Prólogo
El optimista irracional: ¿por qué soy así?
Mi llegada al mundo de la delincuencia con altas tecnologías se produjo de manera inesperada en 1995, cuando, a mis veintiocho años, trabajaba como investigador y sargento en la famosa comisaría del Parker Center del Departamento de Policía de Los Ángeles. Un día, mi teniente bramó mi nombre desde el otro lado de la infestada sala de la brigada, donde reinaba el típico trajín: «¡Gooooooodmaaaan, mueve el culo hacia aquí!». Supuse que me había metido en algún lío, pero, en cambio, el teniente me formuló la pregunta que cambiaría mi vida para siempre:
—¿Sabes cómo se comprueba la ortografía en WordPerfect?
—Sí, jefe, pulsando Ctrl + F2 —respondí.
Me sonrió y dijo:
—Sabía que eras la persona a quien preguntar.
Y así empezó mi carrera como investigador de altas tecnologías, con mi primer caso de delincuencia informática. Saber cómo comprobar la ortografía en WordPerfect me situó entre la élite de policías con conocimientos tecnológicos de principios de la década de 1990. Desde aquel caso, he sido un ávido observador y estudiante tanto de las tecnologías como de sus usos ilícitos. Y aunque soy consciente del peligro y de la destrucción que puede conllevar su uso indebido, siguen fascinándome los inteligentes e innovadores métodos que los delincuentes despliegan para lograr sus objetivos.
Los delincuentes actualizan de manera permanente sus técnicas para incorporar las últimas tecnologías a sus modi operandi. Ha llovido mucho desde los tiempos en los que fueron los primeros en usar buscapersonas y utilizar teléfonos móviles de un kilo de peso para enviarse mensajes codificados. Ahora construyen sus propios sistemas de radiotelecomunicaciones móviles encriptadas de alcance nacional, como los que emplean los cárteles del narcotráfico en México. Imagina por un instante el grado de sofisticación que se requiere para poner en funcionamiento una red nacional de comunicaciones encriptada operativa, toda una proeza, sobre todo si se tiene en cuenta que muchos estadounidenses aún no reciben una cobertura móvil decente la mayor parte del tiempo.
Las organizaciones ilegales se han consagrado como las principales asimiladoras de las nuevas tecnologías. Los delincuentes utilizaban Internet mucho antes de que la policía ni siquiera contemplara hacerlo, y desde entonces han sacado ventaja a las autoridades. Los titulares de prensa vienen repletos de noticias sobre cuentas online de cien millones de dólares pirateadas por aquí y cincuenta millones de dólares robados por allá. El avance de estos delitos es alarmante, y siguen acelerando por el mal camino.
El tema de este libro no es qué sucedió en el pasado, ni siquiera qué está sucediendo en el presente. Y tampoco voy a determinar la longitud que debe tener una contraseña. Lo que pretendo es explicar qué nos depara el futuro. Durante mis propias investigaciones, primero con el Departamento de Policía de Los Ángeles y posteriormente colaborando con organismos federales e internacionales que velan por el cumplimento de la ley, he descubierto a delincuentes que han rebasado los ciberdelitos de hoy en día y se han internado en nuevos campos emergentes de la tecnología, como la robótica, la realidad virtual, la inteligencia artificial, la impresión 3D y la biología sintética. En la mayoría de los casos, mis colegas en las esferas gubernamentales y los cuerpos de seguridad desconocen estos avances tecnológicos incipientes, por no mencionar ya su creciente explotación tanto por parte del crimen organizado como de organizaciones terroristas. Y siendo alguien que ha dedicado su vida a la seguridad y el servicio público, me preocupan sobremanera las tendencias que observo a mi alrededor.
Pese a que haya quien me acuse de instigar al miedo o ser un pesimista sin remedio, te aseguro que no soy ninguna de las dos cosas. En realidad, me definiría más bien como un optimista o, mejor dicho, como un «optimista irracional», a tenor de lo que he visto que nos reserva el futuro. Para dejarlo claro de antemano, no soy ningún neoludita, ni tampoco soy tan insensato como para insinuar que la tecnología es el origen de todos los males de nuestra existencia. Muy al contrario: creo en el tremendo poder de la tecnología para ser la fuerza impulsora del bien y soy consciente de que puede emplearse y se ha empleado de múltiples maneras para proteger a personas individuales y a la sociedad en su conjunto. Ahora bien, la tecnología siempre ha sido un arma de doble filo. Mis experiencias en el mundo real con delincuentes y terroristas en seis continentes me han dejado claro que las fuerzas del mal no dudarán en aprovechar estas tecnologías emergentes y desplegarlas contra las masas. Y aunque las evidencias y el instinto me dicen que la carretera que tenemos por delante está llena de baches y que los gobiernos y el sector industrial no dedican suficientes recursos a combatirlos, quiero creer en la tecnoutopía que nos promete Silicon Valley.
Este libro narra la historia de la sociedad que estamos construyendo con las herramientas tecnológicas a nuestro alcance y cómo su implementación puede esgrimirse en nuestra contra. Cuanto más conectamos nuestros dispositivos y nuestras vidas a la redes de información global, ya sea a través de teléfonos móviles, redes sociales, ascensores o coches autodirigidos, más vulnerables nos volvemos frente a quienes saben cómo funcionan las tecnologías subyacentes y cómo explotarlas en beneficio propio y en detrimento del común de los mortales. En pocas palabras, cuando todo está conectado, todo el mundo es vulnerable. La tecnología que aceptamos de manera rutinaria en nuestras vidas, sin cuestionarnos nada ni analizarla, puede volverse contra nosotros.
Arrojando luz sobre las últimas artes de las organizaciones delictivas y terroristas, pretendo suscitar un debate vibrante y necesario desde hace tiempo entre mis amistades y colegas en los ámbitos de la política y la seguridad nacional. Si bien la mayoría de ellos ya están sobrecargados con los delitos tradicionales, es preciso que antes o después afronten el avance exponencial de las tecnologías, que llegarán a nosotros como un tsunami capaz de desestabilizar la seguridad mundial.
Pero hay algo aún más importante: como alguien que en el pasado juró «proteger y servir» al prójimo, quiero asegurarme de que la población general esté armada con los datos necesarios para protegerse y proteger a sus familias, sus empresas y sus comunidades frente a la horda de amenazas incipientes que serán una realidad mucho antes de lo que anticipamos. Limitar este conocimiento a los iniciados que trabajan para el gobierno, en temas de seguridad o en Silicon Valley, simplemente no basta.