¿Cuanto tiempo tarda en reconocer a un secuestrador libanés en el pasillo de un avión?
¿Tiene el Pentágono buzón de sugerencias? ¿Conoce sus hojas de reclamaciones?
¿Usaba Imelda marcos chanclas con nenúfares sintéticos?
Este libro combina sagazmente una lúcida reflexión sobre las cuestiones más trascendentales del mundo contemporáneo con sus intimidades más sonrojantes.
¿Ha intentado conducir drogado mientras le meten mano? ¿Continúa llegando pronto los lunes a la oficina? ¿Ha pensado seriamente si son más peligrosos los aerosoles que los ecologistas?
Escandaloso, antipático y siempre divertido, este es el manifiesto vital de la nueva clase de hombre que se extiende por todo Occidente: un sinvergüenza con sentido del humor y una saludable dosis de depravación.
P. J. O'Rourke
Alucinaciones de un reptil americano
ePub r1.0
jandepora12.10.13
Título original: Republican Party Reptile
P. J. O'Rourke, 1987
Traducción: Ana Cuadrado & Peter Ross
Editor digital: jandepora
ePub base r1.0
A Warren G. Harding, un republicano de pura cepa.
«No soy el hombre adecuado para desempeñar este oficio y nunca debería haberlo aceptado».
Un chico está haciendo autostop en el campo. Un coche se para y el conductor le pregunta:
—¿Eres republicano o demócrata?
—Demócrata —dice el chico, y el coche se marcha. Se para otro coche y el conductor le pregunta:
—¿Eres republicano o demócrata?
—Demócrata —dice el chico, y el coche se marcha.
Esto ocurre dos o tres veces y el chico llega a la conclusión de que está dando la respuesta equivocada. El siguiente coche que para es un descapotable, conducido por una preciosa rubia.
—¿Eres republicano o demócrata? —le pregunta.
—Republicano —dice el chico, y ella lo deja entrar.
Cuando están en marcha el viento que entra por arriba empieza a hacer que a la rubia se le levante la falda, cada vez más para arriba, dejando al descubierto sus piernas. El chico se da cuenta de que se está excitando. Finalmente, no puede ya aguantar más y le grita:
—¡Para, déjame salir! ¡Sólo hace diez minutos que soy republicano y ya tengo ganas de follar a alguien!
Chiste popular de los años 30
Agradecimientos
«Una breve historia de la humanidad», «Los mitos clásicos puestos al día», «Una reflexión larga y detallada sobre los últimos quince minutos», «¡Vaya día!», «Cómo conducir drogado a toda velocidad mientras te meten mano sin derramar la bebida», «El rey de Sandusky, Ohio», así como parte de la introducción, se publicaron originalmente en National Lampoon.
«Ponte en marcha, coge la onda, llega tarde el lunes a la oficina», «Payasos, pistolas y pasta», «En busca de los piratas de la cocaína» y «Con los secuestradores y los secuestrados en Beirut» se publicaron en Rolling Stone. «Las reglas de etiqueta en Hollywood», «Conversaciones de sobremesa» y «El traslado a Nueva Hampshire» aparecieron en House and Garden. «La Ferrari niega que Occidente esté en declive», «Rendimiento de las camionetas si se conducen a gran velocidad» y «Un análisis lógico y frío de la amenaza de las bicicletas» aparecieron en Car and Driver. «Un experimento intelectual» y «Los nazis de la salud» aparecieron en Inquiry. «Un barco lleno de tontos» fue publicado en Harper’s y «Esos horribles sombreros protestantes» en el Wall Street Journal. El autor desea expresar su agradecimiento a todas estas publicaciones por haberle permitido reproducir este material. También quiere dar las gracias a los editores que, tanto en el pasado como en el presente, le han prestado su ayuda, brindándole valiosas sugerencias. Siente una especial gratitud hacia Susan Devins de National Lampoon, Carolyn White y Bob Wallace de Rolling Stone, Shelley Wanger de House and Garden, David E. Davis, Jr. y Don Coulter de Car and Driver y Michael Kinsley y Bob Asahina de Harper’s.
Introducción: Apología Pro Vita Reptil del Partido Republicano Sua
Los veintiún artículos que componen este libro están escritos desde el punto de vista de un republicano conservador. No hay nada de inusual en ello a excepción de que dichos artículos son —o al menos pretenden ser— divertidos. La gente cree que decir «republicano divertido» es una contradicción. En teoría, el sentido del humor y el conservadurismo no pueden combinarse. Existen algunas excepciones bien conocidas: William F. Buckley, Jr., R. Emmett Tyrrell, Jr. y Pat Robertson (aunque cabe la posibilidad de que este último no esté bromeando), pero casi todos los norteamericanos piensan que sus humoristas son liberales, como Art Buchwald y Garry Trudeau, si no radicales, como Lenny Bruce. Cuando la gente lee el ensayo que titulo «Cómo conducir drogado a toda velocidad mientras te meten mano y sin derramar la bebida» me pregunta:
—Pero ¿de verdad eres republicano?
Bueno, en primer lugar, nací siéndolo. Mi abuelo Jake O’Rourke era católico y demócrata, como se puede deducir de su nombre. Su primera esposa murió durante la Primera Guerra Mundial y él se volvió a casar. Su segunda esposa estaba completamente loca, y entre sus muchos desvaríos se cuenta el de haber dejado a mi tío Joe —que entonces tenía tan sólo un año— en el porche hasta que se le congelaron los pañales. Mi abuelo fue a ver al obispo para decirle que anulara el matrimonio, pero el obispo se negó a hacerlo. El abuelo, según la historia de la familia, se hizo miembro de la Iglesia Luterana, del Partido Republicano y de la Masonería en el mismo día.
La otra parte de mi familia era todavía más extremista. La madre de mi madre, la abuela Loy, procedía del sur de Illinois. Su padre era sheriff del condado, presidente del Comité Republicano y, además, amigo del presidente McKinley. Mi abuela pensaba que los demócratas eran, como la sequía y el anublo, una inexplicable fuerza maligna de la naturaleza que América no había hecho nada para merecer. Solía hacer declaraciones de este tipo: «Por muy pobre que sea una persona, siempre podrá limpiar el jardín de su casa». Nunca se atrevía a pronunciar la palabra «demócrata» si había niños en la habitación. Decía en su lugar «cabrones».
Cuando cumplí los diecinueve años me puse, como era costumbre entre los universitarios, a flirtear con el marxismo, anunciándolo a voces a todo el mundo. En cierta ocasión, cuando había vuelto a casa para pasar las Navidades, mi abuela me llevó a un lado y me dijo:
—Pat, me tienes muy preocupada. No te vas a hacer demócrata, ¿verdad?
—¡Abuela! —dije—. ¡Tanto los demócratas como los republicanos son unos cerdos fascistas! ¡El presidente Johnson está asesinando a los indefensos vietnamitas, provocando levantamientos en los barrios pobres de las ciudades americanas, oprimiendo a los trabajadores y estafando al pueblo! ¡Claro que no soy demócrata! ¡Soy maoísta!
—Lo único que importa es que no seas demócrata —dijo mi abuela.
Pero no podía seguir siendo maoísta por mucho tiempo. Me puse tan gordo que no podía llevar pantalones acampanados. Me di cuenta de que ser comunista significaba dar mis palos de golf a una familia del Zaire. Además, no podía soportar aquella seriedad tan espantosa y opresiva de la izquierda.