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Marina Tsvietáieva - Indicios terrestres

Aquí puedes leer online Marina Tsvietáieva - Indicios terrestres texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1919, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Marina Tsvietáieva Indicios terrestres
  • Libro:
    Indicios terrestres
  • Autor:
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    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1919
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Indicios terrestres: resumen, descripción y anotación

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Picture 1

La noche de ese mismo día partimos: S., su amigo G-ev y yo a Crimea.

UN TROCITO DE CRIMEA

Llegamos a Koktebel en medio de una furiosa tormenta de nieve. Un mar encanecido. Una enorme, casi físicamente abrasadora alegría de Max V. al ver a Seriozha vivo. Inmensos panes blancos.

Tengo el recuerdo de Max V. en un escalón de la torre, con Ten sobre las rodillas, friendo cebolla. Y mientras se freía la cebolla, él nos leía en voz alta, a S. y a mí, acerca de los destinos inmediatos y mediatos de Rusia.

—Y ahora, Seriozha, pasará esto y esto… Recuérdalo.

E insinuante, casi alegrándose, como un bondadoso mago frente a los niños, nos muestra imagen tras imagen toda la Revolución rusa durante los próximos cinco años: el terror, la guerra civil, las ejecuciones, los puestos de control militar, la Vendée, la brutalidad, la pérdida del rostro humano, los espíritus desencadenados de los elementos, sangre, sangre, sangre…

Voy con G-ev por pan.

Un café en Otuzy. En las paredes, llamamientos bolcheviques. En las mesas, tártaros de largas barbas. Cuán lentos son para beber, avaros para hablar, altivos en sus movimientos. Para ellos el tiempo se ha detenido. Siglo XVIII - siglo XX. Y las pequeñas tazas también son las mismas, azules, con signos cabalísticos, sin asas. ¿El bolchevismo? ¿El marxismo?

¡Oh, carteles, ya podéis desgañitaros gritando! Qué nos importan vuestros automóviles, vuestros Lenin, vuestros Trotski, vuestros proletariados recién nacidos, vuestras burgesías que se descomponen… Nosotros tenemos nuestra urazá, nuestros mulhas, nuestras uvas, un vago recuerdo de una gran zarina… Este negro poso ardiente en el fondo de las pequeñas tazas doradas…

Nosotros estamos fuera, estamos sobre, estamos desde hace mucho tiempo. Vosotros aún habéis de ser, nosotros ya hemos sido. Nosotros hemos sido una vez para siempre. Nosotros no estamos.

Un crepúsculo con luna. Una mezquita. El regreso de las cabras. Una niña con una falda granate, hasta el suelo. Bolsas para guardar el tabaco. Una anciana, torneada, como de marfil. Escultura de razas antiguas.

En el vagón (de regreso a Moscú, el 25 de noviembre).

—¡Brezhko-Brezhkóvskaia también es una infame! Ha dicho: ¡tenéis que combatir!

Arruinar más aún a la clase pobre y ellos ¡de nuevo a darse la gran vida!

—¡Ah, pobre madrecita-Moscú, viste y calza al frente entero! ¡Moscú no nos ha ofendido! Son sobre todo los periódicos los que nos desconciertan. Los bolcheviques tienen razón cuando dicen que no quieren derramar sangre, ellos cuidan de lo principal.

Picture 2

En la atmósfera del vagón reina el odio condensado en tres palabras: burgueses, junkers, vampiros.

—¡Por que el comercio mejore para ellos!

—Nuestra revolución es joven, y la de ellos, en Francia, es vieja, está deteriorada.

—Campesino o príncipe, ¡el pellejo es el mismo! (Yo, mentalmente; ¡precisamente el pellejo no es el mismo!) —Y el oficial, camaradas, es el primer canalla. Yo pienso: no tiene ninguna instrucción.

Frente a mí, sobre un banco, abatido, demacrado, razonable, duerme el Vikzhel.

—¡Dios, camaradas, es el primer revolucionario!

—Sin duda es usted moscovita, nosotros en el sur no tenemos gente de su tipo.

(Un lugarteniente de Kerch).

Discusión sobre el tabaco.

«Una señorita, ¡y fuma! Por supuesto que todos los seres humanos son iguales, pero a pesar de todo, una señorita no debe fumar. Con el tabaco la voz se endurece y el aliento se vuelve masculino. Las señoritas deben chupar caramelos y perfumarse, para que de ellas se desprenda un olor dulce. Si no cuando un caballero se les acerque para hacerles un cumplido - ¡paf! - una bofetada de ese olor de hombre.

