por las impresiones de lo que habíamos visto u oído durante el día.
La teoría freudiana: la sexualidad en la base de los sueños
Freud define los sueños como un impacto de locura para nuestras envidias reprimidas; verdaderos cuentos fabricados por nuestra mente para colmar estos deseos que se agitan dentro de nosotros, hasta tal punto que si no llegáramos a soñar acabarían por despertarnos.
De todas maneras, sólo los más jóvenes, aún libres de reglas y prohibiciones, sueñan con sus ilusiones como son: el juguete, el pastel, los mimos de su madre. Las emociones de los adultos, que según Freud están siempre relacionadas con el aspecto sexual, son demasiado fuertes para dejarnos dormir tranquilamente. Por eso la inconsciencia las disimula recubriéndolas con otros símbolos, gracias a un lenguaje secreto que transforma el sueño en una especie de clasificador, en el cual cada imagen, cada detalle, aparece en lugar de otra cosa que no sabríamos admitir y reconocer como nuestra. Es así como soñamos con un gato, con una serpiente o con un caballo en vez de un pene, de una agresión; o con un columpio en vez de una sensación sexual. Una gruta o el agua representan a la madre; en cambio, la casa es la representación del cuerpo, y el sótano o el cuarto de baño, de los órganos genitales. Así pues, para interpretar un sueño no hay más que profundizar en él, analizarlo al detalle y trabajar en cada parte de manera independiente, agrupando las palabras, los pensamientos, los recuerdos, hasta llegar al centro mismo, a la raíz secreta del sueño.
Jung: los sueños como mensajes
El más célebre alumno de Freud, el psicólogo y psiquiatra suizo Carl Gustav Jung adopta una idea diferente de los sueños. Estudió atentamente los símbolos que arrastramos con nosotros, en el fondo oscuro de la inconsciencia, no sólo en cuanto al equipaje individual de nuestra vida, sino como herederos de los que nos han precedido (el pueblo, las razas), además de algo transmitido en nuestro código genético, como nuestra estatura o color de la piel.
Así pues, a la noción del inconsciente personal de Freud añade la de un inconsciente colectivo , cuyo contenido analizó minuciosamente. Jung recoge entonces los pensamientos de los antiguos y ve en los símbolos que llenan nuestros sueños maravillosos mensajes, consejos, premoniciones de la inconsciencia, es decir, de la parte secreta y receptiva de nosotros mismos, capaz de comunicarse sin palabras con otros seres.
Las últimas teorías
Desde estos precursores de la interpretación de los sueños ha llovido mucho. Hoy en día, algunos consideran los sueños como una alarma que avisa de la presencia de enfermedades, incluso de las que están en desarrollo; otros, un milagroso «lavado» de emociones contra las toxinas acumuladas por el sistema nervioso; otros, un medio que nuestro cerebro utiliza para reforzar la memoria o para promover la actividad; hasta llegar a la hipótesis atrevida y un tanto provocadora del neurólogo americano Allan Hobson, según la cual el arte del sueño sería una gimnasia saludable para el espíritu, que tiende a ligar, asociándolos, todos los impulsos nerviosos que castigan al azar parte de nuestro cerebro.