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William Mac Cann - Viaje a caballo por las provincias argentinas

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William Mac Cann Viaje a caballo por las provincias argentinas
  • Libro:
    Viaje a caballo por las provincias argentinas
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1853
  • Índice:
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Viaje a caballo por las provincias argentinas: resumen, descripción y anotación

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Los capítulos que integran este volumen, con numeración corrida, corresponden en la obra original inglesa a los capítulos I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII y XII del tomo primero y a los capítulos I, II y III del tomo segundo. En el capítulo XII no se han traducido algunas referencias a historia eclesiástica por contener datos erróneos que hubieran exigido aclaración; corresponden a cuatro páginas del original inglés.

Capítulo I

Partida de Buenos Aires. - El apero de montar. - La iglesia y la aldea de Quilmes. - La granja de Mister Clark. - Peones irlandeses. - El cultivo de la papa. - Hospitalidad inglesa. - Valor de la tierra y jornales de los peones. - Escena matinal. - Una manada de caballos salvajes. - El campo florido. - Pastoras a caballo. - Teruterus. - La estancia de Mr. Bell. - El lazo y las boleadoras. - Doma de potros. - Las majadas de ovejas. - En plena pampa. - Una pulpería. - La estancia de Mr. Taylor. - Precio de la tierra. - Moneda corriente. - Instinto de los caballos. - Las manadas. - Manera de encastar mulas. - Población nativa. - Modo de cazar perdices. - Un rodeo. - Formas de viajar. - Una familia patriarcal. - Eligiendo caballos. - En marcha con mi tropilla.

En una clara y hermosa mañana de primavera salí de Buenos Aires, acompañado de mi guía y amigo Don José, para emprender mi primer viaje a caballo por las provincias argentinas. Los preparativos me habían llevado algunos días y como tales aprestos caracterizan la manera de viajar en estas regiones, puede ser de algún interés el consignarlos.

Aunque hay aquí mucha abundancia de caballos, no todos sirven para un jinete habituado a los corceles europeos, dóciles y bien enseñados. Al fin me decidí a comprar dos; habían sido traídos del campo hacía poco, pero su dueño me aseguró que comían grano y esto ya era garantía bastante de que estaban amansados desde algún tiempo atrás. Comprobé también que eran de buena boca y, encontrándolos aptos para lo que me proponía, los compré (después de mucha conversación) a un precio equivalente a una libra y diez y seis chelines cada uno. Eran animales jóvenes y de lindas formas; en mi país se les hubiera considerado muy propios para la silla de una dama. Los arreos y otros pertrechos necesarios para el viaje, merecen ser descriptos.

Las riendas son de cuero crudo, trenzado, muy fuerte, y el freno de manufactura inglesa, aunque de modelo español. Mi apero estaba formado de las siguientes piezas: primero, un cuero de oveja colocado directamente sobre el lomo del caballo; luego una manta de lana, doblada, que puede servir de abrigo al jinete y va cubierta por otro cuero sin curtir para defenderla del agua; después un cobertor espeso de lana, fabricado en Yorkshire, con largas borlas colgando de las esquinas; esta pieza se dobla cuidadosamente y va cubierta con una carona de suela, bastante amplia, que protege todo lo demás de la humedad y la lluvia; los bordes y extremos de esta última pieza tienen ribetes estampados primorosamente con dibujos ornamentales. Todas estas prendas equivalen al simple mandil que se pone bajo la silla inglesa. Luego viene lo que puede llamarse el eje de la silla, fabricado de madera y cuero. De él se suspenden los estribos: forma como un asiento plano, algo curvo, para adaptarse al lomo del caballo. Todo este equipo se asegura con una cincha de cuero crudo, ancha de doce a catorce pulgadas. La silla va cubierta para mayor comodidad —y también para proveer de almohada al jinete durante la noche— con una piel de oveja cuya lana se tiñe de púrpura brillante; sobre ella colocan un cobertor liso, parecido a esas alfombrillas de lana con flecos que adornan el piso en las salas de Inglaterra; encima va una pieza de cuero delgado y muy blando, sobre la que se sienta el jinete. Por último, el conjunto se asegura todavía con otra cincha de cuero ornamentado. Este agregado de atavíos, sumado al peso del jinete, forma una carga considerable, aun para cabalgaduras fuertes, cuando se trata de un viaje largo y hecho con alguna prisa.