El sexo masculino no soporta el olor a hombre. ¿Qué opina usted, señorita?»

Yo: «¡Tiene usted toda la razón: es un mal hábito!»

Otro soldado: «Pues yo, camaradas, opino que en esto nada tiene que ver el sexo. Se traga por la garganta, y la garganta es para todos la misma. Trátese de tabaco o de pan. Y quizá sea mejor que los caballeros no amen a las mujeres, muchos no hacen otra cosa que follar. ¡A-mor! ¡Lujuria, y no amor! Y si alguien se enamora será por el alma, y entonces la aceptará con cualquier olor. Él mismo le liará los cigarillos. ¿Acaso no tengo razón, señorita?»

Yo: «Toda la razón, mi marido siempre me lía mis cigarrillos. Y él no fuma.» (Miento).

Mi defensor, a otro: «Ya ve, no es en absoluto una señorita. Allí tiene, hermano, erramos el tiro. Y qué, ¿su esposo es estudiante?»

Yo, recordando las advertencias: «No, en general así…»

Otro, poniendo las cosas en claro: «Es decir que vive de su capital».

Mi defensor: «¿O sea que va a su encuentro?»

Yo: «No, voy a recoger a mis hijas, él se ha quedado en Crimea».

—«¿Entonces tiene su propia dacha en Crimea?»

Yo, con serenidad: «Sí, y una casa en Moscú.» (La dacha es inventada).

— Silencio —

Mi defensor: «¡Veo que es usted valiente, mi señora! ¿Acaso en estos momentos hay quien confiese cosas así? Ahora, por miedo, todos estarían contentos de poder enterrar con sus propias manos no sólo su casa y su dinero, sino también a sí mismos».

Yo: «¿Por qué a sí mismos? Llegará el tiempo y otros los enterrarán. Pero por otra parte esto ya ha existido antes: los auto-enterradores, aquellos que en vida se enterraban a sí mismos para la salvación de sus almas. Y ahora es para la salvación de sus cuerpos».

— Se ríen, yo también me río. —

Mi defensor: «¿Entonces su esposo no está con la gente sencilla?»

Yo: «No, está con toda la gente».

Él: «No me queda muy claro».

Yo: «Como Cristo lo ordenó: no hay pobres, ni ricos: todos son seres humanos y en todos está Cristo».

Mi defensor, con alegría: «¡Justamente! No eres culpable de tu linaje noble, y tampoco eres culpable de tu baja extracción…» (Con cierto recelo:) «… Y usted, señorita, ¿no resultará ser bolchevique?»

Otro: «¡Qué clase de bolchevique puede ser cuando tiene su propia casa!»

El primero: «No digas cosas, hay muchos entre ellos que tienen instrucción, también los hay nobles y comerciantes. Se hacen bolcheviques sobre todo las gentes de la alta sociedad.» (Me mira atentamente, dice vacilante:) «Lleva el cabello corto».

Yo: «Así es la moda.»

De repente interviene, mejor dicho, estalla, un marinero: «Toda vuestra reflexión, camaradas, es falsa, vosotros sois elementos inconscientes. ¡Son precisamente estas gentes instruidas, estos nobles, estos junkers malditos quienes han inundado Moscú de sangre! ¡Vampiros! ¡Canallas!» (A mí:) «Y a usted, camarada, un consejo: menos Cristos y menos dachas en Crimea. Esa época ya pasó».

Mi defensor, asustado: «Es que es muy joven… ¿Qué dacha puede tener?… Debe ser una casucha sobre tres patas, como la que yo tengo en la aldea…» (Conciliador:) «Pero si hasta sus botines están en mal estado…»

A propósito del marinero. Insultos ininterrumpidos. Los otros (¡es un bolchevique!) guardan silencio. Yo, finalmente, con dulzura: «¿Por qué habla usted sólo con insultos? ¿Acaso a usted mismo le resulta agradable?»

El marinero: «No insulto, camarada, ésa es mi manera de hablar».

Los soldados sueltan una carcajada.

Yo, pensativa: «Una mala manera».

Ese mismo marinero, junto a la ventana abierta en Oriol, con la más dulce voz: «¡Qué maravilla de aire!»

Alia (4 años).

—¡Marina, sabes, Pushkin no lo ha dicho bien! Él dijo:

Los cañones disparan desde el muelle,

A los barcos ordenan atracar.

Y hay que decir:

Los cañones disparan - ¡desde la casa!

(Después de la rebelión).

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