• Quejarse

Angel María De Lera - Tierra Para Morir

Aquí puedes leer online Angel María De Lera - Tierra Para Morir texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 0, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

Novela romántica Ciencia ficción Aventura Detective Ciencia Historia Hogar y familia Prosa Arte Política Ordenador No ficción Religión Negocios Niños

Elija una categoría favorita y encuentre realmente lee libros que valgan la pena. Disfrute de la inmersión en el mundo de la imaginación, sienta las emociones de los personajes o aprenda algo nuevo para usted, haga un descubrimiento fascinante.

Angel María De Lera Tierra Para Morir

Tierra Para Morir: resumen, descripción y anotación

Ofrecemos leer una anotación, descripción, resumen o prefacio (depende de lo que el autor del libro "Tierra Para Morir" escribió él mismo). Si no ha encontrado la información necesaria sobre el libro — escribe en los comentarios, intentaremos encontrarlo.

Angel María De Lera: otros libros del autor


¿Quién escribió Tierra Para Morir? Averigüe el apellido, el nombre del autor del libro y una lista de todas las obras del autor por series.

Tierra Para Morir — leer online gratis el libro completo

A continuación se muestra el texto del libro, dividido por páginas. Sistema guardar el lugar de la última página leída, le permite leer cómodamente el libro" Tierra Para Morir " online de forma gratuita, sin tener que buscar de nuevo cada vez donde lo dejaste. Poner un marcador, y puede ir a la página donde terminó de leer en cualquier momento.

Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Angel M de Lera Tierra para morir LIBRERIA EDITORIAL ARGOS SA Barcelona - photo 1

Angel M de Lera Tierra para morir LIBRERIA EDITORIAL ARGOS SA Barcelona - photo 2

Angel Mª de Lera

Tierra para morir

LIBRERIA EDITORIAL ARGOS, S.A. Barcelona

Sobrecubierta: Carlos Rolando Asociados

Primera edición de bolsil o: mayo de 1978

© Angel Mª de Lera, 1978

Librería Editorial Argos, S. A.

Aragón, 390, Barcelona-13 (España)

ISBN: 84-70 17-313—0

Depósito legal: B-16.569-1978

Impreso en España-Printed in Spain

Impreso por Publicaciones Reunidas, S. A.

Alfonso XI , s/n Barcelona (Barcelona)

* * *

EN RECUERDO DE

ANGEL y MARIA,

MIS PADRES,

QUE ME ENSEÑARON A AMAR

TODO LO HUMANO DE ESTE MUNDO

1

AL cal ar la motocicleta tras unos gruñidos finales, el aire se aquietó y el silencio volvió a condensarse. El hombre montó las ruedas traseras

en el triángulo de hierro y se sacudió las manos después. Luego, acuciado sin duda por un deseo de fumar, largamente reprimido, sacó la

cajetil a y encendió un cigarril o canario. Y, al tiempo de expulsar la primera bocanada, miró a su alrededor.

Estaba junto a la puerta de la iglesia, cerrada. Casas desiguales y oscuras formaban una plazuela informe. Las puertas y las ventanas eran

solamente recuadros más negros que las fachadas, como ojos cerrados. La noche caía de lo alto, grávida y opulenta. No se veían estrel as. En el

cinturón del pueblo, los ladridos enrabiados se interrumpían ya y se apagaban, como una polvareda que vuelve a posarse.

Cuando el hombre echó a andar hacia la única esquina donde alumbraba una luz colgada de una palomil a de hierro, una sombra ondulante,

a ras del suelo, cruzó la plaza y se detuvo a oliscar la motocicleta. Pero el hombre ya había embocado la empinada cal eja. A ambos lados, casas

achaparradas, de grandes puertas cerradas y con ventanas negras bizqueando sin orden en las paredes de piedra bruta. Ni un filo de luz por

ninguna parte.

El hombre iba como contando las puertas y andaba vacilante sobre los pedruscos del pavimento. Tuvo que trepar por la escalinata de

peldaños derruidos. Ya la luz de la esquina se había quedado atrás y hasta el final, en lo alto de la cuesta, no se percibía otra. El hombre pasaba

de un lado a otro, zigzagueando, para poder examinar cada una de las puertas y, de vez en vez, se detenía para orientarse. El perro de la plaza

pasó rápido y en silencio rozándole las piernas y se perdió, cuesta arriba, confundido con las sombras. Sólo la punta roja del cigarril o fulgía de

cuando en cuando en medio de la oscuridad.

Se detuvo. Una de las puertas, partida por la mitad, tenía abierta hacia dentro la parte superior. Apoyó las manos en la parte inferior y asomó

medio cuerpo al portal. La madera se le pegaba a la piel y la oscuridad a los ojos. Olía a paja vieja, a polvo y a soledad.

—¡Eh!—gritó a medias.

Pero la voz fue absorbida inmediatamente, sin ecos y todo quedó sordo y plano otra vez. El hombre entonces tiró con rabia el cigarril o, que

chisporroteó igual que su cólera, y siguió, más de prisa, sin mirar ya a los lados. Pero, de pronto, se detuvo nuevamente. De algún sitio salía un

rumor de voces, apagado y triste, como un lamento. Una de las casas sacaba la barriga hasta la mitad de la cal e, lo que le obligó a describir un

pequeño rodeo, y, cuando salvó la curva, la melopea le l egó a los oídos más clara y punzante. Enfrente, haciendo esquina con otra vía transversal,

se abría otra media puerta, dejando ver dentro una mancha de difusa claridad. Se dirigió hacia al í decididamente, pero antes de poner su mano

en el tablero, oyó una grave voz de hombre que le preguntaba:

—¿Es usted don Pedro, el médico nuevo?

