Adrián Ortuño Güendell - PALO y ASTILLA

PALO y ASTILLA

Savia en el espacio y el tiempo

Antonio Ortuño Casas
Adrián Ortuño Güendell

PALO y ASTILLA

Savia en el espacio y el tiempo

Antonio Ortuño Casas

Adrián Ortuño Güendell

Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

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©Antonio Ortuño Casas y Adrián Ortuño Güendell, 2021

Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: Rose Mery Güendell González

www.universodeletras.com

Primera edición: 2021

ISBN: 9788418385186
ISBN eBook: 9788418386015

«El tiempo permanece lo suficiente para quienes lo usan».

Leonardo da Vinci

Hablaré yo primero, en primera persona, quiero decir en este caso escribiré, porque no tengo nada que esconder, nada. No me tengo que parapetar en otro cuando puedo y debo valerme por y para mí mismo; soy lo suficientemente mayor, tengo uso de razón, experiencia, porque me da la gana, la real o la otra. Así me pueden culpar, señalar, criticar… con más facilidad desde el principio o, por el contrario, igual con ello consigo más adeptos o apoyos por estar de acuerdo con mis observaciones, incluidos los perjuicios, y que voy a tratar de desmenuzar con palabras, que es la manera —escritas repito en este caso— de expresarme.

Descubierta la presentación, se ve que desde el principio soy claro en lo que quiero conseguir con…, no sé en realidad cómo llamarlo por el momento, tal vez secuencia de relatos; algo será o, al menos, ese es el objetivo de cuya introducción quisiera desde ya ir terminando de escribir. Ciertamente, es corta, he conseguido que así sea, y no sé si se han enterado o tienen una idea de lo que quiero o pretendo escribir a continuación; al final de todo, si continúan leyendo, pasando estas primeras líneas y logran llegar a la última página, deberían haberlo conseguido.

O sea, que los estoy alentando a que se lo lean entero, ¡vaya una declaración de intención, y no de intenciones!, dicho sea de paso.

Voy a escribir, aunque a decir verdad ya casi todo está escrito, sobre la vida misma, que parece que la vemos o la hemos adoctrinado con la rutina, tan simple como eso, en casi todos los ámbitos en los que nos movemos en torno a ella. A simple vista debiera ser muy fácil relatar, sobre todo lo que hacemos, en lo difícil que se hace —cada vez más— romper ese esquema de repetición en el que caemos, en el día a día. Ahora mismo estoy rompiéndolo, siquiera eso creo, y así me quedo tan pancho.

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Han pasado varios meses desde que escribí sobre esta proposición, que también es intención; tengo que ponerlo en « gran » pasado para culparme, y mucho, a mí mismo por apenas haber escrito desde entonces. La iniciativa, prematura tal vez, se apagó inmediatamente.

No quiero pensar en ninguna respuesta a modo de justificación, excusa o digamos simplemente razón. Alguna ha debido de existir y quizá la remito a esa monotonía misma de la vida a la que me refería antes.

Bueno, ya parece haberme calentado, un poco, junto con el lápiz y el papel, a pesar de estar tomando un gran vaso de agua bien fría con limón. Aprovechando ese tejido de contrastes retomo, o empiezo, con alguna verdad, o mentira —por lo de la ficción—, ¡ qué más da! Ya me estoy yendo de la situación; reanudemos, retomo el lápiz, otro, y e l papel, el mismo, casi un a ñ o después; no es por nada, pero ¿por qué he esperado tanto?, vuelvo otra vez al principio, la monotonía. Las medias verdades, o medias mentiras —lo del vaso medio lleno o medio vacío— nos van abriendo el camino en casi todos nuestros actos y, cuando no estamos conformes, lo más fácil, o natural, es justificar hasta lo injustificable.

Me encanta ver actuar a la gente, en diferentes situaciones o momentos; en el bar, paseando por la calle… Es el instante perfecto para observar sus reacciones, incluso las más simples, que en cualquier lugar suelen ser espontáneas, movidas por la rutina, y la escasa satisfacción en la mayoría de los casos de la vida que llevamos. Por eso, el disgusto se refleja en los rostros cuando tan solo queremos conversar hasta sobre lo más cotidiano.

Y si se trata de dar la opinión, que es lo que muy a menudo más nos gusta hacer —aunque no lo digamos—, ahí ya es muy probable que la rabia contenida resalte hasta virtudes, que tambi é n las tiene, gesticulando con las manos —con las que hablamos y nos expresamos a menudo— o con la cara de parecer pocos amigos.

En unas sociedades probablemente sucede más que en otras, hay que decirlo, y certificarlo para generalizar lo que , por habitual, nos sucede a las llamadas modernas. Por eso, nunca estaremos satisfechos de todos nuestros logros; queremos más en todos los sentidos, importando poco o nada el coste —en general futuro— que ello represente. Para mí, uno de los ejemplos más llamativos es el de los automóviles, uno de los principales causantes de los cambios de nuestra manera de vivir; desde su invención se ha venido transformando el mundo para acomodarnos a ellos: los paisajes, las carreteras, ciudades, calles, hasta en las casas o edificios para guardarlos.

Tanto se ha escrito sobre ello, que total, unas pocas líneas más ni se pierde, ni se gana. La contaminación y todos los aspectos que sobre ella recaen, son los vehículos uno de los principales causantes. ¿Cuántos árboles se han cortado para que puentes, autopistas, circunvalaciones… adornen los paisajes y faciliten —aunque es un decir en muchos sitios— la circulación de millones de automovilistas en todo el mundo? Ahora párate un poco, relaciona todos esos temas en torno a la contaminación que tanto parece que nos preocupa, y digo parece porque se ha convertido en algo normal. Eso es lo que interesa a las multinacionales que producen automóviles, a las del petróleo, de la construcción de infraestructuras; al final, a los gobernantes por la cantidad de puestos directos e indirectos de trabajo que generan… no digamos nada sobre los votos.

¡ Para!, no estás dando ninguna lección de economía general, ni nada por el estilo. ¿Qué tiene que ver toda esta desviación como pretexto para escribir ya una extensa introducción de lo que se pretende solo sea un libro, una historia…, un escrito al final de cuentas, con la contaminación, los árboles, las petroleras…?

Sí, tiene que ver, con muchas mentiras, o hasta una solamente: se vende como verdad, como el que la quiere subastar en su propio templo, predicándola como la única, limpia y verdadera, en sus libros sagrados de contabilidad. ¡Cuánto daño se ha hecho a lo largo de la historia!, y se sigue haciendo y solo reaccionamos con la rutina de nuestro disgusto diario, apenas exteriorizándolo con gestos y expresiones de cierta rabia contenida que se diluyen con la monotonía; ¡dichosa monotonía!

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Sinceramente, creo que es suficiente introducción, aunque no lo parezca; me refiero a ser introducción, más bien parece una manera fácil de empezar a criticar, de nuevo; repetir, en principio sin más fundamento, mero, que ese: ir llenando líneas y párrafos, repitiendo lo repetido, ¿para quién? De haber una audiencia apenas escucha, y escapa no solo con la mirada a otra parte; el oído descafeinado y el efecto dominó consiguen el jaque mate ya comprado a precio de saldo por quienes tienen bien ense ña da la lección. No importa que salgas con las blancas, o te lances con las negras, y aquí no hay racismo decretado, ni república, monarquía o dictadura instaurada, ni tan siquiera una mezcla de dos, muy instaladas en el carnavalesco disfraz de la siempre escurridiza democracia.