El caballo de don José, mi compañero, iba aparejado idénticamente, llevando además una ancha alforja de lona con la ropa y otros objetos necesarios. La tarea de ensillar y de arreglar los equipos, llevó más de una hora. Después que los amigos nos desearon felicidades y buena suerte, montamos para emprender nuestro viaje de ochocientas millas hacia el sur, por las pampas, viaje que debíamos realizar por entero a lomo de caballo.

Luego de haber andado cosa de una legua, cruzamos el puente de Barracas, entrando en una extensa llanura donde nada indicaba la cercanía de una gran ciudad. Las casas, en su mayoría, eran construcciones de madera, muy recientes, y pertenecían a inmigrantes vascos; las había también de estacas y cañas, revocadas de barro. Unas pocas eran de ladrillo y bien edificadas, pero nadie hubiera creído que desde ese paraje podía llegarse en una hora de caballo a la capital de una extensa república. Parecía más bien el lugar de acceso a una llanura ilimitada. En el campo, conforme avanzábamos, aparecían en mayor número las vacas, caballos y ovejas.

Al cabo de tres o cuatro leguas, entramos en una extensión de terreno ondulado, a inmediaciones de Quilmes, cerca del sitio donde desembarcaron las tropas inglesas en aquella fatal expedición comandada por el general Whitelocke. El camino corría por entre montecillos de durazneros, sauces y álamos. En esos lugares se halla la casa de Mr. Clark, súbdito británico, donde nos quedamos a pasar aquel día.

Las ramas del duraznero se utilizan aquí como leña de quemar: las cortan a los tres años de plantado el árbol y en esa sazón venden la leña. Pasados tres años más, vuelven a cortar las ramas y así sucesivamente, mientras la planta no se seca. Se calcula que este comercio produce el 25% de interés, pero, sistema tan artificioso para proveer de combustible a una ciudad no durará mucho tiempo. Algunas islas del río Paraná están llenas de excelentes maderas y esos bosques podrían abastecer a la ciudad, si fueran objeto de explotación. El día que lleguen pobladores extranjeros y emprendan esa industria, con las embarcaciones necesarias, se abandonará este raro sistema de plantar árboles para utilizarlos como combustible.

En Quilmes hay una iglesia construida de ladrillo y junto a ella un cementerio que en otro tiempo ha estado cercado con una pared; ésta se halla tan derruida que las vacas entran a pacer libremente y destruyen las tumbas. La villa se compone de una casa muy bonita y otras doce de aspecto común. En los alrededores, y en pequeñas parcelas de terreno separadas unas de otras, se levantan los consabidos ranchos de cañas y barro. Quilmes ha sido antiguamente el centro de una tribu de indios, de la que tomó su nombre. Estos indios fueron traídos del interior con el propósito de civilizarlos y han desaparecido con el andar del tiempo. Por el año 1820, las tierras fueron cedidas a determinadas personas bajo condición de introducir mejoras y edificar algunas casas. La historia de esta tribu ofrece cierto interés por cuanto demuestra que las razas menos vigorosas y civilizadas están destinadas a extinguirse, en contacto con otras más fuertes. Los indios Quilmes procedían de la provincia de Catamarca donde sus antepasados lucharon contra los españoles en el transcurso de varias generaciones. Finalmente, quedaron reducidos a doscientas familias, capitularon, y fueron traídos a esta región para incorporarlos a la vida civilizada. Pero, en ese proceso de depuración, la tribu ha terminado por extinguirse.

La aldea se halla fuera de los caminos principales y, debido a esa circunstancia, difícilmente podrá adquirir algún desarrollo. Con todo, si en lugar de tenerla abandonada y cubierta de hierbas, se dedicaran sus terrenos a la formación de quintas, jardines o viñedos, podría constituir un abrigo feliz para muchas familias industriosas. Al presente ofrece un cuadro de pobreza y desolación porque los habitantes del sexo masculino se hallan todos de servicio en el ejército.

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