—Sí —respondió, añadiendo seguidamente su pregunta—: ¿Y es ésta la casa del señor Claudio?

—Pase. Temí que no acertara con el a.

En ese momento, la claridad que, junto con el rumor de rezos, l egaba de la cocina inmediata, descubrió la figura de un hombretón en

mangas de camisa y chaleco.

—El camino no puede estar peor —comentó el recién l egado.

Ya el otro había abierto la puerta y el médico pudo entrar en el portal.

—Por eso le mandé el recado con el Manquil o, que lo conoce como pocos, y le dije que le acompañase.

—No estaba yo en casa y tuvo que buscarme. Y yo no me atreví a traerlo conmigo en la moto, de noche y por caminos tan malos.

—Bueno; no hay por qué apurarse. El Manquil o es buen andarín.

La claridad cogió de frente a Claudio y dejó ver su rostro de fuerte traza: mandíbulas duras, cejas enmarañadas, ojos metálicos. Su barba sin

rasurar, como el pelo de su corto flequil o, eran entrecanos; y la boca de labios firmes mostraba dientes parejos y grandes. Por la garganta le

corrían fuertes tendones que se le abultaban al erguir la cabeza.

—Antes teníamos médico propio en el pueblo; pero ahora… —murmuró sin mirar a don Pedro como si le avergonzara decirlo.

—Sí, ya sé.

Claudio señaló el arranque de la escalera.

—Por ahí, don Pedro. Cuando guste.

Pero el médico no se movió. Seguía el rezo, con voces de mujer, entre suspiros y bostezos.

—Y la enferma, ¿cómo está? —preguntó.

Claudio se le quedó mirando, como sorprendido.

—¿No se lo ha dicho el Manquil o? Me creo que en las últimas.

El médico se contrajo y dijo, desabridamente:

—Podía haberme avisado antes.

Y, sin mirarle, dio un par de pasos hacia la escalera. Claudio permaneció quieto.

—Este sufrimiento de mi mujer viene de largo, ¿sabe? Ya no es cosa de medicinas. Todo tiene su fin, y no hay por qué echárselo en cara a

nadie. Otra vez me tocará a mí.

Entonces se movió, pero el médico, vuelto hacia él, le miró a los ojos, cubiertos por las sombras de las pestañas. Tras una vacilación, se

contuvo, diciendo solamente:

—Bueno, vamos a verla.

Pero de repente pareció sentir como un aguijonazo y le preguntó:

—¿Por qué reza tan alto esa gente?

El dueño de la casa se encogió de hombros.

—¿Le molesta a usted?

—No. A mí, no. Pero no creo que le haga mucha gracia a la enferma si lo oye. ¿Comprende?

Sin replicar, Claudio se asomó a la puerta de la cocina y desde al í ordenó, autoritariamente:

—¡Bajar la voz! ¿Es que hasta para rezar tenéis que armar escándalo?

Instantáneamente se cortó el rezo, para seguir después como un murmul o apagado.

Los escalones de roble crujieron bajo el peso de los dos hombres. Mientras subían, preguntó el médico:

—Es usted el alcalde, ¿no?

—Sí, ya va para diez años que lo soy, los peores. Parece que ha caído la negra en el pueblo desde que cogí la vara.

Claudio empujó la puerta entreabierta de la alcoba. El ocupó un momento todo su vano y, al apartarse para dejar paso a su acompañante,

dijo:

—¡El médico!

Entonces quedó a la vista la cama matrimonial, de grandes dimensiones, muy alta de colchones y almohadas. La luz de la mesita de noche,

velada por un trapo rojo, dejaba la habitación sumida en leve resplandor encarnado.

El médico se acercó lentamente al lecho, al tiempo que oía una voz dulce y contenida, que le saludó:

—¡Buenas noches!

—¡Buenas noches!— repitió él mecánicamente, y, al mirar hacia donde había salido la voz, distinguió en la sombra la figura de una mujer

joven, en pie junto a la cama, con las manos cruzadas bajo el pecho, que le miraba con ojos asustadizos. Entonces, añadió—: ¡Perdón! No la

había visto.

La muchacha parpadeó y movió los labios, pero no dijo nada. Don Pedro había ya descendido su mirada al lecho y pudo entrever la faz de la

Página siguiente
Luz

Tamaño de fuente:

Restablecer

Intervalo:

Marcador:

Hacer

Libros similares «Tierra Para Morir»

Mira libros similares a Tierra Para Morir. Hemos seleccionado literatura similar en nombre y significado con la esperanza de proporcionar lectores con más opciones para encontrar obras nuevas, interesantes y aún no leídas.


Reseñas sobre «Tierra Para Morir»

Discusión, reseñas del libro Tierra Para Morir y solo las opiniones de los lectores. Deja tus comentarios, escribe lo que piensas sobre la obra, su significado o los personajes principales. Especifica exactamente lo que te gustó y lo que no te gustó, y por qué crees que sí.